Nunca he sido muy amigo de las etiquetas, en ningún ámbito. La mera idea de que haya una forma “correcta” de disfrutar las cosas y otras que no lo son me parece una barbaridad, y por ello cada vez que me encuentro con la situación de una persona diciéndole a alguien que no es un verdadero gamer me saltan las alarmas, empezando por la de que haya una etiqueta para determinar si uno es o no un gamer.
Hay gente que está muy preocupada por las etiquetas y por juzgar la forma en que los demás pueden o no pueden disfrutar de algo. Sea lo que sea, porque siempre va a haber alguien dispuesto a decirte cómo debes comportarte para ser un gamer de verdad, un metalero de verdad, un/a hombre/mujer de verdad o un verdadero fan de los versos endecasílabos. Esto responde a la tan extendida práctica de generar bandos, de manera que haya un “ellos”, un “los otros”, los que no son como nosotros, un enemigo que nos haga sentir especiales por pertenecer al colectivo al que pertenecemos (todo esto perfectamente aplicable también a nacionalismos diversos, rivalidad entre equipos de fútbol, religiones, etc.); siempre se trata de lo mismo: nosotros y ellos.
La superioridad moral presente en casi todos los ámbitos invade también esta querida afición nuestra, y me cuesta entender que la gente vaya perdiendo el tiempo en juzgar a los demás y decirles cómo deben disfrutar de las cosas, con las que además suelen ser casi siempre visiones pobres, extremas y sesgadas.
Un servidor disfruta perdiendo la noción del tiempo inmerso en un buen RPG con una dificultad desafiante (algo cada vez menos habitual, por desgracia), viviendo la intensidad de un juego de estrategia en tiempo o real, saltando de plataforma en plataforma o echando unas carreras multijugador en Mario Kart. Y, aunque me encanta compartirlo con los demás y a su vez explorar sus sugerencias y preferencias, jamás se me ocurriría imponerle mis estándares a alguien y juzgar en base a ello cómo de “auténtico gamer” es. Sí, la diferencia entre Dark Souls y Candy Crush es inmensa, pero jugar al uno o al otro no te hace superior a los demás.
Así que disfrutemos de los juegos que nos gustan y dejemos a los demás hacer lo propio, tratando de comprender por qué disfrutan de lo que disfrutan, aunque no lo compartamos. Eso no significa que no podamos ser críticos, por supuesto; simplemente hemos de ser algo más empáticos, dejar de lado esa superioridad moral tan destructiva que poco a poco va corrompiéndolo todo y volver a la inocencia de disfrutar más de lo que hacemos que de que lo hacemos.