Después de la puñalada en el estómago que tan alegremente nos metió Novik con El graduado, nos presenta un caleidoscopio plagado de sentimientos contradictorios cuyo choque es tan violento e intenso que aturde y bloque el pensamiento. Los enclaves dorados es el tercer y último libro de la trilogía Una educación mortal de Naomi Novik, publicada por Umbriel.
Tras los acontecimientos de El último graduado, El no sabe bien qué hacer con su vida. Solo puede repetir en su cabeza una y otra vez las últimas palabras que le dedicó Orion antes de empujarla fuera de la Escolomancia. Destrozada por la culpa y retorcida por el amor que reticentemente reconoció sentir por él, El apenas es capaz de darse cuenta de que su sueño de salir con vida del internado se ha cumplido. Deprimida y reconcomida, El únicamente puede pensar en la muerte de Orion, devorado por Paciencia, y en su deber por liberarle de esa prisión interminable y agónica de vísceras, ojos suplicantes y bocas muertas de hambre: tiene que matarle.
Desde el primero libro, El ha hecho un esfuerzo titánico por ser una buena persona, aunque casi nunca ha sido sincera consigo misma al respecto. Es un cascarón que ha ido rompiendo a las malas, empujada por las circunstancias, pero cuyo cambio es irreversible. Ese corazón que finalmente se expuso se vio cruelmente machacado y el odio interno que la ha ido persiguiendo toda la vida, que ella misma ha ido generando sin parar, se convierte en una maraña extraña a su alrededor que no termina de entender. En esta última novela es donde se hace más palpable la importancia de una red de apoyo segura para llevar la salud mental a bien puerto y no convertirse en una bomba con patas y el reloj averiado.
Con el objetivo de rescatar de su sufrimiento a Orion, El realiza un viaje con más millas que el de Willy Fog, apoyada irremediablemente por su madre, Add, Liu y Liesel. Esperaba que Chloe tuviera un papel más relevante tras los acontecimientos del libro anterior, pero, en fin. Una vez dentro del meollo del asunto, entiendo por qué Novik tomó esa decisión.
En lugar de polarizar de nuevo la situación, volviendo a la división tosca de un mundo en blanco y negro sin escala de grises de por medio, Novik incorpora color. Porque sobrevivir no es lo único importante. Una vida digna, independiente a la cruda diferencia de poder del sistema de clases, lo es. Y hay muchas esperanzas, frustraciones, promesas y tratos tras ese objetivo.
Con este título Novik no solo se dedica a darle una explicación a las incógnitas que ha ido dejando sin resolver a lo largo de la trilogía, algunas de forma más rebuscada que otras, sino de proclamar un grito a la esperanza a pesar de la mala leche del mundo. Es más fácil luchar por un mundo mejor, más allá de la distancia, cuando no estás solo.
Hay algunas explicaciones que me parecen un poco cogidas con pinzas, pero merece la pena en pos de la historia que Novik quería contar. Los enclaves dorados supone el final de una aventura que corre de cara al peligro, pese al miedo y la vulnerabilidad. Una historia para recordar.