En las primeras páginas del libro nos encontramos, en medio de un Londres victoriano, con Aurelius Wyllt, un joven que quiere escapar, como cualquier adolescente que se precie, del entorno seguro pero rutinario de su familia. Y dará el primer paso al conocer al Gran Houdin, un mago detrás de cuyos trucos el protagonista descubrirá que se oculta magia real. Otorgándole un don, Houdin convertirá a Aurelius en su aprendiz.
Y en una secuencia lógica, el joven se adentrará en el mundo mágico, se convertirá en uno de los mejores y derrotará al mal que los acecha. ¡Pues no! Cierto personaje no está de acuerdo, el universo se reajusta y a empezar de cero, en una realidad donde el Gran Houdin nunca ha pisado Londres. Y aquí, más o menos 130 páginas de tu precioso tiempo después, es cuando empieza la verdadera historia. Estaremos de acuerdo en que ningún libro debe tardar tanto en ofrecerle algo verdadero al lector. Tardé tanto en leer esta primera parte como lo que tardé en terminar el resto de la obra. Y encima soportando al sosainas de Aurelius, (un protagonista muy poco creíble que carga con el ya insufrible cliché del niño elegido, la profecía y el destino) y a un narrador omnisciente al que te da ganas de ponerle una mordaza para que deje de spoilear. ¿Pero qué necesidad hay de que me cuentes lo que va a pasar? ¡Deja que me sorprenda cuando ocurra todo!
Menos mal que luego aparecen los personajes secundarios y el mundo mágico al que llevamos casi doscientas páginas intentando llegar y el asunto mejora. Porque estos dos elementos son, sin duda alguna, lo mejor de “Los últimos años de la magia”. La llegada del maestro Caliban, un mago enano de lo más majete, de Gabrielle, encarnación de la Caperucita roja, y Hans Medio Erizo rescata al lector del tedio en que Aurelius lo tenía envuelto y la de vida al libro.
Fideu consigue manejar y dotar de un inefable carisma a casi todos sus secundarios, y muchos de ellos son personajes tanto históricos (Hans Christian Andersen, Nicola Tesla), como ficticios (Drácula y Mina Harker, Gepetto y Pinocho o Simbad el marino) de nuestra cultura más cercana. Sus apariciones (aunque breves y en algunos casos solo nominativas) y lo que pasa con ellos al final, es sin duda la mayor baza con la que juega este libro; lo que termina por conquistar a un lector hasta ahora indeciso.
El mundo victoriano de tintes sombríos en el que se desarrolla la historia también es un gran punto a favor. El universo en el que se mueven los personajes está bien desarrollado, y goza de un ambiente opresivo donde el temor a ser descubiertos por el Cazador de hadas, un ente que existe para regular el equilibrio mágico, mantiene atenazados a todos los hechiceros y criaturas mágicas.
La presencia de este brutal enemigo se convierte también en uno de los puntos más interesantes de la trama, puesto que es de los personajes más atractivos. Si la meta de Aurelius gira en torno a la derrota del malo, este villano tiene objetivos mucho más ambiciosos que cargarse a los buenos (que también). Aunque, todo hay que decirlo, Fideu podría haber elegido un nombre un poco más acojonante que Cazador de Hadas.
Por otra parte, he encontrado la narración poco afortunada. Al omnisciente bocazas se une un uso desacertado del resumen y la elipsis, pegando saltos que en ocasiones desubican al lector, y, lo peor de todo, omitiendo partes a mi entender muy vistosas de la historia, como, por ejemplo, el viaje de Aurelius a Arcadia. Por todas las criaturas fantásticas del mundo, no embarques a tus personajes en un mundo poblado por hadas si no vas siquiera a describirlo en profundidad.
Por no hablar del ritmo. Las primeras doscientas páginas parecen una eternidad, pero después pega un acelerón que en los últimos capítulos da vértigo.
Además, el tono no termina de encontrar el equilibrio entre lo adolescente y lo adulto, sin terminar de encajar en ninguno.
En resumen, “Los últimos años de la magia” es una obra desequilibrada. Por un lado tenemos unos personajes secundarios encantadores, un enemigo a la altura, un worldbuilding más que decente y una segunda parte que de verdad engancha. Por el otro un protagonista con el que no he logrado empatizar ni lo más mínimo, una narración mal utilizada, unos giros en la trama muy bruscos y un arranque demasiado lento.
¿Recomendaría el libro? Depende. Aunque en conjunto es una obra mediocre, he disfrutado tantísimo con el destino de los secundarios, que hasta valdría la pena leerla solo por eso. Ahora sí, si te atreves con ella, prepárate para tragar al típico protagonista elegido que tiene que salvar el mundo porque sí y se convierte en el mejor en todo dado su impresionante talento natural.
Una pena, la verdad, que una buena historia no pueda serlo solo por partes.
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