Que un servidor enfatice su carácter de físico del campo no implica que sólo perciba el terruño de la investigación científica. Todo lo contrario, no hay más característico de las noches del campo que observar con admiración a las estrellas y plantearse enigmas filosóficos sin ningún tipo de contaminación de las doctrinas académicas. Por ejemplo, preguntarse si alguna forma de vida en alguno de esos astros brillantes. Difícil es, aunque no imposible y tal vez pueda reseñar algo así en esta web en un futuro próximo, determinar si hay algún tipo de vida en torno a alguno de esos puntos luminosos centelleantes en ese fondo de estrellas fijas. Más accesible a nuestras capacidades científicas es la búsqueda de vida extraterrestre en nuestro Sistema Solar.
De momento, salvo algunas pistas de que podría haber vida actualmente en Marte (y las evidencias son muy discutidas) parece que no tenemos evidencias de que existe vida en la superficie de alguno de esos otros mundos. Pero una cuestión muy diferente es si realmente existe vida más escondida en algunos de esos mundo, no sólo los planetas sino también en algunas lunas de los gigantes gaseosos.
Al hilo de estas reflexiones es conveniente traer a colación el artículo Alternative Energy: Production of H2 by Radiolysis of Waterin the Rocky Cores of Icy Bodies de Alexis Bouquet, Christopher R. Glein, Danielle Wyrick y J. Hunter Waite, y que ha sido reseñado en algunos portales de noticias sobre ciencia. Se trata de un estudio que analiza una serie de procesos físicos y químicos muy interesantes que podrían acontecer en el seno de algunos cuerpos con núcleo rocoso y algún tipo de océano o regiones con agua líquida bajo una superficie helada.
Lo autores presentan un modelo del proceso de radiólisis en mezclas de agua y roca en diversos mundos en los que se sospecha que existen océanos bajo la superficie: Encélado, Ceres, Europa, Titania, Oberón, Plutón y Caronte. Analizan cómo la radiactividad disocia moléculas de agua para generar hidrógeno molecular en los interiores de estos mundos de hielo. En su modelo la radiación es emitida por elementos de larga vida y que pueden encontrarse en el tipo de roca que se cree que compone estos mundos y absorbida parcialmente por el agua entre el núcleo rocoso y la superficie helada.
Como indican los autores el hidrógeno en sí mismo es un componente esencial en el estudio de una hipotética bioquímica extraterrestre, pero otros productos de la radiólisis también son algunos compuestos oxidantes y sulfatos de enorme interés astrobiológico. Los resultados del modelo demuestran que en los entornos de estos mundos podría haber condiciones de habitabilidad favorables para organismos con una bioquímica basada en el hidrógeno y esos compuestos.
Siempre son interesantes todas estas propuestas que plantean formas de vida alternativas, aquellas que van más allá de los ambientes más convencionales de nuestro planeta. Creo que hay que tener muy en cuenta que en todo caso los límites vendrán dados más por la física y las vías de la química para el establecimiento de un metabolismo y la complejidad que por los propios de la vida sobre la Tierra. En cualquier caso, todo eso resulta muy interesante, ya que en los últimos años el rango de mundos en los que buscar vida en el Sistema Solar se amplia. Es muy probable que no la encontremos más que en uno o dos de estos mundos, quizá en ninguno, pero aún así el espacio de configuración de los mundos habitados es más amplio y complejo de lo que no hace mucho se creía, y más próximo al imaginado por la ciencia ficción. Para fascinación de quienes amamos este género de ficción proyectiva.
Para finalizar, es interesante que los autores citan en el último párrafo de sus conclusiones los trabajos que analizan la posibilidad de la existencia de una biosfera en bajo la superficie de nuestro planeta, un mundo de bacterias extremófilas que viven en las rocas a gran profundidad. Una visión más extrema y que expande aún más el rango que el conservador escenario de los mundos con océanos bajo el hielo. De hecho, la hipótesis de la biosfera profunda tiene ya un cuarto de siglo y fue introducida por Thomas Gold en su apasionante artículo The deep hot biosphere, en el cual, también, consideraba la posibilidad de un conjunto de nichos favorables para la vida en el Sistema Solar mucho mayor de lo esperado. Desde luego la astrobiología no dejará de darnos sorpresas, o al menos eso creemos los físicos del campo que nos maravillamos con las noches estrelladas.