Desde 2009 comenzaron las negociaciones para adaptar la novela a un guion cinematográfico; en 2014 los hermanos David y Álex Pastor (Infectados, Los últimos días) empezaron a escribir el guion, pero abandonaron el proyecto y no fue hasta avanzado 2015 que recogió el guante el director francés Xavier Gens («Hitman», «The Crucifixion»), que puso el guion en manos de Jesús Olmo, con la colaboración de Eron Sheean.
De hecho, estamos ante una película que se podría decir que está más “inspirada” que basada fielmente en la novela de Sánchez Piñol, pues son numerosos los elementos divergentes entre ambos productos, novela y película; ello puede constituir un aliciente para los lectores de la novela, a los que quizá dé pereza que les cuenten exactamente lo mismo, y no compromete a los que no la hayan leído, pues podrán disfrutar de la película sin apriorismos.
Como decíamos, en septiembre de 1914 llega a una isla al sur del océano Atlántico un técnico encargado de documentar los vientos (David Oakes) para sustituir a su predecesor. Su labor durará un año, pues el barco que lo ha trasladado no volverá hasta pasados doce meses, cuando él mismo será reemplazado. En la isla vive un farero, Gruner (Ray Stevenson), huraño y con pocas ganas de recibir visitas. No hay nadie más en la isla… a priori. Pero cuando una noche el joven meteorólogo sufre en su cabaña el ataque de unos desconocidos y extraños personajes con la piel azul, prácticamente anfibios, todo cambiará. Refugiado en el faro junto a Gruner, ambos deberán responder a los ataques de los “carasapos”, todas las noches y sin motivo aparente, que sólo temen a la luz (ya sea diurna o del propio faro) y a los que habrá que reducir con armas de fuego. Pero, ¿quiénes son estas criaturas y por qué atacan a los dos humanos de la isla?
La piel fría deviene una película que plantea un argumento de terror pero que se acaba convirtiendo en una cinta de aventuras y acción sobre la que sobrevuela una metáfora sobre la incomunicación y la necesidad del diálogo, no siendo el único mensaje que se discierne de un guion funcional y que, en cierto modo, diluye el trasfondo de la novela de Sánchez Piñol, lo cual puede ser a la vez una ventaja y un inconveniente.
El guion simplifica una trama en la que a los dos personajes citados se une la criatura llamada Aneris –“sirena” al revés, como la llama el protagonista anónimo (apodado a su vez como “Friend” por Gruner) en un juego de palabras que no tiene sentido en el inglés original de la película–, que Gruner rescató y mantuvo como mascota (y algo más) personal (una Aura Garrido irreconocible por las capas de maquillaje).
Lo que el texto literario tiene de asfixiante y de miedo psicológico contado por el protagonista, en la película se convierte en una lucha a muerte ante las constantes acometidas de las criaturas de piel fría. Se difumina, pues, el terror implícito en la novela y se ofrece una rutinaria trama aventurera, con bastantes lugares comunes ya transitados, y que deriva en un final que no sorprende demasiado.
Con ello no estamos diciendo que se cuenta mal una historia interesante en la que se percibe de fondo desde una denuncia de los colonialismos a una apelación al diálogo entre comunidades (o personas y criaturas) diferentes y condenadas por el medio a entenderse… si quieren sobrevivir; sólo que se ha contado mejor en otras ocasiones y lo que ahora se relata toca muchos palos, pero no se decide a escoger uno que deje huella.
Llega, además, la película en un momento de tensión política en Cataluña (y España), cuestión que sin duda no previeron los productores, pues el rodaje se terminó hace más de un año en Lanzarote; isla canaria que ofrece unos espectaculares lugares y que la fotografía del filme, a cargo de Daniel Aranyó, logra destacar.
Con un perfil bajo, la película no destacará probablemente en los anales del género fantástico o de terror, y es de aquellas que se consumen y se olvidan con cierta facilidad. Bien rodada y dotada de un ritmo sin altibajos, cuenta una historia que podría dejar más poso (y dar bastante más de sí) en el espectador si el guion no fuera algo rutinario y previsible, pero a su favor cuenta con el buen hacer del trío de actores protagonistas. Eso, más la cuidada fotografía, la belleza los escenarios naturales y una que parece contarse con el piloto automático, pero bien, convierten «La piel fría» en una película correcta y funcional, y poco más (la música de Víctor Reyes, si acaso).
Es ideal para desconectar del ruido mediático durante sus ciento y pico minutos, y dejarse llevar más por lo que subyace y no se ha desarrollado del todo que por lo que se muestra y no acaba de llegar. Quizá sea ese el hándicap del filme: que tiene elementos para ser una cinta de terror psicológico (y muy humano), y se queda en la medianía del quiero, puedo, pero al final me da algo de pereza contar. Sea como fuere, no deja de ser una opción cinematográfica lo suficientemente interesante como para acercarse a una sala de cine. Y eso no es poco.