Una novela como ‘La torre vigía’ (Impedimenta, 2020) es un riesgo para cualquier pluma. La necesidad de un manejo sutil, preciso e in crescendo del ritmo narrativo, para conseguir transmitirnos toda la angustia presente en la experiencia vital de los personajes protagonistas, resulta tan exigente que muy pocas podrían estar a la altura. Más aún en los tiempos que corren dónde el tema de la violencia contra la mujer se ha convertido, por desgracia, en un debate constante que, debiendo resultar deleznable para cualquiera y condenable sin paliativos en todo caso, todavía levanta intensas y oscuras pasiones.
Pero tenemos suerte porque esta novela, originalmente publicada en inglés en la Australia de 1966, no solo era entonces ya un clásico, sino que ahora es capaz -por su actualidad- de tomar un nuevo impulso. Lo hace gracias a la excelente traducción de Jon Bilbao; al mimo que pone en todos sus libros la gente de Impedimenta; y, sobre todo, claro, a la habilidad de la pluma de Elizabeth Harrower (Australia, 1928-2020) en la que es, sin duda, una de sus mejores obras y una de las obras cumbre de la literatura austral.
Todo comienza cuando, inesperadamente, Stella Vaizey, madre de Laura y Clare, aparece en el centro dónde estaban internadas para decirles que su padre ha muerto. A partir de aquí, ambas comienzan un periplo vital dónde se convierten poco menos que en una propiedad, de su madre primero y de Felix Shaw después, un hombre sin empatía alguna que, prometiéndoles una nueva libertad, acabará demostrándose como, simplemente, un nuevo carcelero. Tres etapas en sus vidas, padre-madre-marido, tres etapas donde su libertad se ve progresiva e inevitablemente constreñida.
A este estrechamiento de las posibilidades se le añade un recrudecimiento de las condiciones. En el centro en el que estaban, Laura y Clare estaban recibiendo una educación de calidad que, a priori, sería capaz de darles su tan ansiada autonomía vital. Sin embargo, la nueva tutela de su madre cambia radicalmente los planes. Stella es una inglesa casada con un australiano que vivía en un sitio que la horrorizaba, una vida que la horrorizaba, con unas hijas por las que no sentía el más mínimo aprecio. Su desapego es total. De forma que cuando se presenta la primera oportunidad, aun a pesar de la guerra que se esté sucediendo en el viejo continente, prefiere coger todos sus bártulos e irse antes que seguir allí un minuto más.
Por eso, cuando su hija Laura le hace notar el interés de Felix Shaw en ella, se muestra tan proactiva por acelerar el matrimonio sin amor de su hija. Cuando, en circunstancias razonables, una madre debería preocuparse por la felicidad de su hija. Aquí, la solución instrumental a varias bandas que el matrimonio les ofrece, tanto a Stella como a Laura y Clare, acaba por primar antes que cualquier otro buen deseo. Stella ve en Felix a la persona que puede hacerse cargo de sus hijas a partir de ahora, asumir esa tutela que ella nunca quiso, y tener así todo listo para poder volver a Inglaterra cuanto antes. Laura ve en Felix a la persona que las puede devolver, a ella y a su hermana, a una vida muy parecida a la que antes llevaban, recuperando algo de lo perdido tras la muerte de su padre.
Stella se va y nada le importa lo que pase a partir de entonces. Pero las hermanas Vaizey pagarán muy caro el haberse dejado llevar por las apariencias. Pues Felix Shaw es, muy a su pesar, mucho más peligroso de lo que su apariencia inicial dejaba entrever. Sí es cierto que, ya desde el inicio, Shaw se nos muestra como un hombrecillo patético, de elevadísimas pretensiones empresariales pero que no consigue nunca acabar de despegar, por esa actitud vital de constante socarronería ante el inferior, de humillar a los demás, que Laura conoció tan bien como empleada suya que fue, pero que no sospechó pudiese ser alguna vez la actitud del carcelero de su vida.
A partir de esta mala decisión (a la que no había más alternativa que la desgracia y la soledad, todo hay que decirlo), las hermanas Vaizey ven su vida convertida en un creciente via crucis de dolor in crescendo, lleno de situaciones grotescas y surrealistas, indignantes e injustas, pero cuya baja intensidad hacen que nunca lleguen a representar, a ojos de los demás, algo evidente u ostentosamente recriminable. Pero, si Laura está atada por el matrimonio y poco puede hacer -en la sociedad de su época- por revertir la situación, Clare es otro cantar. Ella posee la situación más débil, depende de la voluntad de los demás durante buena parte de su historia, pero en su extraordinaria fragilidad, también es el personaje que mayor margen de libertad posee a la hora de luchar contra esta situación e intentar cambiarla.
De esta forma, la mano autoral de Harrower convierte al dúo de hermanas en la representación universal de dos modelos de mujeres distintos pero complementarios. La una, Laura, atada por matrimonio a una vida que no desea pero que también tiene muy complicado cambiar; en una sociedad en la que la institución matrimonial es altamente valorada y mutable solo a cambio de un muy alto coste. La otra, Clare, hermana menor, dependiente de los demás, pero también con posibilidades de emprender una lucha encarnizada por su autonomía, buscando esos pequeños márgenes de libertad que las sociedades reservaban entonces para las mujeres.
«La torre vigía» es una radiografía actual, vigente y que hace de este libro una lectura que, por desgracia, no deja de reflejar la situación de muchas mujeres en la actualidad
En el medio de ambas, la denuncia de una sociedad machista, sin espacio para la libertad individual si tu sexo no era el adecuado (pregunta: ¿porqué los liberales nunca se acuerdan en este tema, pero sí en los demás, de John Stuart Mill?), que condena a la mujer a un estrechísimo espacio de autonomía dónde la alternativa al matrimonio no era otra que un arduo camino de espinas, y dónde la gente sin empatía y profundamente cruel camina sin límites entre los demás. Una denuncia que suena cada vez más potente, a medida que se van sucediendo los acontecimientos, en una trama desarrollada con algunos altibajos, pero también con una más que innegable habilidad.
Huelga decir que los personajes son especialmente importantes en ‘La torre vigía’. En especial, el trío constituido por Felix-Laura-Clare y, más en concreto, esta última, utilizada sin pocos reparos por la voz narrativa para representar sus opiniones, en un intento de defender la necesidad de una mujer autónoma en una sociedad realmente libre, dónde la “libertad individual” no dependa, como hoy aún lo hace, del sexo con que se nace. Una importancia que no está a la altura del retrato de algunos personajes, en nuestra opinión, excesivamente estereotipados o planos para lo que el mensaje de fondo exige. Además, creemos, de haber desaprovechado al padre de las hermanas en cuanto contrapunto.
En todo caso, ‘La torre vigía’ (Impedimenta, 2020) resulta una lectura intensa, con momentos de enorme literatura -destacamos su principio y su final-, con bajones de ritmo, pero también con un mensaje suficientemente potente y claro como para sostener la novela hasta el final. En cuanto a los personajes, Clare y Shaw son los motores de una historia que recorre las distintas formas en que una mujer puede sufrir la violencia de baja intensidad, tan manifiesta como eficaz, de las personas sin empatía que recorren nuestras calles y que, en no pocos casos, actualmente ocupan puestos de responsabilidad. Una radiografía actual, vigente y que hace de este libro una lectura que, por desgracia, no deja de reflejar la situación de muchas mujeres en la actualidad.