En fin, ya os hemos dicho de qué va el cómic: de repente, a consecuencia de un determinado virus, la gente a escala mundial empieza a desarrollar superpoderes. Pero esos superpoderes se asignan de manera totalmente aleatoria, aunque en algunos casos tienen cierta lógica retorcida. Todos adquieren talentos especiales menos el pobre Michael Fischer que, precisamente por ello, adquiere automáticamente el estado de persona más extraordinaria del mundo, pues puede ser el “sujeto cero” del que salga la vacuna para curar esta epidemia de superhéroes que azota el mundo.
¡Esperad! A ver, que yo lo entienda: la gente adquiere superpoderes… ¿y quieren acabar con ello? Sí, amigos lectores. Porque, no nos engañemos: ¿qué haríais vosotros si tuvieseis algún tipo de superpoder? ¿Ponerlo al servicio de la comunidad? No. Lo usaríais sin duda, a menor o mayor escala, al servicio de vuestro propio beneficio. ¿O no? Pues, ahora, imaginaos eso por parte de todo el mundo y al mismo tiempo. Por eso hay que acabar con ello.
Veremos también adaptaciones mitológicas y culturales: un cruzado sobrenatural montado en un caballo flamígero a modo de jinete del Apocalipsis en Jerusalén, en Teherán veremos la figura del héroe legendario persa Rostam (el héroe persa más poderoso, de trayecto legendario y cuyas hazañas tuvieron lugar durante el periodo arsácida) derrotando a un Djinn, exactamente recreando esta escena, tomada de “El libro de los reyes”, obra poética escrita por el poeta persa Ferdouli hacia el 1000 y es la epopeya nacional del mundo de habla persa. El Shāhnāmeh cuenta la historia y mitología de Persia desde la creación del mundo hasta la conquista de Irán por las fuerzas islámicas en el siglo VII, y que se conserva en el Heritage Institute, en Florida. También veremos, cual pasaje de “Las mil y una noches”, un chaval en una alfombra voladora.
Pero no acaba aquí la cosa: en Seúl, al más puro estilo Kaiju, una suerte de divinidad coreana que, para mi demérito, no he conseguido reconocer, se enfrenta al fuego combinado de los carros de combate del ejército de Corea del Sur. Y…¿Jimmy Page —guitarrista de Led Zeppelin— gigante destruyendo puentes a golpe de acorde de guitarra de dos mástiles en Cachemira? ¿Será por esta conocida pieza musical del mismo nombre?
En fin, que nuestro pobre y frustrado fontanero intenta resguardarse como puede en un universo lleno de “súpers” en el que llega a enfrentarse a los propios fuegos del infierno, y su único objetivo es encontrar a su hijo y llevarlo a algún lugar a salvo. ¡Y menuda la galería de monstruos variados que se encuentra! Y no sólo es un fracasado a nivel vital (trabajo de mierda, poco deseable, sin ningún atributo especial, divorciado, un hijo, vive en un apartamento que parece un gueto tailandés…), sino que, encima, parece gafe. Pero todo cambia cuando la doctora Tara McDonald propone la búsqueda de algún ejemplar inmune para desarrollar una vacuna, dada la velocidad con la que la situación se está descontrolando. Pero algunos miembros del gabinete piensan otra cosa (curioso como los diablos van tomando el control del vicepresidente, que empieza generando pequeños angelitos a su alrededor, puesto que defiende una causa que considera justa, pero que luego se irá desmandando, ya lo veréis), y habrá de terminar llevando a cabo su investigación a solas, en un paraje debidamente aislado y relativamente secreto. ¡Por cierto! La doctora McDonald guarda un curioso secreto del que irá dejando alguna pista (págs. 53 y 69) y lo descubriréis al final. ¡Así que a descubrirlo tocan!
Pero lo que más llama la atención en este cómic es cómo se presenta de forma descarnada cómo afloran los impulsos más viles con la adquisición de poder. Siempre hay gente buena, por supuesto, como la doctora McDonald, Josh —el hijo de nuestro fracasado protagonista—, cierto taxista pakistaní o los propios vecinos de Fischer, que dejando sus diferencias aparte (ay, amigos, qué malo es deber dinero) le echan una mano en el momento más comprometido.
En fin, que lo que tenemos entre manos es la epopeya de un padre ordinario por mantener a su hijo, que es lo que él considera más extraordinario, a salvo de todos esos metahumanos chungos que llenan el mundo. Pese a todo ese humor negro, pese a todo ese manto de una vida lamentable, lo que nos ofrecen aquí es la historia de un padre que, en lo esencial, es ejemplar.
Además, en las últimas 6 páginas encontraremos jugosos extras: un artículo del experto en biología evolutiva J.V. Chamary que nos explicará los pormenores de la propagación de un virus y de cómo esos postulados se aplican al cómic que tenemos entre manos; varios bocetos y estudios de personajes y tres portadas alternativas de Alison Sampson y Ruth Redmond, James Harren y Neil Googe.
¿Y qué decir de los autores? Rob Williams hace gala de su veteranía como guionista, pues ya lo hemos visto en obras como “Escuadrón Suicida”, “Detective Marciano” o “Juez Dredd”, mientras que a D’Israeli (Matt Brooker) lo hemos visto como entintador de Sandman (algo se le ha pegado al estilo, por cierto), “Juez Dredd” o “Batman”. Así que podemos decir que “Ordinary” es lo que pasa cuando agarras a dos profesionales del medio con pericia probada y les dices: “venga, haced lo que queráis”. Se notan ganas de agradar y, sobre todo, disfrute a la hora de plasmar la obra.
¡Y no nos olvidemos que nuestros amigos de Grafito Editorial siempre nos aportan algo más! Con el cómic te regalarán una estupenda lámina exclusiva obra de Brian Ching y Michael Atiyeh.
Por lo demás… En serio: ¿Recibir superpoderes, así, de repente, sin saber qué va a tocarte, sin saber manejarlos y sin previo aviso? No sé, pero casi que no. Aunque… eso de generar de la nada una pinta de cerveza bien fría cuando te apetece tiene su puntito, tú.
A ver qué os parece. Es una lectura divertida, pero con momentos crudos, que refleja lo más miserable del ser humano y con la que estoy seguro de que disfrutaréis.
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