Los clásicos alcanzan tal consideración gracias a que, en su día, aportaron un valor extraordinario a lo que entonces existía. Sin embargo, el mismo tiempo que te lo dio en un presente concreto, puede que en el futuro te lo quite. Tal es lo que ha hecho el hoy con esta novela clásica del ayer: ‘Los desposeídos’ (Minotauro, 2021; originalmente publicada en 1974) de la extraordinariamente influyente Ursula K. Le Guin (USA; 1929-2018).
Con esta novela estamos ante uno de los textos de ficción asentado sobre ideas filosófico-políticas más influyentes de la ciencia ficción contemporánea. Una novela claramente marcada por el contexto de la guerra fría, que sí sigue teniendo una valiosa lectura contemporánea en cuanto a su desarrollo ideológico, pero cuya trama, personajes y desarrollo han quedado anquilosados. En su descargo, diremos que los esquemas narrativos que usa aquí Le Guin no son los característicos de la mayoría de su obra. De hecho, son más propios de otro gran maestro de este tipo de novelas, Stanislaw Lem, y quizás por ello fracasa de forma tan clara a la hora de coordinar a la trama con las ideas.
La construcción de personajes está tan asentada en la filosofía moral que da sentido a la novela (el liberalismo, el comunitarismo y una indefinida socialdemocracia) que se olvida, durante decenas de páginas, de darles un motivo vital más allá del intentar aclararse respecto a porqué son quién son y el motivo por el que deben vivir sus vidas haciendo las cosas como las hacen -y no de otra manera-. Y, cuando anota algo sobre la trama, vuelve a olvidarse otra vez durante otras decenas de páginas, para volver a acordarse nuevamente… entrando así en un ciclo que nos aleja de la novela cada vez más.
Y eso que la trama, en las pocas notas que nos deja durante los primeros tres cuartos de la novela, sí posee elementos de interés y atractivo.
El punto de partida nos lo da Shevek, un brillante joven científico del planetoide Anarres (digo “planetoide” porque hay confusión respecto al tipo de objeto estelar que es), de moral pública en algún punto intermedio entre el anarquismo de Piotr Kropotkin y el comunitarismo de Alasdair MacIntyre, que es enviado, no sabemos bien por qué motivo, al planeta Urras, de moral pública también en algún punto entre el liberalismo de John Rawls y el anarquismo libertario de Robert Nozick. Dos mundos, aparentemente opuestos, que se encuentran frente a frente.
El aliciente a este encuentro es una teoría del tiempo que podría marcar un antes y un después en el progreso humano; superaría a la relatividad y permitiría, por ejemplo, la comunicación a una velocidad igual (o quizás superior) a la de la luz. En ambos mundos hay quién trabaja sobre esto, pero quién defiende las bases de esta teoría y está más avanzado en su desarrollo es, precisamente, Shevek. ¿Cuál es el motivo por el que Anarres dejaría marchar a su principal baza científica hacia su principal antagonista? Aquí entra la crítica a los mecanismos de validación científica de Anarres, totalmente burocratizados y liderados por un “científico” trepa, mediocre y sin talento llamado Sabul. Para Sabul, el trabajo de Shevek solo es útil en cuanto él pueda sacarle provecho. Inicialmente, la relación entre ambos es como la de un becario en un departamento universitario con su jefe, pero, llegado a un punto, Shevek se planta y le da sopas con honda. Sabul decide deshacerse de la molestia, precisamente, dejándolo marchar.
Ya con él allí, aprovechando la coyuntura, Urras intenta sacar ventaja de la desavenencia para acceder al conocimiento de Shevek y, así, ser ellos quienes den el salto hacia adelante que la teoría les supondría. Para ello, expondrán a Shevek a un cerco propagandístico donde, aislado de todos los males de Urras -un mundo asolado por la desigualdad, la miseria y el hambre-, intentarán por todos los medios convencer a Shevek de que en Urras estará mejor. Exponiéndolo a un debate filosófico entre las bases morales de ambos mundos, no dudarán en hacer lo que sea para conseguir lo que quieren. Mientras tanto, Shevek se debatirá entre aquello en lo que él cree y aquello que él quiere (lo bueno no suele coincidir con lo deseado), volviendo constantemente al pasado dónde construyó los pilares y fundamentos de quién es.
La base ficcional de «Los desposeídos» es pobre, está mal construida
Mientras este debate tiene lugar, la novela tampoco duda en hacer guiños fugaces a otros subtemas. Entre ellos está el feminismo: pues Odo, la fundadora de Anarres y quién asentó originalmente las bases de su moral pública, era una mujer. Como lo era también Gvarab, quién comenzó a dar los primeros pasos en la nueva teoría que Shevek quiere precisar y refinar, y que era despreciada e incluso ridiculizada por sus compañeros (con Sabul a la cabeza). O las mujeres de Urras, conscientemente desplazadas y humilladas por un sentido excluyente de la posición social por los varones.
También hay pinceladas de crítica a la calidad democrática; al sentido de la igualdad de oportunidades si está condicionada en su realización a través del acceso a dinero; el concepto de justicia y su realización práctica en las sociedades individualistas; una interesante reflexión sobre el fetichismo de la mercancía y la relación de las personas con la vida a través de la “posesión” de cosas y personas (de ahí el título de la novela); u otros temas. Todos ellos estrechamente conectados con el sentido moral que caracteriza a ambos mundos, pero desligado de los personajes y del sentido de lo que ocurre en la trama de la novela.
Todo este manejo aparentemente sencillo de ideas complejas hizo que, en su día, ‘Los desposeídos’ fuese una novela multipremiada con los más significativos galardones; entre ellos, la “triple corona” de Hugo, Locus y Nébula. Además de ser una lectura apasionante para todos aquellos interesados en la filosofía moral. Pero la lectura narrativa y la base ficcional es pobre, está mal construida y, sin esas ideas morales que son el motor total de esta narración, todo se vendría abajo cuan castillo de naipes. Ahora, según los gustos e intereses de cada uno/a, decidid si os acercáis o no a una propuesta clásica de la ciencia ficción.
Conocí a esta autora por los Cuentos de Terramar, obra que sigue estando entre mis lecturas favoritas y con la que me hice adicto al género de fantasía. De este libro no había escuchado hablar hasta ahora, debo decir que me sorprende la crítica, aunque creo que está bien fundamentada. Supongo que el tiempo no siempre es generoso con todo lo que se hizo en años anteriores.
Aún así tal vez le dé una oportunidad, solo para quitarme la curiosidad. Gracias por compartir su reseña.
Solo una muy breve observación. Nozick en su obra más famosa «Anarquía, Estado y Utopía» se encarga de darle una justificación al estado, no persigue ningún anarquismo libertario y podría decirse que Nozick es un opositor al anarquismo.