Esta reseña crítica la voy a comenzar de forma inhabitual: aconsejando, o más bien implorando, que no se comience la lectura de esta novela por su “Introducción”. Sí es verdad que, habitualmente, la colección “Letras populares” de Cátedra, donde se ha publicado el año pasado “Mono y esencial” (Cátedra, 2017) de Aldous Huxley, nos ofrece muchas claves previas que enriquecen después la lectura. Pero esta vez no es así. Si se comienza por la “Introducción”, lo que posiblemente pase es que se condicione la lectura, que se llegue al texto de la novela repleto de prejuicios sobre lo que leeremos a continuación. Y eso nadie lo quiere, ¿verdad? Jesús Isaías Gómez López nos ofrece una forma personal, peculiar e intransferible de entender la novela. Pero Huxley la escribió para que fuese el lector inteligente quién la desentrañase. Y por eso apostamos nosotros aquí también.
Incluso, tirando piedras contra mi propio tejado, aconsejo no seguir adelante con esta reseña. Dejarlo aquí. Quedarse, simplemente, con que se trata de una novela arriesgada en cuanto a su estilo, una distopía clásica pero donde a las evidencias habituales se le suman otras muchas piezas encajadas a modo de puzle -preparadas para ser moldeadas por la lectura y encajadas en el conjunto según la comprensión de cada uno-. Y, sobre todo, quedarse con la idea de que es una novela que merece la pena leerse. Y hasta aquí puedo leer.
Asume tus propios riesgos si decides no hacerme caso y hacer scroll a esta reseña.
Piénsalo un poco mejor, anda. Te aseguro que merece la pena pasar de esta reseña y disfrutar de la novela. Vuelve solo, si sigues teniendo curiosidad, cuando la hayas terminado.
Tanto si no me has hecho caso (mal hecho), como si sí lo has hecho y estás de vuelta, quiero agradecerte tu interés por “Mono y esencia”. Porque es una novela retadora, no apta para todos los públicos, y eso demuestra que eres una persona lectora curiosa. Quien seguramente se haya dado cuenta de su extraña estructura narrativa: dos partes, una primera muy corta y que sirve como carta de presentación y pórtico (“Tallis”), y una segunda donde se combina el lenguaje cinematográfico con el novelesco para crear una forma de comunicación textual innovadora y rompedora respecto a lo habitual tanto entonces como ahora (“El guion”). Esta doble estructura nos desorienta porque, al manejar cada una de ellas un tiempo distinto, 1948 la primera y 2018 la segunda, y estar relacionadas entre sí (a través de la forma del guion cinematográfico), nos tomamos con voces narradoras que se dirigen a nosotros desde distintos planos, con distintas intenciones cada una de ellas, creando cierta confusión. Pero tranquilos. Ambos son textos que dejan bien claro que William Tallis, guionista hollywoodiense desaparecido, y autor del texto de la segunda parte, es únicamente el motor ficcional de una historia con intenciones más profundas: utilizar el futuro postapocalíptico (2108) de forma alegórica para analizar el riesgo nuclear existente en el presente (1948). La mano autoral nos tiende un hilo llamativo que los conecta a ambos.
La primera parte es un pórtico, una presentación de intenciones. La mano autoral, escondida tras la voz narradora, nos deja su opinión sobre aspectos clave como la evolución moral de la especie humana (insensible respecto a la muerte de Mahatma Gandhi), la crítica al “comercialismo” como nuevo canal para las relaciones humanas (desplazando a la empatía), el “antiamericanismo” como escusa para la explotación y otras formas de abuso, o la relación íntima entre el cine y la novela ambas entendidas como “literatura”. Todas estas claves aparecen como fogonazos, breves y directos, en una historia fugaz e introductoria, a modo únicamente de apunte o clave interpretativa para lo que vendrá a continuación (“El guion”), verdadero centro neurálgico de la novela.
A partir de aquí, la persona lectora comienza su trabajo de análisis y desentrañamiento. La voz narradora nos entrega las llaves y, cruzado el umbral de la segunda parte, seremos nosotros quienes nos adentraremos en sus distintos elementos, sacaremos nuestras conclusiones, e interpretaremos el texto a nuestra manera.
