Una película con Isabelle Huppert siempre llama la atención: su presencia escénica, su voz rasgada, su mirada gélida, atraen al espectador y logran a menudo aumentar el interés de un filme que, sin ella como protagonista, quizá lograría (en el mejor de los casos) pasar desapercibida. Algo parecido le sucede a «La viuda» –título nada original que le han dado en castellano al original «Greta»: seco y directo, sin más–, película con la que Neil Jordan vuelve a la gran pantalla –qué lejos quedan sus mejores películas, de «Juego de lágrimas» (1992) a «El buen ladrón» (2002), pasando por «Desayuno en Plutón» (2005) y «The End of the Affair» (1999)–, director que en esta ocasión escribe el guion a cuatro manos junto a Ray Wright. Y se trata de un guion para un thriller, de esos que llaman “suspense psicológico”, que parece llegar fuera de tiempo, ahora que parece que estamos ya un poco de vuelta de todo; pero que merece la atención (sin entusiasmar, lo advertimos) por la presencia de Huppert. Práctica y únicamente por eso.
“Mi madre me decía que soy como el chicle: me cuesta despegarme”, se define a sí misma Frances (Chlöe Grace Moretz) en una conversación con Greta (Huppert), a quien conoce por casualidad: un día, yendo a su trabajo en un restaurante en metro, Frances se encuentra un bolso en un vagón y, mirando en su interior, halla los datos de Greta. Y tras pensárselo un poco –buenas personas que hay por el mundo, una advertencia: nunca penséis demasiado las cosas, luego pasa lo que pasa–, acude a casa de Greta para devolvérselo. De este modo comienza una relación de amistad entre ambas que, por lo intensa, ya debería hacer sospechar a la joven camarera. Para cuando, también por azar, Frances encuentra más bolsos en un armario en casa de Greta, se huele que la cosa no pinta bien y decide cortar por lo sano con su nueva “amiga”. Puede que entonces se dé cuenta de que el chicle de aquella metáfora no es ella, sino la triste y simpática señora que vive sola con sus recuerdos; desde entonces, Greta acosará a Frances de todos los modos posibles, haciendo su vida un infierno y sin que la joven apenas encuentre una salida. O quizá sí.
Hay dos maneras de tomarse esta película: en serio o con divertida complicidad. Si es la primera opción, el espectador puede llegar a la conclusión de que el filme de Jordan, como su guion, tiene más agujeros que un queso de Gruyère, agota pronto su fórmula (apenas veinte minutos después de empezar ya sabes de qué va la cosa) y repite fórmulas mejor planteadas que habremos visto hace un par de décadas. En cambio, si el espectador se toma la cosa un poco a guasa, acabará disfrutando (sin pasarse, eso sí) con una película que lo fía todo a su protagonista (Huppert, no Grace Moretz), con la que no acabaremos por simpatizar (¡que es la mala de la peli!) pero sí casi celebrar con ella aquellos puntos que se anota en su particular juego del ratón y el gato.
Mucho más tampoco le podemos pedir a un guion que se construye a partir de lugares comunes, se le notan demasiado las costuras e incluso en un par de ocasiones le da gato por liebre al espectador (incauto).
El resultado es una película entretenida, con un metraje más que ajustado (una hora y media más que suficiente), un ritmo no trepidante pero sí eficaz y unos actores secundarios que lo hacen bien (Maika Monroe, sobre todo, como Erica, la amiguísima de Frances) o que simplemente pasan por allí (Colm Feore o Stephen Rea habitual en el cine de Jordan). Y con la Huppert, claro está, que como te la encuentres plantada delante de tu casa con esas miradas que a veces pone, te da un patatús. Ver y olvidar al mismo tiempo, sí, pero al menos has pasado un rato entretenido… que es más de lo que otras muchas películas te acaban dando. Y ya.