En una temporada construida en torno al desarrollo emocional de los personajes y a conversaciones más o menos profundas, más o menos metafísicas, que el capítulo final de «Loki» haya consistido esencialmente en una larga exposición no debería pillarnos por sorpresa. La épica no ha estado en peleas de espadas ni en ningún alarde de CGI (más allá de las vistas del Multiverso liberado y en expansión). Ha estado en las decisiones, en el rechazo rotundo y final a tropezar con las mismas piedras de siempre. En el Dios del Engaño abriendo su corazón, siendo sincero y esperando que eso bastase.
No ha bastado. No para Sylvie, que aún tiene un largo camino que recorrer. Ni, esta vez, para mí. No tengo pegas que ponerle al argumento, tampoco a la resolución como tal. Ni siquiera al villano (Jonathan Majors), aunque nos lo hayan presentado en el último momento y eso deje el capítulo descompensado. Es difícil cerrar una trama de forma satisfactoria cuando antes debes dedicar tantos minutos a poner en situación al espectador, en lugar de dejar simplemente que las semillas que se han ido plantando semana a semana den sus frutos.
Es muy posible que esté en la minoría y no deja de ser irónico que el aspecto que más me había gustado hasta ahora sea el que me haya dejado fría en esta ocasión. Incluso con Tom Hiddleston dándolo todo y trasmitiendo con maestría la vorágine interior que sacudía a Loki. Me ha sonado hueco, a predecible. Algo que precisamente este personaje nunca debería ser. Su evolución, llevada con tanto esmero, ha resultado ser tan total y omnipresente, que para cuando el dilema final se ha presentado, no ha sido tal. Ya sabíamos que no habría trono que pudiera tentarle. Ya sabíamos que sería honesto, pues lleva siéndolo prácticamente desde Lamentis.
El destino de la realidad misma estaba en la balanza y, sin embargo, no he sentido que hubiera nada en juego. Al menos no tanto como debería. El guión tampoco ha sido de ayuda, plano y por momentos insulso.
Ha faltado chispa, dualidad. Un protagonista que hiciese algo más que sentarse y escuchar, con la excepción de los últimos minutos. Que tuviese permitido llevar el peso de la trama. Que tuviera un plan, un as en la manga, una ambigüedad que nos hiciera dudar y mordernos las uñas por la tensión.
El futuro, desde luego, se presenta lleno de posibilidades, imprevisible e inmenso, pero esa es otra historia. Esta que nos ocupa ha quedado a medias, en tierra de nadie. No sé si es consecuencia de las películas que vendrán o de la segunda temporada que ya está confirmada. Esto último me da esperanzas. El episodio encaja mucho mejor como mitad de temporada que como finale.
Las cartas están sobre la mesa y el protagonista contra las cuerdas, su corazón está roto y el universo es un caos, pero el caos es su hábitat natural.
Dije hace semanas que de las respuestas que nos dieran dependería mi valoración de la serie, pero me temo que debo rectificar. Las respuestas, creo yo, están a la altura, pero falta la energía del Loki que trataba de engatusar a quien se le pusiera por delante para salirse con la suya.
El villano puede ser el héroe, pero para ello no debería ser requisito dejar atrás su iniciativa, su astucia y todo aquello que le convirtió en un más que digno adversario de los Vengadores.
En definitiva, ha sido una temporada más que disfrutable, de ideas ambiciosas, atención al detalle, mimo y dedicación palpable delante y detrás de las cámaras. Pero la ejecución ha pecado de inconstante y al desenlace, homenajes al “Planeta de los Simios” aparte, le ha faltado garra.
Loki ya no está a la sombra de Thor, pero aún falta para que el sol brille verdaderamente sobre él.