Los años 80. Década de profundos cambios en lo social, lo cultural, lo político. Y también en lo cinematográfico. A lo largo de estos diez gloriosos años se produce un resurgimiento sin precedentes del cine de aventuras y del fantástico. Junto con Indiana Jones expiran las peripecias Jedis de Luke Skywalker y de su Alianza Rebelde; Conan el Bárbaro (1982) y el pek Willow (1988) se convierten en iconos del cine de espada y brujería, mientras Mad Max, lejos aún de la Cúpula del Trueno, reclama su espacio dentro de una Ciencia Ficción que sólo tiene ojos para Blade Runner (1982).
Es una década prodigiosa, que legará un tipo de cine inolvidable e inimitable. En estos dos lustros, el séptimo arte está asistiendo, sin saberlo, al final del cine como entretenimiento inteligente, del vehículo para contar espléndidas historias. Los veinte años que seguirán después serán de una enorme aridez, salpicada, de vez en cuando, por la brillantez excepcional de algún que otro director único, como Clint Eastwood, Steven Spielberg o Sidney Lumet. Veinte años en los que no se ha creado casi nada digno de entrar por la puerta grande de la posteridad, que han visto languidecer carreras (el caso más flagrante es el de Ridley Scott) o que, en contadísimas ocasiones, ha visto hasta despuntar otras (Sam Mendes, Christopher Nolan, los hermanos Coen y Fernando Meirelles).
La memoria de la mayoría de los lectores de esta página se trasladará sin problemas a esas películas mágicas, llenas de encanto, de esa década que es, a la vez, su década. No será difícil enumerar Cristal Oscuro (1982) o Dentro del laberinto (1986), de Jim Henson films hoy imposibles, o los Goonies (1985), del director en el que nos detendremos en este artículo, Richard Donner, por ser padre de una de las fábulas más bonitas rodadas en este periodo: Lady Halcón (1985).
Donner se involucró en este proyecto tan personalmente que, además de ejercer labores en la dirección, también puso el dinero para su realización. El padre cinematográfico de Superman (1978) quedó cautivado por el desgraciado romance de Etienne Navarre e Isabeau d’ Anjou, destinados a ser lobo durante la noche y halcón durante el día como consecuencia de una terrible maldición que los condena a amarse en los pocos segundos que separan el sol de la luna.
La trama que cuenta “Lady Halcón” ya la hemos desgranado unas líneas más arriba. Un ex capitán de la Guardia llamado Etienne Navarre (interpretado por el holandés Rutger Hauer, ya en el panteón de los inmortales tras su papel de Roy Batty, el líder de los Replicantes Nexus 6 a los que se enfrenta Harrison Ford en Blade Runner) suspira por poder volver a besar a su amada Isabeau (la bellísima Michelle Pfeiffer), maldecida, al igual que él, por el siniestro obispo de Aquila (John Wood). Tras descubrir cómo un joven y mañoso ladrón llamado Philippe Gastón “el Ratón”(Matthew Broderick) escapa de las inexpugnables prisiones del castillo- fortaleza de Aquila en el día de su propia ejecución, Navarre ve, al fin, una esperanza de regresar a la ciudadela en la que una vez sirvió y en la que espera dar muerte a su malvada autoridad eclesiástica, para acabar, definitivamente con su infortunio.
Los 80 no volverán jamás. Pero nos han dejado un sinfín de retazos para recordarlos. La espada de cristal, de Crissé, en el comic, Taron y el caldero mágico, en el exigente universo de la animación (basado en el libro El caldero negro, segundo de la pentalogía “Las crónicas de Prydain de Lloyd Alexander), o Lady Halcón, dentro del cine, son buenos ejemplos para reconstruir una época irrepetible.