Cualquier análisis del Siglo de Oro español incluye entre sus principales figuras a Pedro Calderón de la Barca (Madrid, 1600-1681), pero casi siempre se hace hincapié exclusivo en su obra teatral y dramatúrgica; además de saltar bastante por encima de su vida y vicisitudes, tan interesantes como las de otros genios de su tiempo, pero opacadas por la legendaria rivalidad entre Lope de Vega y Luis de Góngora. Rememoramos con desmesurada alharaca La vida es sueño (1635), El alcalde de Zalamea (1636) o El gran teatro del Mundo (1655). Celebramos la variedad de su obra, con magistrales piezas en la tragedia, la comedia o el auto sacramental. Pero casi siempre pasamos por alto toda su demás obra poética no dramática, que es numerosa y también notable y excelsa.
A saldar esta deuda llega el volumen Poesía (Cátedra, 2018), con su edición a cargo de los profesores Luis Iglesias Feijoo (Universidade de Santiago de Compostela) y Antonio Sánchez Jiménez (Université de Neuchâtel).
En esta obra se recopilan y se analizan todas las poesías atribuidas a Pedro Calderón de la Barca fuera de su obra dramática, ordenándolas por estricto orden cronológico y, a partir de esta línea temporal, estableciendo varios grupos según su origen y la fiabilidad de su atribución. Un trabajo que nos llevará a analizar su otra obra de atribución indubitable (“Poemas de autoría segura o muy probable”), a conocer algunos de los poemas que se mueven en el discreto limbo de la poesía calderoniana (“Poemas de atribución incierta”), a leer los pocos cuya estilística permitieron una asignación durante mucho tiempo equivocada (“Poemas de atribución errónea”), además de conocer aquella obra lírica que -aun no siendo estrictamente dramática- sí estaba inserta dentro de su obra teatral (“Sonetos en las obras teatrales”).
Además, como colofón, podemos disfrutar como “Apéndice” del “Discurso de los Novísimos. Inferno”, un autógrafo calderoniano recientemente descubierto y al que, hasta ahora, no se le había dado la suficiente relevancia y dedicado el esmerado análisis en profundidad que sin duda merece -y aquí sí se le dedica-. Un tomo capaz de hacer las delicias de los amantes de la poesía del Siglo de Oro, de los curiosos de la época o de los acérrimos lectores de la obra de nuestro autor.
Hasta el punto de poder decir que este libro nos muestra a otro Pedro Calderón de la Barca o, por lo menos, a un autor distinto de la imagen predominante hasta hoy; por cuanto estos poemas nos ayudan a completar con seriedad y rigor las todavía numerosas zonas opacas presentes en su figura. Especialmente, mediante el estudio de la “Introducción” y, en concreto, la parte dedicada a la “Introducción a los poemas” donde, uno a uno, se va repasando a fondo su contexto, las cuestiones textuales que envuelven al poema, las principales notas relativas a su estilo, etc.
Será sobre todo en estas introducciones, además de en alguna de las notas críticas de los versos de los poemas, donde podremos conocer los esfuerzos de Pedro Calderón de la Barca por establecer su carrera literaria: participando con ahínco en los concursos dedicados a la figura de San Isidro (patrón de su ciudad), cultivando una relación -que según a quién leamos habría tenido tonos de amistad y/o de admiración mutua- con el ya entonces insigne Lope de Vega, transformado esa relación y apoyo en una lenta pero progresiva adopción de matices de estilo claramente gongorino, mientras tendía puentes con otros autores y editores de su tiempo (por ejemplo, participando en obras de homenaje) o hacia sus admiradores cortesanos o nobles o bien posicionados en la sociedad de su época.
Un retrato amplio y riguroso respecto a las fases atravesadas por nuestro autor, durante su larga y prolífica de su carrera autoral, desde su juventud hasta su madurez.
Por otro lado, ya dentro de lo que es el análisis crítico-textual de los poemas, conocemos también notas más personales sobre el estilo del autor; abriéndonos las puertas a su sentido del humor, a su capacidad para reírse de sí mismo a través de sus características físicas, a responder a sus críticos con versos llenos de brillante displicencia, o sobre su habilidad con los dobles sentidos para insinuar el evidente vínculo entre lo pícaro y lo amoroso, o la desbordante imaginación aplicada al intento de seducción de un lozano galán a un cántaro de barro.
Sin dejar de lado, por supuesto, a la temática religiosa: con loas a los santos (como al patrón de su ciudad natal, San Isidro), su reivindicación de un sentido ascético de la fe desarrollado a partir de una inscripción grabada en la verja del viejo coro de la Santa Iglesia de Toledo (estamos hablando, claro, del famosísimo “Psalle et sile”), o su insistente orgullo presente en no pocos poemas por poder aunar en su pecho la pertenencia a la Orden de Santiago con el hecho de haber sido designado capellán de los Reyes Nuevos de Toledo (no sin oposición y dificultades, pero designado al fin y al cabo).
En este volumen de Poesía (Cátedra, 2018) encontramos mucho más de lo que esta humilde reseña puede destacar. Pero todo lo que aquí hay, es un material extraordinario en el mapa editorial hispano (donde no existía, hasta esta, una edición de poesía calderoniana de esta guisa), que ayuda a comprender más y mejor a una de las figuras de la literatura castellana de la época. Sus editores lo hacen a través de distintas capas de información que permiten, así haciendo, una lectura poliédrica para una persona lectora heterogénea; interesada en la literatura de la época, en las figuras de este tiempo, en su historia cultural e intríngulis, o en todas estas cosas de vez.
Por ello, éste es un libro que no podemos dejar de recomendar encarecidamente.