La variada y apabullante oferta televisiva de la que ahora disfrutamos -y en ocasiones padecemos- nos proporciona horas llenas de entretenimiento, y nos dificulta la elección de nuestra próxima píldora de ficción administrada por la “caja tonta”. Entre esta invasión de nuevas producciones se esconde mucha paja, pero también auténticas joyas, merecedoras de un lugar destacado. Es el caso de la serie “Merlí” y su secuela, “Merlí: Sapere aude”.
“Merlí”, creada y producida por Veranda TV (Grupo Godó y Boomerang TV), y emitida por TV3 (y posteriormente por Atresmedia) entre 2015 y 2018, sigue las andanzas de un profesor de filosofía del mismo nombre, que reta a sus alumnos a pensar de forma crítica y desprejuiciada, utilizando métodos combativos que le harán colisionar directamente no sólo con las autoridades del centro en el que imparte clase, sino también con sus compañeros de profesión, sus alumnos y sus familias. Podéis esta serie actualmente en Netflix, Movistar+ y Amazon Prime Video.
Merlí Bergeron (Francesc Orella) es un profesor de filosofía de instituto sexagenario y separado, que se ve obligado a vivir de nuevo con su madre, Carmina Calduch (Anna María Barbany) y su propio hijo, Bruno Bergeron (David Solans), anteriormente a cargo de su exesposa. Merlí encuentra trabajo en el instituto Àngel Guimerà, donde estudia Bruno -con quien no se lleva demasiado bien- lo que unido a sus poco ortodoxos métodos de enseñanza y a su falta absoluta de sutileza, llevará a no pocos y amargos desencuentros entre ambos.
El nuevo profesor intentará que sus alumnos piensen de forma crítica y adquieran las herramientas mentales necesarias para enfrentarse a los retos de su vida actual y a los que el futuro traerá consigo. Pero para lograrlo deberá ganárselos antes, y acostumbrados como están estos jóvenes a desdeñar la enseñanza reglada y a reconocer la inutilidad de gran parte de lo que se les enseña en el instituto, el objetivo de Merlí se convertirá en una tarea titánica, estimulante y con abundante juego sucio.
En un mundo cínico, con un futuro ajeno a ellos que parece ominoso e impersonal, los alumnos de Merlí -bautizados por él como “los peripatéticos– aprenderán de la filosofía cómo lidiar con sus frustraciones, cómo ganar poder sobre su destino, cómo enfrentarse a sus propias contradicciones, a reconocer las mentiras que la sociedad se cuenta a sí misma, y sobre todo, cómo dejar de vivir de forma pasiva, y convertirse en actores de su propio guion vital.
Con el paso de las temporadas, no sólo los alumnos y el resto de profesores se verán influenciados por las palabras y actos del profesor de filosofía, sino que Merlí también se enfrentará a sus propios demonios, y gracias a su contacto con el alumnado, su forma de afrontar la vida cambiará radicalmente, convirtiéndole en un ser humano más completo y cabal. Y quizá ocasionalmente algo más feliz.
En un claro guiño actualizado de “El club de los poetas muertos” (1989, dirigida por Peter Weir, con guion de Tom Schulman y protagonizada por Robin Williams), esta serie y su secuela enfrentan al espectador con su propia visión del mundo de la enseñanza y de la sociedad en la que vive, dejando un poso crítico envuelto en polémica que desató reacciones contrapuestas -algunas de ellas airadas- que tenían equivalentes claros en el guion. Merlí resulta ser un protagonista incómodo, poco tolerante con postureo ajeno -algo más complaciente con el propio-, una voz que desnuda los prejuicios y las mentiras en las que solemos envolvernos, y que, a pesar de tener la llave del pensamiento crítico gracias a una clara penetración mental, necesitará ayuda para enfrentarse a sus propios demonios interiores, a su propia concepción de la vida.
Pero también los alumnos adquieren un protagonismo que logra rivalizar y en ocasiones eclipsar al del excéntrico profesor que consigue despertar su espíritu crítico. Si bien Merlí pone las bases críticas iniciales de la serie, el espectador se verá a menudo retado y situado en un brete moral por los mismos alumnos y los retos a los que se enfrentan a diario, que ponen en cuestión un modelo de sociedad individualista, egoísta y falsario, cuyas costuras quedan cada vez más claramente al descubierto.
“Merlí” es una apuesta arriesgada precisamente porque obliga al espectador a cuestionarse cosas que a menudo da por sentadas -con la inestimable ayuda del humor mordaz y en ocasiones hiriente de algunos protagonistas-, pero la habilidad en la dirección de Eduard Cortés y del guion de Héctor Lozano, Mercè Sàrrias y Laia Aguilar es tal, que resulta relativamente sencillo quedarse con el mensaje positivo y con la enseñanza que transmite. Todos tienen algo que enseñar, nadie tiene la verdad en propiedad, y en esta serie no tienen cabida los discursos absolutos.
Por supuesto, es esta una serie que puede llegar a incomodar precisamente por la forma que tiene de enfrentarnos con nosotros mismos o a nuestra experiencia con la ajena. Trata temas controvertidos sin paños calientes, y se dan varias visiones de un mismo asunto, sin sacralizar a nadie ni a nada, incluido el protagonista principal. ¿Pero no es precisamente lo que necesitamos ahora mismo? Conocer el mundo y actuar en consecuencia, en la medida en que sea posible. Veremos diseccionados conceptos como el machismo y el feminismo, la homofobia, el racismo, el clasismo, los nuevos modelos de familia, la realidad del trabajo en España, la variedad de prácticas docentes, el nacionalismo (periférico y centralista), las deficiencias de las propuestas y prácticas de todo el espectro político español… y ya sabemos lo controvertido que todo esto resulta.
La fortaleza del guion se ve ampliada por un reparto excepcional, que nos muestra muy a las claras que hay presente y habrá futuro en las artes escénicas de nuestro país. Los personajes, hábilmente escritos, son interpretados por un elenco del que cabría destacar muchos nombres, pero haré mención expresa de tres nombres que en mi opinión destacan sobre el resto -lo cual es mucho decir-: la barcelonesa Anna María Barbany, el carismático moncadense Carlos Cuevas (Pol Rubio, protagonista del Spin-off) y la también barcelonesa Elisabet Casanovas (Tània Illa). Sin ellos tres, la serie no sería la misma, aunque estemos ante una producción coral que antepone el argumento a cualquier protagonismo.
En fin, si aún no has disfrutado de esta serie y esta humilde crítica sin spoilers te ha animado a hacerlo, adelante, me das una sana envidia. Es de esas series con las que uno querría encontrarse por primera vez después de verla.