El primer error no fue el mío. Sin embargo será por el que comenzaré. Cuando vi aquél libro en la mesa de novedades me sentí atraído por el título y el sello de la editorial le añadió valor. Que el autor fuera Andrea Camilleri, escritor de novela negra y creador del infame y anestesiante comisario Montalbano, no le dio muchos puntos a favor. No obstante, opté por hacer una excepción y creer los elogiosos comentarios de la contraportada así como, y sobre todo, confiar en una editorial que hasta el momento (exceptuando a J.K. Rowling; otro ejemplo de mala literatura) no me había decepcionado nunca. Ese, confiar en una editorial, fue el tercer error.
El segundo error fue la decisión de Salamandra de publicar tamaño compendio de historias anacrónicas y carentes de interés. La decisión, no solo de esta editorial, de publicar autores extranjeros (aunque las traducciones al castellano pierdan mucho con respecto a lo que transmite una obra en su lengua original) con un público fidelizado e índices de venta ya contrastados. Porque las editoriales de este país tan solo buscan hacer negocio. Es duro decirlo, más de uno querrá golpearme en la cabeza con sus botas de cancán. Sin embargo, es la verdad. Se publica lo que vende. La literatura ha quedado parada, atrasada. No evoluciona como puedan hacerlo otras disciplinas artísticas. Los autores se acomodan en prosas aburridas, pasadas de moda y en ritmos narrativos que deberían quedar recogidos en el pasado. Y las editoriales, claro, alejadas ya de aquellas que buscaban dar a conocer obras excepcionales, lanzan los libros al mercado como un cuidador de zoo que alimenta a los leones marinos con peces atiborrados de medicamentos. Este, este es el segundo error, apostar por un libro tan solo por el nombre del autor. Cuando la realidad es que “Mujeres” debería haberse quedado sino en los cajones de su creador, sí, en Italia. Pues no aporta nada nuevo, no instruye y ni siquiera cumple con la misión más elemental de cualquier novela, que es entretener.
El primer error corresponde al autor. Un señor que debió comprender que las razones que da para la creación de esta obra no son más que paparruchas (usemos un término anticuado para un señor anticuado también). Su error radica en expresar unas opiniones respecto a las mujeres y más tarde reflejar otras muy diferentes. También se equivoca al delirar durante doscientas soporizantes páginas de las formas más seniles que uno pueda imaginar. Y esto, cuando te sucede con una persona mayor que te cuenta su vida está bien y se debe respetar. Pero cuando te cuesta el dinero y el tiempo, y cuando colabora a ocupar lugares en las librerías ya debe despertar menos simpatías. Para poder comprar este libro una persona joven ha de trabajar más de cinco horas en una cadena de comida rápida, otros han de dedicar un día de su salario (sorpresa, sorpresa, en este país eso del salario mínimo es como las aventuras de Andrea Camilleri en su libro, ficticias). Por tanto, el lector está en su derecho de pedir que las editoriales le ofrezcan calidad y no hagan como las mencionadas cadenas de comida rápida; es decir, ofrecer basura preprocesada.
Pero pasemos a hablar de algunos de los defectos que han despertado esta oleada de ataques. Cuando uno lee un libro titulado “Mujeres” puede esperar muchas cosas. En este libro se supone que hemos de encontrar un cántico, una loa, a aquellas mujeres, reales o ficticias, que han marcado la vida del autor. Sin embargo, lo que desde luego no cabe esperar son las fantasías de un viejo verde. El autor critica en determinado momento la concepción de la mujer en el arte (se ve que la realidad se la salta) como un mero objeto estético, dotado de interés meramente por sus atributos femeninos y no por otros procedentes de su inteligencia, personalidad e incluso aquellos que derivan de su propio sexo (sí, hombres y mujeres son distintos). A partir de ese punto comienza una sarta de descripciones carentes de habilidad y atractivo de mujeres con las que Andrea Camilleri se ha cruzado bien en la realidad, bien en el lavabo y con los clínex.
Él delira alegremente durante doscientas páginas, ofreciéndonos descripciones de trozos de carne de esta o aquella procedencia y con este o aquel aspecto. Entre tanto, uno se siente transportado a lomos de un narrador, generalmente en primera persona, casi tan apático, carente de personalidad e interés como sus personajes femeninos. La forma de narrar es formal, tan formal que aburre y seca el cerebro. Cabría esperar más lirismo a la hora de hablar de mujeres que han tenido un peso especial en tu vida. Pero es que a lo que el lector asiste es a los delirios de un anciano que fantasea con las mujeres que en el pasado lograron lo que hoy día la viagra ya no logra en él. El libro da una concepción de la mujer pasada de moda, equivocada e incluso, puede, denigrante. No se le debería dar excesiva publicidad en una sociedad en la que se aspira a la igualdad. El principal defecto de “Mujeres”, a pesar de lo dicho, es que es aburrido, es tremenda, enorme y estroboscópicamente aburrido. Tanto es así que quise emplearlo para matar a una araña y ni siquiera tuve que aplastarla. Fue suficiente con colarlo frente al pobre bicho (un quelicerado, en realidad) y esperar a que su influjo acabara con él.
Eso sí, no hay faltas de ortografía… Claro que solo nos faltaría eso.
Quisiera aclarar que, a pesar de haberlo mencionado en repetidas ocasiones, no soy de la opinión de que los autores ancianos hayan perdido el don de la escritura. Es más, encuentro tan ofensivo y cargante el mercado literario actual que cuanto más tiempo lleve muerto el autor, mejor. Mi opinión es que el señor Camilleri debió haberse quedado relegado al teatro, o como mucho al subgénero de la novela negra, y nunca haberse adentrado más allá. No por su edad, sino por aquello que dice el dicho de no pedir peras al olmo.
Hay cosas por las que luchar. Algunas, como un gobierno con políticos decentes están perdidas de antemano (política y decencia no van de la mano). Otra, como no perder una gran tradición editorial, no colaborar a disminuir la calidad de las obras publicadas y la confianza del lector en la existencia de unos editores capaces de detectar, avalar y arriesgar por el talento, no están aún perdidas. Ojalá que nunca lo estén. Pero si cada publicación de este estilo es alabada y no se le lanzan las flechas ardiendo que merece, acabaremos leyendo libros que tendrán más de hamburguesa de un euro que de un trabajo fruto de un verdadero proceso creativo de calidad. Por mi parte, Salamandra ha perdido mi confianza de lector. Y prometo que nunca más volveré a dar un voto a autores del estilo de Andrea Camilleri.
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