Hans Schnier es hijo de una familia burguesa, acomodada y acaudalada, en la República Federal Alemana de mediados del siglo XX. Hace ya más de una década que la IIª Guerra Mundial ha acabado. Los efectos del Plan Marshall y de la intervención capitalista, para evitar la extensión del ideario comunista y socialista por la Europa occidental, han surtido ya plenos efectos. Hasta el punto de que la sociedad europea elitista, separada por una tenue capa de vanidad intelectual y cultural respecto al vulgo, hacinado ahora en barrios de bloques obreros construidos a toda velocidad con afán de control y contención, resurge ahora de sus cenizas. Una reconstrucción socioeconómica y cultural que ha recuperado los viejos vicios de este elitismo y ha incorporado otros nuevos.
Ante esta restauración del antiguo clasismo centroeuropeo en la sociedad alemana, Hans Schnier representa una fuerte reacción, casi podríamos decir que alérgica, a todo lo que esto trae consigo en todos los niveles de su sociedad. Tal es la magnitud de este rechazo que aparece y se expresa ante nosotros de una forma claramente virulenta, también a varios y distintos niveles. En el nivel social, Hans opta por una profesión, la de “payaso”, con la que se hace burla de los valores burgueses y se pone en solfa su pretendido elitismo cultural. En un diálogo de Hans con su familia, cuando le interrogan sobre su futuro, extrañados, le preguntan si quiere ser “actor”, a lo que él responde insistiendo en la elección más denigrante para su clan; actor no, payaso. Será esta mirada del “payaso”, (presuntamente) en el inframundo de la consideración cultural y laboral, la que diseccione a la sociedad alemana de su época.
Con esta decisión, Hans rechaza voluntariamente a sus raíces: reniega de su familia, desprecia el destino que tenían pensado para él y reúsa utilizar el paraguas protector de su condición para aspirar a beneficios o favores. Es más, sus hábitos y costumbres lo han conducido hacia una deriva que, en lo económico, lo ha llevado a ocupar el escalón más bajo de entre los payasos; cobrando por debajo de los treinta marcos alemanes por actuación. Esta quiebra económica aumentará las tensiones con su contorno inmediato que, en lugar de ayudarlo por la simple protección de la vida humana, por el mantenimiento humanitario de su dignidad y subsistencia, se limitan a ponerle trabas en forma de condicionantes, excusas o amenazas de distinto tipo. Otra forma más de mostrar la quiebra moral producida con la llegada del economicismo a las relaciones personales.
En lo personal, Hans parece vivir ante nuestros ojos lectores en una penuria sin posibilidad de remisión. Con todo, no estamos ante un caso de vagancia o de desidia, sino de las decisiones libres de un talento innato para la actuación, cuyas equivocaciones y riesgos (además de las mezquindades ajenas) ha relegado a ser la patética sombra de lo que una vez pudo haber sido y ya no podrá ser. Este descenso libre a las catacumbas se acompaña, siempre y en todo caso, de los empujones de los demás. Activos, cuando contribuyen con sus decisiones a ponérselo cada vez más difícil. Y pasivos, cuando le niegan el auxilio necesario para mejorar sus condiciones de vida o, simplemente, darle una oportunidad de empleo –que Hans no remolonea a la hora de buscar, a pesar de todas las trabas-.
Por si esto fuera poco, este descenso a las cloacas ha acabado por expulsar de su vida no solo a su familia, sino también al amor de su juventud: Marie. Tras varios años de relación, y haber pasado juntos las una y mil peripecias, Marie vuelve al entorno de seguridad del que Hans lo mantenía apartada. Para ella parecen pesar más sus convicciones morales, declaradamente católicas aunque en la práctica muestres una más que notable relajación, que aquella vida de libertad a la que Hans le abría las puertas de par en par. Al explorar la relación de ambos, y asistir a los intentos del payaso de Bonn por recuperar a su amor, nos internamos también en unos principios morales donde el catolicismo de neón campa a sus anchas: mucho más llamativo y espectacular en sus declaraciones de intenciones que en sus voluntades o sus hechos.
Tras esta novela social de arquitectura sólida y discurso crítico sublime, que es “Opiniones de un payaso” (Seix Barral, 2017; reeditada a partir de una traducción de 1965 y un texto publicado originalmente en alemán en 1963), está el todavía escasamente reconocido por estas tierras Heinrich Böll (Alemania, 1917-1985). Un autor reconocido con el Premio Nobel de Literatura en 1972, por haber sido una de las miradas más independiente y audaz de la Europa de postguerra, y por poseer una pluma excepcional. Capaz de legarnos obras tan sólida como ésta, y que ha alcanzado una de sus cumbres con la que es, en opinión de quién esto escribe, uno de los mejores textos literarios del siglo XX: “El honor perdido de Katharina Blum” (Seix Barral, 2010; originalmente publicada en 1974). Ambas novelas son lectura obligatoria en la comprensión de la Europa de postguerra y, a pesar del tiempo transcurrido, ambas guardan todavía luces y verdades contemporáneas.
Aquí está también esa tendencia de Böll, más que demostrada en vida, por ejemplo, con su encendida defensa de Wolf Biermann contra los ataques de la RDA, a defender una sociedad abierta basada en la moral pública, la solidaridad con el Otro o la generosidad. De esta creencia se deriva su suspicacia, y ataque frontal, contra la hipocresía de las religiones (especialmente, de la religión católica), contra la represión o la acción coercitiva generada por los aparatos institucionales del Estado, o contra la capacidad del ser humano para participar amoralmente de los engranajes organizativos del gobierno forzando la máquina de destrucción compasiva hasta el fin mismo de la vida humana (sea por la vía directa, o por la indirecta).
La comunidad lectora española debe aprovechar la oportunidad de acercase a la obra extraordinaria de este nombre fundamental de la literatura universal. Un autor e intelectual brillante cuya mirada crítica asistió, en vivo y en directo, al asentamiento de los cimientos de la sociedad que hoy tenemos. Y que, como otros hicieron en su día, dejó escrito con inteligencia extraordinaria, e incluso podría decirse que con ciertas dotes de adivinación, los vientos y las tempestades que de aquellos cimientos se derivarían.
No es casualidad que en “Opiniones de un payaso” (1963) se nos hable del odio al desfavorecido (hoy conocido por el rimbombante nombre de “aporofobia”), de la demasiada apariencia y poca moral tras los discursos religiosos, del descrédito de la piedad y la compasión como valores fundamentales (y fundadores) de lo humano…. Son elementos actuales hoy, pero derivados de una modernidad que Heinrich Böll vivió y analizó en primera persona. Su plena validez aún hoy, hace a su persona más interesante, a su obra más relevante y a su legado más extraordinario con el paso del tiempo. Y esto solo pasa con los más grandes.