‘La premisa’ (Disney+) es una serie de capítulos autoconclusivos que, independientes entre sí, y basados cada uno de ellos en una “premisa” moral interesante y prometedora, tarda menos de diez minutos en desarrollarla de la forma más estúpida potencialmente posible. De esta forma, durando cada capítulo un tiempo medio de treinta minutos, a los diez (sí, a los diez minutos) ya quieres mandarlo a la mierda. Sabes que no verás nada interesante sino una idiotez disfrazada de transgresión, un supuesto intento de ofrecer algo nuevo a partir de temas conocidos y que, en esencia, no es más que un caos de ideas descompuestas y amalgamadas de forma caótica.
El arranque es ya todo un aviso. Lo primero que vemos es la cara del creador, coescritor y codirector B.J. Novak presentándonos la serie. No sé a qué vienen estos segundos de prólogo, dudo que alguien lo sepa, y precisamente porque aquí se hacen desde el comienzo cosas sin sentido, ya deberíamos estar advertidos de que la cosa pinta mal… pero que muy mal.
‘La premisa’ se siente como tiempo perdido. Perdido para todos: para los que han trabajado en ella y, por supuesto, para los que la hemos visto
En el primer capítulo, una discusión racial con supuestos maltratos en la calle, policías que dan versiones falsas y víctimas injustamente encarceladas… se convierte, de repente, porque aparece una prueba que demuestra todo esto de fondo mientras un hombre grava en primer plano su relación sexual con una señorita, en una crítica a las redes sociales y al nuevo vínculo social con la tecnología y la difusión de contenidos. Lo que parece el tema principal pasa al segundo plano y lo que de importante tenía la “premisa”, acaba diluido en una somera red de tonterías, relegado a un tercer o cuarto plano o, simplemente, borrado por completo del foco de discusión de la serie.
El segundo capítulo es aún peor. Lo es porque, aquí, ni siquiera somos capaces de delimitar con cierta precisión cuál es el tema, de qué va o qué quiere contarnos. Eso sí, la cara de B.J. Novak la hemos vuelto a ver al inicio sin, nuevamente, tener clara la razón. Quizás sea algo sobre la tenencia de armas, o sobre el poder de los medios de comunicación, o sobre las nuevas relaciones humanas respecto al modelo familiar tradicional, o sobre la salud mental en la sociedad contemporánea… Es tal el batiburrillo de insinuaciones que el caos no cesa desde el comienzo del capítulo hasta su mismísimo final.
Pasemos rápido a otra cosa…
El reparto es de campanillas, eso sí. En cada capítulo hay actores reconocibles y reconocidos por el gran público. Este es un atractivo comercial sin duda pero que, a la vista de todo el caos de la serie, se siente en todo momento más como un artificio que como una apuesta por la calidad final del producto. Cuando sabes que lo que tienes entre manos es una mierda, lo llenas de aromas artificiales, desodorantes y ambientadores, para que se note lo menos posible. Quizás, la cara de B.J. Novak o este impresionante casting sean, justamente, esto.
Además, narrativamente, la serie es una enorme idiotez que no resulta ni suficientemente graciosa cuando quiere serlo ni suficientemente dramática cuando quiere ponerte la carne de gallina. Las historias son tan forzadas y las interpretaciones tan poco creíbles (en parte, insisto, por culpa del desastroso guion), el molde estilístico se siente tan copia de otras series archiconocidas (‘Black mirror’, por ejemplo), y la estructura de los capítulos es tan caótica; que la serie se siente como tiempo perdido. Perdido para todos: para los que han trabajado en ella y, por supuesto, para los que la hemos visto.
Disney+ estrenó los dos primeros capítulos del tirón, y hará lo mismo con los siguientes a razón de uno por semana. No obstante, lo visto hasta aquí es suficiente para considerar esta serie un producto fallido y una pérdida de tiempo. Pasemos rápido a otra cosa.
