Cualquiera que atraviese las puertas de ‘Metamorfosis’ (Siruela, 2021) tiene que hacerlo dejando a la ciencia y a la biología a sus espaldas. Pues, aunque aquí es la “vida” el concepto central sobre el que todo gira, no es su conceptualización celular la que domina sino la espiritual, próxima a ese vitalismo tras la “Gaia” de Lovelock que atraviesa el tiempo y la Historia. Una forma de mirar a la vida que no es la usual en estos ensayos y que, precisamente por esto, hace de esta lectura un ejercicio edificante de especulación digna de gozarse con calma y a fuego lento.
El punto de partida está en la “continuidad de la vida”. Una idea que es, en esencia, la extensión filosófica del famoso enunciado de la Ley Lomonósov-Lavoisier o Ley de conservación de la materia según el cual “nada se crea, nada se destruye, solo se transforma”.
Aunque algunos de sus saltos parecen poco lógicos, hay en el estilo y la narrativa de ‘Metamorfosis’ algo que te atrapa irremisiblemente desde su comienzo hasta su final
Este punto de vista, adaptado al vitalismo de Gaia, exige una chispa originaria, un momento de creación a partir del cual la vida se impone, se recicla y continúa ad eternum mediante un ciclo sinfín de reencarnaciones. Una idea que nos lleva, a su vez, al reciclaje de otra interesante premisa: la de que todos somos polvos de estrellas, sucesores de un mundo anterior inerte pero que, en cuanto poseedor de la chispa originaria, del cuál surgió la vida hoy dominante, no puede per se considerarse muerto o carente de vida.
¿Cómo, si no, hubiera sido posible el surgir de la vida a partir de lo inerte?, ¿qué sentido tendría, de hecho, pensar que lo inerte no posee la condición de ser capaz de crear vida?
Esta omnipresencia de la “vida” en la materia, independientemente de su estado, lleva a Coccia al concepto central de este ensayo que, además, le sirve de título. La “metamorfosis” es la idea de la “vida” como condición universal que solo el tiempo crea y transforma, haciendo surgir a nuevos seres vivos o, ¿por qué no?, volviendo al estado inerte del que alguna vez toda la vida que conocemos surgió.
Un origen compartido que a todos nos iguala
Una “metamorfosis” que es también la expresión de la idea del “uno” absoluto, de un origen compartido que a todos nos iguala, nos reúne y nos fusiona, un “uno” informe del que todos hemos sido (¿y somos?) parte. Este “uno” es peligroso, porque podría suprimir la individualidad o, por lo menos, su sentido. Pero Coccia lo sublima hasta equipararlo a una especie de “matriz” de vida, origen al que todos nos debemos, pero también a partir del cual podemos expresarnos como seres individuales, particulares y distintos a todo lo pasado y todo lo anterior.
La herencia no es, por tanto, un concepto relevante en la filosofía de este ensayo. En cuanto todos somos una expresión del “uno”, todos somos una metamorfosis suya y, aunque sí es verdad que establecemos vínculos y asociaciones con otros, estos lazos no son en caso alguno de una fortaleza tal que nos impida expresarnos, manifestarnos y “vivir” como seres plenamente individuales; incluso anárquicamente desvinculados de cualquier forma de autoridad o intento de restringir nuestra voluntad.
Es así como llegamos a la premisa principal de este ensayo: esta vida a partir del “uno” hace que todos los seres vivos compartamos la misma vida, la misma vida originaria transformada y metamorfoseada infinidad de veces en el tiempo. Esto hace que la vida por nosotros detentada, ejercida, “recibida” si nos ponemos especialmente transcendentales, no sea realmente “nuestra” sino una expresión de aquel momento originario “presente” en este tiempo y de esta “forma”.
La provisionalidad de la vida
Al aceptar esta provisionalidad de la vida, también se relativiza todo lo que a su “forma” concierne y, en consecuencia, también a su clasificación “morfológica”. La humanidad misma, en cuanto categoría, pierde su sentido, se borra y se desdibuja; lo mismo pasa con las demás especies e, incluso, con nuestro planeta y nuestro estudio de los ambientes dónde esta “forma” de la vida se expresa.
La ecología y el planeta Tierra no son más que expresiones especulativas de la vida posible en todas sus formas dentro de un contexto determinado. Otros hábitats, otros espacios y otros planetas pueden, desde el mismo estado inerte desde el que surgió, adquirir otras formas y expresiones.
De aquí el salto último y arriesgado de Coccia sobre la vida, su forma y la muerte
En cuanto toda forma es provisional y toda la vida, en cuanto surgida de ese “uno”, carece de espacio y está solo condicionada por el tiempo, incorpora también en su estado a la muerte. Desde esta muerte inevitable, mecanismo de la “metamorfosis” y la “reencarnación”, es que Coccia relativiza también a la enfermedad e, incluso, se atreve a universalizar a lo microscópico (bacterias, virus y otras formas de vida unicelular) como las universales. Lo hace en cuanto, por su naturaleza simple, son los microbios las formas de vida que surgen primero y con mayor probabilidad, se adaptan mejor y volverán a surgir cuando la muerte (o el estado de lo inerte) vuelva a imponerse.
Aunque algunos de sus saltos parecen poco lógicos, hay en el estilo y la narrativa de ‘Metamorfosis’ (Siruela, 2021) algo que te atrapa irremisiblemente desde su comienzo hasta su final. Quizás sea la curiosidad tras su premisa principal, o la necesidad de conocer lo atrevido de alguno de sus meandros. En todo caso, es un ensayo que no deja indiferente, que obliga a reflexionar, retador y estimulante, sobre la “vida” y su sentido a través del tiempo.