Eileen es una mujer adulta que nos narra los acontecimientos que cambiaron su vida cuando era una joven de 24 años en X-Ville, como ella llama a su pueblo, en unas navidades de los años 60. Desde una visión ya más madura, nos habla de su padre, viudo tras una enfermedad fatal de su madre, policía retirado y alcohólico paranoico con su seguridad, que vive recluido en su casa y que exige a Eileen un suministro habitual y constante de alcohol. Nos habla de su trabajo en la prisión de menores del pueblo y de su hermana Joannie, que huyó de la casa paterna en cuanto tuvo la oportunidad.
Pero, sobre todo, Eileen nos habla de sí misma. Se trata de una mujer, en sus propias palabras, fea, delgaducha, que acostumbra a ponerse la ropa enorme de su madre, a comer mal, quizá unos cacahuetes y un trago de ginebra a lo largo del día; obsesionada con mantenerse en un estado raquítico y con una obsesión por sí misma, Eileen tiene graves problemas de sociabilización, lo que la lleva a ser esquiva incluso con aquellos que la tratan correctamente.
En las navidades en las que la historia comienza, una hermosa mujer, Rebecca, entra a trabajar en la cárcel de menores, llamando la atención de Eileen y provocando que se plantee, al fin, tener una amiga, incluso una amante, aunque con consecuencias no esperadas para ninguna de las dos, lo que llevan al inicio de la historia, el día que Eileen huyó de X-Ville dejando atrás a su padre, su trabajo y su vida de autocontemplación y victimismo.
“Mi nombre era Eileen” es una obra completamente magistral por su turbiedad. Eileen es una especie de adolescente tardía, inmadura y perturbadora, con ideas tan sumamente desconcertantes que provoca que el lector se sienta, a veces, horrorizado con sus ocurrencias. No sólo no se siente pena por ella, sino que su constante inadaptación al mundo, a las relaciones sociales, hacen que estemos totalmente de acuerdo con la vieja Eileen cuando nos narra esos días que cambiaron su vida, y provoca que suspiremos cuando por fin se resuelve todo, sea como sea, al final.
Moshfegh tiene una prosa exquisita, vibrante, que hace difícil frenar la lectura en algún punto. Es un libro para leerse del tirón, puesto que atenaza los sentidos y encoge los músculos previendo las siguientes ocurrencias de Eileen, temiendo porque el próximo movimiento antisocial pueda ser aún más turbio que el anterior, espantándonos mientras nos llevamos las manos a la cabeza.
Eileen es un personaje nada entrañable con el que, sin embargo, el lector conecta desde el minuto uno. Esa conexión explora nuestros más oscuros deseos de una manera magistral, ¿quién no ha pensado cosas horribles después de una bronca con su padre? ¿Quién no ha querido mandarlo todo al cuerno, trabajo, casa, estudios, en un día cualquiera de su vida? Por eso, “Mi nombre era Eileen” entra tan bien por los ojos del lector, porque, al fin y al cabo, todos llevamos una Eileen dentro, que probablemente jamás llegue a salir al exterior, pero que, en determinados momentos, haríamos lo posible porque así fuera, obviando las normas sociales de cortesía o el espíritu de supervivencia.
Si tengo que sacarle un pero a la novela sería la parte final, cuando los pensamientos de Eileen se transforman en acción y comienza el thriller prometido. Aunque no deja de ser la novela igual de turbia que en las páginas anteriores, la acción repentina desvía un poco el supuesto objeto anterior de la novela y parece que llega a una conclusión precipitada, aunque sin desmerecer el resto del libro.
Turbio, pasional y recomendable. Un descubrimiento que espero que nos dé muchas alegrías en el futuro.
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