Cada día, miles de flotadores robóticos suben y bajan, registrando la temperatura en los océanos del mundo; los cuales absorben un porcentaje estimado del 90% del calor producido por el cambio climático. En el curso de la década, la sonda internacional Argo ha monitorizado una de las señales más estables del efecto de la emisión de gases efecto invernadero. Sin embargo, Argo tiene sus límites. Los flotadores no son capaces de ir más allá de los 2000 metros de profundidad, limitados por las tremendas presiones propias de mayores profundidades.
Ahora, la sonda podrá descender a mayores profundidades, donde es posible que acechen reservas escondidas de calor. El 7 de septiembre, el Cofundador de Microsoft, Paul Allen, anunció una colaboración de 34 millones de dólares con el gobierno de Estados Unidos que permitiría obtener 33 flotadores de grandes profundidades Argo, capaces de descender 6000 metros y abarcar el 99% del volumen del océano. La Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA por sus siglas en inglés), que es el organismo público que financia la participación de Estados Unidos en Argo, lo ha calificado como la primera colaboración público-privada para la monitorización sostenida de los océanos.
“En una época de presupuestos ajustados, las agencias federales han de obrar con cautela y rehuir tecnologías sin funcionalidad probada, como es el caso de la sonda Argo para grandes profundidades”, opina Bob Weller, oceanógrafo en la Institución Oceanográfica en Massachusetts Wood Hole, que en estos momentos lidera un grupo de expertos de la Academia Nacional de Ciencias, Ingeniería y Medicina para la investigación del futuro de la monitorización oceánica. “Debido a esta estrechez de fondos, hay billonarios filántropos que están teniendo la oportunidad de proporcionar apoyo para sistemas tecnológicos innovadores”.
La propia agencia NOAA ya patrocina 28 flotadores Argo de grandes profundidades, que en estos momentos están siendo testados en el Pacífico Sur y en el Índico. Pero la partida financiada por Allen, diseñados por la Institución de Oceanografía Scripps en la Universidad de California, San Diego, serán la primera que cumplirá con todos los estándares establecidos por el panel científico de Argo. Mientras que los flotadores Argo superficiales se fabrican con tubos metálicos, los de grandes profundidades tienen la forma y el tamaño de un balón medicinal, con una esfera de cristal resistente a la presión en su núcleo. Al igual que sus iguales de superficie, estos flotadores cambiarán su flotabilidad mediante el bombeo de aceite hacia o desde una vesícula acoplada. “Equipados con sensores para medir la temperatura, la salinidad y la profundidad, descenderán casi hasta el fondo oceánico y quedarán a la deriva. Cada 15 días, ascenderán hasta la superficie para transmitir datos vía satélite andes de sumergirse de nuevo”, informa Gregory Johnson, oceanógrafo en el laboratorio medioambiental marino del Pacífico de NOAA en Seattle, Washington, quien liderará el proyecto.
Una vez haya comenzado el experimento, 25 de los flotadores serán desplegados durante varios años en aguas profundas internacionales frente a la costa de Brasil utilizando el barco privado de Allen, el R/V Petrel. Los investigadores esperan poder encontrar calor “perdido” procedente del cambio climático. Desean contribuir a la que es considerada la mayor contribución de Argo para la ciencia: un manómetro fiel de cuánto está calentando el planeta el ser humano.
Aunque los científicos son capaces de monitorizar las crecientes temperaturas en la atmósfera, la gran mayoría del calor excedente atrapado por los gases efecto invernadero se absorbe por el océano. Debido a que la temperatura del mar cambia de forma lenta y estable, los datos de Argo proporcionan una mejor medida del calentamiento global que los obtenidos por en la atmósfera, que están inclinados a variaciones naturales, como el descenso de corta duración o “hiato” en la tasa de calentamiento de la pasada década que causó confusión pública y científica. “Un suceso como el hiato no se produce en el contenido de calor del océano”, informa el climatólogo Kevin Trenberth, “Lo que deja el calentamiento global como un suceso claramente evidente”.
Parte de este calor permanece en los 2000 metros superficiales del océano. Pero hay señales de que está llegando a mayor profundidad. Cada década, aproximadamente, desde los años ochenta, diversas embarcaciones han obtenido muestras de la cuenca frente a las costas de Brasil, donde 25 flotadores serán desplegados. Ahí, a unos 6000 metros de profundidad, una corriente agua helada fluye lentamente hacia el norte desde la Antártida. En cada una de las ocasiones en que se ha medido la temperatura del fondo de la cuenca, esta ha sido mayor, apunta Johnson. Esta capa profunda de agua helada también parece estar haciéndose más fina. Johnson desconoce si los cambios son debidos al calentamiento de las fuentes antárticas de las que esta corriente se nutre, o a una disminución del flujo que impulsa el agua helada al norte. Debido a la baja frecuencia con que ha sido posible obtener datos, es imposible atribuir estos cambios al cambio climático o a una variabilidad natural. Las sondas Argo de grandes profundidades deberían poder poner solución a esta incógnita.
Aunque las corrientes oceánicas reflejan los cambios con lentitud, tienen un gran impulso. Incluso si la humanidad cesara inmediatamente de emitir gases efecto invernadero, los océanos tardarían miles de años en recuperar el equilibrio una vez más.
Para ayudar a mantener las profundidades vigiladas, los oceanógrafos esperan poder construir muchos más flotadores de grandes profundidades. Estos cuestan a día de hoy tres veces más que un flotador estándar de Argo, los cuales rondan los 20.000 dólares; la financiación por parte de Allen pretende ayudar al programa a salvar este gran bache acicateando el interés comercial por fabricar estas sondas. En el caso de que las sondas de Brasil se desvelen fiables, Johnson espera que los Estados Unidos y sus compañeros consideren un despliegue de 1200 flotadores.
La alianza con Allen no evita que persista la incertidumbre acerca de la sostenibilidad de Argo. Con una vida media de cuatro años, los flotadores deben ser constantemente sustituidos. Las expediciones para desplegarlos en regiones remotas son difíciles de llevar a cabo. Muchos investigadores ven con preocupación que la contribución de Estados Unidos al programa —financia la mitad de la flota de Argo— pueda venir acompañada por un escrutinio de la administración del presidente Donald Trump debido a que los flotadores monitorizan el cambio climático. Además, hay un competidor potencial: Bio-Argo, un plan para equipar a los flotadores con sensores adicionales que puedan monitorizar medidas biogeoquímicas de los océanos como la clorofila. Dean Roemmich, un oceanógrafo de Scripps que lideró el proyecto original de diseño de Argo, advierte: “Cualquiera de estos factores puede revolverse y mordernos”.
Fuente: Science.