Tomemos como ejemplo dos de las novelas más populares de la reina del género, Agatha Christie: “Asesinato en el Orient Express” se desarrolla en el interior de un tren bloqueado por la nieve y “Diez negritos” transcurre en una solitaria mansión construida sobre una isla.
Es precisamente en un tren bloqueado por la nieve donde se inicia la narración de “Misterio en blanco” (Siruela), del autor británico J. Jefferson Farjeon, y en una casona aislada (en este caso, no por las aguas del océano, sino por las nieves del invierno) donde trascurre la mayor parte de la trama.
Es Nochebuena y una gran nevada obliga a detenerse a un tren, procedente de la estación londinense de St. Pancras, en las inmediaciones del pueblo de Hemmersby.
Los seis pasajeros de un vagón de tercera clase, contrariados ante la perspectiva de tener que pasar la noche allí y no llegar a sus respectivos destinos para el día de Navidad, debaten la posibilidad de abandonar el tren y recorrer a pie los ocho kilómetros que los separan del pueblo, para ver si en su estación hay trenes en circulación.
Repentinamente, uno de ellos, el anciano señor Edward Maltby (miembro de la Real Sociedad de Psicología y firme convencido de su capacidad de percepción de lo paranormal) abandona el vagón en solitario. Otros cuatro -los hermanos David y Lydia Carrington, la joven corista Jessie Noyes y el anodino oficinista Robert Thomsom– deciden hacer lo mismo, en parte por la necesidad de llegar a sus destinos, en parte preocupados por la suerte de Maltby. Sólo el desagradable señor Hopkins se queda en el vagón.
Pronto se dan cuenta de que la nevada no les permitirá llegar al pueblo de Hemmersby y de que su situación en medio de la tormenta es verdaderamente comprometida. Afortunadamente, encuentran una casa de campo aislada en medio del blanco paisaje nevado de la campiña. Y, lo más sorprendente, con su puerta abierta y toda una serie de indicios de haber estado ocupada hasta unos minutos antes de su llegada, pero sin rastro de vida en la misma.
En la casa no solo hay muestras claras de que sus ocupantes la abandonaron apresuradamente, como la chimenea encendida o el agua en ebullición, lista para preparar el té. También hay indicios, como los de las habitaciones preparadas o la bien provista despensa, de que allí se esperaban visitas para Navidad. Lo que no hay es rastro alguno de sus habitantes.
Pronto llega a la casa el señor Maltby, acompañado de un desconocido, el hosco y amenazador señor Smith (¿acaso otro viajero del tren?). Y, cuando David rescata de la nieve al pelmazo del señor Hopkins, todos los ocupantes del vagón vuelven a reunirse, esta vez bajo el techo de la misteriosa casa.
La narración transcurre con altibajos, manteniendo en ascuas al desorientado lector, tan ignorante de lo que ha ocurrido como los propios personajes. Por no haber, no hay ningún crimen del que se tenga noticia, ni en la casa ni en el tren. Y, sin embargo, una sensación de desazón lo impregna todo, en parte motivada por una presencia extraña y misteriosa que se manifiesta en la casa y en parte debida a una serie de indicios que, sin ser concluyentes, apuntan en la dirección de uno o varios crímenes.
Poco a poco, guiados principalmente por el personaje del señor Maltby, que desempeña el papel de un atípico investigador, la trama va avanzando y comienzan a explicarse la presencia de Smith y los motivos del extraño comportamiento inicial del propio Maltby.
Pero es solo en la recta final, con la llegada de otros personajes, estos sí vinculados de una u otra manera con la casa, cuando se desvelan los crímenes cometidos allí y todo comienza a cobrar sentido. Aunque para ello haya que remontarse a una oscura muerte ocurrida en ese lugar muchos años atrás.
Novela de trama compleja y aire teatral, despliega un abanico de personajes originales (aunque un tanto esquemáticos) y logra sumir al lector en la misma sensación de desconcierto que ellos sufren. Pero en su recta final las dudas se disipan y la explicación de las situaciones vividas resulta satisfactoria: todo encaja.
Sin duda un acierto del autor es que el aspecto sobrenatural, estando ahí durante toda la novela y contribuyendo a tensar la atmósfera de la casa, no resulta determinante para resolver el enigma. No se trata pues de una novela que combine el género policiaco con el fantástico o el terror. Simplemente, es fruto de una época (la novela fue publicada originalmente en 1937) en la que mucha gente creía que la percepción del pasado era algo que podía estar al alcance de nuestros sentidos o de nuestra técnica.
Buena iniciativa pues la de Ediciones Siruela al incluir esta novela en su Colección de Clásicos Policiacos, tras el éxito editorial de una reciente reedición en el Reino Unido que ha resucitado el interés por su autor. Un autor de larga y prolífica carrera en el género detectivesco y al que Dorothy L. Sayers calificó como «un insuperable maestro en el marco de las aventuras de misterio».
La traducción del inglés ha estado a cargo del eficaz Alejandro Palomas y de nuevo Gloria Gauger ha sabido encontrar la más evocadora de las pinturas para la ilustración de cubierta.
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