De la carrera cinematográfica de Mark Wahlberg desde 1994 personalmente me quedo con sus papeles en dos espléndidas películas: «Boogie Nights» (Paul Thomas Anderson, 1997) y «Los infiltrados» (Martin Scorsese, 2006). El resto de su filmografía ha generado mucho cine de acción (sobre todo) y algunas comedias gamberras (el díptico Ted), así como algún papel no menos relevante («The Fighter»). No es un actorazo de aquellos que alabes sus talentos interpretativos (tampoco tiene demasiados registros, la verdad sea dicha) y muchos de sus filmes son tan alimenticios como prescindibles. Por ello, y ya en su cuarta colaboración con Peter Berg –tras «El último superviviente», «Marea negra» y «Día de patriotas»–, quizá «Milla 22» sea una película que se consuma con rapidez y se olvide con la misma celeridad, especialmente si su trama es tan inane como la que se presenta en esta ocasión. Pero, lo cierto es que el filme, de una duración quizá algo corta para lo que podría haber desarrollado con más ambición argumental (95 minutos, tampoco me quejaré al respecto), y al margen de sus agujeros, ofrece puro entretenimiento adrenalítico sin más. Y eso, en sí, ya es garantía de un éxito efímero, hasta que llegue el siguiente producto de corte similar.
Wahlberg interpreta a James Silva, líder sobre el terreno de un equipo de élite de la CIA, Overwatch, especializado en misiones encubiertas; un tipo duro, de esos que tienen la ceja medio levantada como Carlos Sobera pero que nunca la bajan no sea que la adrenalina que parece tener almacenada en esa parte de su cabeza vaya a diluirse como un azucarillo en un café hirviendo. En tensión permanente, Silva, que ya de pequeño era superdotado (quizá no haya flashbacks tan prescindibles como en este filme) y que alberga mucho nervio a punto de estallar, tiene una cinta en la muñeca que restalla cuando cree que va a perder los estribos (logrando únicamente que los espectadores se estresen con su gesto).
Una misión contra una célula durmiente de los servicios de espionaje rusos en territorio soviético termina con más pena que gloria (los agentes de Overwatch buscaban unas cargas de cesio de efecto letal), pero nos ofrece unos primeros minutos de intensidad en un filme que precisamente no anda escaso de ella. Al cabo de un año y medio, una nueva misión se presenta en un país del Sudeste asiático no mencionado (pero que tiene todos los números de ser Indonesia): el agente de policía Li Noor (Iko Uwais) se entrega en la embajada estadounidense del país, ofreciendo revelar dónde se hallan los últimos restos de aquel cesio perdido a cambio de salir del país y conseguir asilo en Estados Unidos. Para ello, pues, el equipo que lidera Silva deberá transportar a Noor de la embajada a un aeropuerto, a 22 millas (de ahí el título de la película), donde espera un avión. Como podemos suponer desde ya, el recorrido no será ni fácil ni tranquilo.
Desde prácticamente su inicio, y aun intentando tejer una trama de espionaje y dobles (cuando no triples) agentes, al más puro estilo «Homeland», si por algo destaca el filme es por sus secuencias de acción. Todo lo demás, incluidas subtramas secundarias que no llevan a ninguna parte –del pasado de Silva a los avatares personales de la agente Alice Kerr (Lauren Cohen), pasando por algún intento de mostrar la dicotomía entre la diplomacia abierta y las misiones encubiertas–, queda supeditado a una sucesión de escenas de alto voltaje, coreografiadas hasta el más mínimo detalle, destacando las que suceden en la propia embajada estadounidense, cuando agentes del país tratan de eliminar a Noor (y para lucimiento de las artes marciales de Uwais), y en un edificio residencial donde el equipo busca refugio cuando la policía local va a por ellos, cueste lo que cueste. Incluso el intento de elaborar un guion de más empaque dialéctico, con dimes y diretes entre estadounidenses y autoridades locales del estilo de “este prisionero es mío; no, es mío; entrégamelo, no me hagas perder el tiempo; y un cuerno, ven a cogerlo; y tanto, prepárate que voy; a mí plin, que yo duermo en Pikolín” (con otras palabras, pero básicamente en esta línea), queda supeditado a lo que importa: culminar esas 22 millas hasta el aeropuerto y lograr sacar al prisionero del país. ¿Te acuerdas de «16 calles» (Richard Donner, 2006) con Bruce Willis como policía neoyorquino que debe trasladar a un detenido para que testifique ante un tribunal, a dieciséis travesías de distancia? Pues parecido, pero con más pirotecnia.
El resultado, pues, es una película simplona, pero muy efectiva. Si logras superar la tirria que genera el personaje de Mark Wahlberg (quizá de los más estúpidos que se han presentado en la gran pantalla en los últimos años), dejar a un lado la inanidad de las cuitas de algunos personajes secundarios, olvidar que John Malkovich (sí, aparece en este filme) está totalmente desaprovechado (es el coordinador de Overwatch entre bambalinas) y que no te importe demasiado el mensaje algo fascistoide de fondo, pasarás una hora y media la mar de entretenido. Al cabo de un par de horas ya habrás olvidado este filme, pero tampoco te habrá importado demasiado.