Hay, sin embargo, una diferencia determinante: mientras los Estados Unidos nunca libraron la guerra sobre su propio territorio, Gran Bretaña sufrió la amenaza de invasión y los bombardeos de las fuerzas armadas nazis durante cinco largos años. Así, mientras en «Una dirección equivocada» la guerra era meramente una sombra que planeaba en detalles sobre un escenario de retaguardia, en «La muerte espera en Herons Park» son las bombas volantes alemanas las que planean letalmente sobre los protagonistas.
Puede ser interesante detenerse brevemente en el marco temporal y el contexto bélico de esta novela para hacer algunas reflexiones sobre el género policiaco en su variedad whodunit.
Una de las razones que suele darse para explicar el auge de la literatura policiaca anglosajona durante el periodo de entreguerras –la llamada “época dorada” o “edad de oro” de la ficción detectivesca- tiene que ver con el trauma que la Gran Guerra provocó en la sociedad.
Tras esa carnicería a escala industrial, en la que las modernas máquinas de guerra causaban decenas de miles de bajas en solo un día de una sola batalla, las historias de crímenes en un mundo civilizado resultaban, paradójicamente, reconfortantes. Reconfortaban porque conferían valor a la vida humana. Una sola muerte era motivo suficiente para movilizar los engranajes de la sociedad hasta encontrar al culpable.
Crímenes estereotipados, cometidos y perseguidos de acuerdo a unos papeles y unas reglas establecidas. Reglas conocidas por los lectores, alentados por la sensación de seguridad que da leer que la inteligencia, las leyes y el orden acaban prevaleciendo.
«La muerte espera en Herons Park», escrita ya en las postrimerías de la época dorada del género, ejemplifica extremadamente bien esa función de la novela policiaca. Fue escrita en 1944, en medio de un mundo en guerra en el que las víctimas entre militares y civiles se contaban por decenas de millones y en el que cada familia británica había sentido las dentelladas de un conflicto que sufrían desde hacía cuatro años.
Ambientada en ese tiempo de guerra, la trama muestra una sociedad sólidamente articulada que, pese a todo, se mantiene firme y movilizada en torno a su forma de vida. Las instituciones y los servicios funcionan, la población está volcada en colaborar en el esfuerzo bélico y la moral es alta, sin que la presión de las tragedias cotidianas logre parar la vida y anular las pasiones humanas y el deseo de vivir incluso con una cierta frivolidad.
Herons Park, el hospital que da título a la novela, es un antiguo sanatorio infantil del condado inglés de Kent reconvertido en hospital militar. Alejado de los grandes núcleos urbanos e industriales que son el principal objetivo de los bombardeos alemanes, no por ello está completamente a salvo de sus bombas.
A él va llegando, arrastrado por el esfuerzo bélico, personal sanitario de diferentes procedencias y trayectorias. Médicos rurales de la zona y médicos llegados de prestigiosas consultas privadas londinenses. Enfermeras profesionales y otras que, por distintas razones personales, se han alistado como voluntarias.
Un grupo de esos médicos y enfermeras son los personajes de la trama, hábilmente presentados por la autora a través de las cartas que, con destino al hospital, lleva un cartero. Ese cartero será precisamente el desencadenante de los hechos, al ser herido durante un bombardeo y fallecer sobre la camilla del quirófano, por efecto de la anestesia, antes de llegar a ser intervenido de una fractura.
A Herons Park es enviado el inspector Cockrill (desastrado y a menudo antipático, pero muy perspicaz) para investigar esa muerte. Lo que se presentaba inicialmente como un formalismo rutinario va dejando paso a una intrincada y muy humana madeja de rivalidades amorosas, tensiones profesionales y errores del pasado que se proyectan sobre el presente y a los que se suma pronto un segundo crimen. Todo ello en el entorno cerrado del hospital y sus residentes, donde la trama sentimental rivaliza y se entrecruza con la policiaca.
Tras el despliegue de personajes candidatos a haber cometido los crímenes y de motivos susceptibles de constituir su móvil llega un desenlace –e, inevitablemente, a cualquier whodunit se lo juzga en buena medida por el desenlace- que quizá no llene del todo las expectativas del lector, aunque cada uno debe juzgarlo por sí mismo. Y, en cualquier caso, la novela merece sobradamente la pena por su carácter coral y la mezcla de elementos clásicos del género con otros más modernos, que anticipan lo que luego serían temas recurrentes en multitud de guiones de la narración audiovisual.
«La muerte espera en Herons Park» es la segunda de las novelas de Christianna Brand protagonizada por el inspector Cockrill de la policía de Condado de Kent, uno de sus personajes más queridos por los lectores y figura central de siete de sus libros. Es también la más famosa de sus novelas, y fue llevada al cine solo dos años después de su publicación, en 1946. Esa versión cinematográfica es considerada hoy una de las mejores adaptaciones de un clásico de la novela policiaca a la gran pantalla.
La traducción del inglés ha corrido a cargo de Raquel García Rojas, como en otros títulos de la Biblioteca de Clásicos Policiacos. Al igual que con otras obras de esta colección, se ha optado por cambiar el título original de la novela, «Green for danger» (algo así como “Verde es el peligro” o “Verde por peligro”). Ese título original hace referencia a un detalle clave en la resolución del caso, algo bastante habitual dentro del género.
Gloria Gauger, responsable del diseño gráfico, ha elegido para la ilustración de cubierta una bonita imagen publicitaria de la época que muestra una sala de espera con una enfermera y unos pacientes al estilo de Norman Rockwell.
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