En mi opinión, Huxley realiza en esta novela una traslación de varias teorías y enfoques respecto a la humanidad y su interpretación, a la hora de explicar cómo somos y porqué hacemos lo que hacemos. Al mismo tiempo que desarrolla un mensaje personal de crítica y de esperanza respecto a nuestro futuro como especie. Y no solo las introduce sibilinamente, sino que las hace protagonistas, pues son estas teorías las que condicionan algunos aspectos clave del argumento de este “guion”. No es baladí, por ejemplo, que la “neotenia” que apunta ya en 1939, cuando publica “Viejo muere el cisne”, defendiendo que la especie humana quizás se haya quedado estancada en cierto período evolutivo temprano como primate, se retome aquí oportunamente a través de una humanidad degradada en mono babuino y gobernado por Belial (representado como un mono). Este estado evolutivo no se entiende, entonces, como una degeneración sino como un momento transitorio, cuya esperanza reside en el tiempo.
Esto nos lleva al “psicoanálisis” y, en concreto, a los conceptos de tabú y tótem apuntados por Freud a comienzos de siglo, y desarrollados después por Carl G. Jung a la hora de articular su concepto de arquetipo. Cuando la voz narradora diseña la sociedad postapocalíptica y postnuclear de 2108 lo hace con un tótem (Belial) representante de valores degradados y degradantes, vistos a su vez como positivos por quién lo admira. El mismo Freud vinculará el totemismo, en este caso la adoración a Belial, con el infantilismo, con un estado todavía inmaduro de desarrollo (Neotenia); así como con la ambivalencia, o una confusión esencial en el ser humano, entre el deseo y la prohibición.
En el texto, esta ambivalencia se declara respecto al sexo. Pues, aunque Belial prohíbe el sexo (salvo en una época muy concreta), lo que supone una castración activa, a su vez permite su práctica descontrolada a través de “los calientes”, un grupo estigmatizado como degenerado y anómalo pero inevitable -pues representa la desviación de la norma, o sea, el tabú-. Sin el tabú, el tótem no podría elevarse como esa referencia de poder que intenta ser para todos los miembros de la tribu.
Por otro lado, a la hora de analizar más en concreto las causas del conflicto bélico nuclear causante del apocalipsis, la voz narradora apunta a la ideología, a la creencia, al proceso de elevación de una idea por encima del ser humano, de su vida y de su existencia. Tan absoluta es su crítica que, a la hora de buscar una creencia representante de este procedimiento de deshumanización, recurre a un todo donde suma la religión, el estatismo (o nacionalismo de Estado) y el tecnificismo (derivado malvado de la Ciencia y hermano del cientificismo, por cuanto se desconecta de su fin para convertirse exclusivamente en un “medio para” al servicio de intereses espurios). Contra este “todo”, representado por Belial como tótem y personificado en su representante el Archivicario, se erigen desde extremos opuestos -pero complementarios- las figuras del doctor Poole y de la mujer babuina Loola.
El doctor Poole es un biólogo procedente de Nueva Zelanda, una de las pocas zonas del planeta que se han librado de la hecatombe nuclear, que llega al sur de California para inspeccionar, investigar y reconquistar para la humanidad estos territorios después de pasado el peligro. Loola es una mujer-babuino, seguidora de Belial, cuya mente ha sido devorada por completo por las normas y las creencias del tótem, pero cuyo contacto con Poole le cambiará la vida para siempre. Ambos proceden de dos de los caminos criticados en esta historia. Poole es un científico que representa a una disciplina donde la técnica no ha conseguido todavía desconectar a la vida de su sentido (posiblemente, si Huxley viviese hoy en día se echaría las manos a la cabeza con la clonación o la ingeniería genética). Loola representa a una especie devorada por el culto al líder, el seguidismo acrítico respecto a las normas, quién además llega a mostrar un intolerante desprecio frente a todo lo anómalo o lo distinto.
Y aún así, siendo distintos como son, resultan ser la esperanza de la humanidad. O, por lo menos, parece serlo su unión (¿su descendencia, las generaciones posteriores?), cuyo espacio vacío -en cuanto esperanza- representa esa oportunidad que la humanidad tiene de redimirse, de abandonar su camino de autodestrucción y volver al sendero evolutivo del que se ha desviado para caer en esto que hoy en día es.
No la había leído nunca, pero “Mono y esencia” (Cátedra, 2017) me ha sorprendido como una distopía que es, a la vez, una novela de ideas, un experimento creativo, una alegoría crítico-social de la especie humana, y una llamada a la reflexión esperanzada en la posibilidad de un futuro mejor para todos/as. Siendo tantas cosas a la vez, en todos sus aspectos destaca como un texto audaz, inteligente, valiente, retador, a la altura de personas lectoras excepcionales. Como tú, que has llegado hasta aquí (o eso espero) en otro análisis, personal como todos, de una distopía extraordinaria cuya lectura será imposible que pueda dejarte indiferente.
Tanto si ya la has leído como si vas a hacerlo ahora, enhorabuena.