El título provisional de esta crítica era “están locos estos mormones” y es que no creo que sea posible ver esta miniserie de siete episodios, disponible en Disney+, observar los repugnantes equilibrios mentales con los que algunos sustentan su fe, y no llegar a la conclusión de que el agua que beben debe llevar algún ingrediente secreto super tóxico que los vuelve a todos susceptibles de formar parte de la secta más abiertamente sectaria que se me ocurre, porque no concibo (o más bien no quiero concebir) otra manera de que tanta gente, voluntaria y decididamente, entreguen sus vidas a una religión de lógica tan desquiciada como es esta.

Obviamente existen practicantes con enfoques más moderados, que están además presentes en la serie. Y desde luego el fundamentalismo no es patrimonio único del mormonismo (quien esté libre de pecado…), pero tras el visionado de “Por mandato del cielo”, me cuesta pensar en unas raíces más podridas por intereses tan profundamente misóginos y materialistas, y tan obscenamente descarados en su codicia, resaltada ésta por su relativamente corta existencia como religión.

La serie nos lleva a los años 80 y aborda el caso Lafferty, cuyo punto de partida es el asesinato real de Brenda Lafferty (Daisy Edgar-Jones) y de su hija Erica, que contaba entonces con solo 15 meses de edad. Así da comienzo un thriller que va mucho más allá de preguntarse quién lo hizo.

por mandato del cielo

Tanto Brenda como toda su familia, incluida la política, eran miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, es decir, los mormones. Descubrir qué pudo llevar a alguien a desear (y ejecutar) su asesinato, así como el de su hija, conducirá a desentrañar los turbios orígenes de esta religión. Sus mentiras, medias verdades y los horrores con los que se ocultan, y la tergiversación más zafia de la historia.

A pesar de que se trata de un true crime, los detectives encargados del caso son completamente ficticios. Estos son Jebediah Pyre (Andrew Garfield) y Bill Taba (Gil Birmingham). Ninguna serie de este género puede tener éxito sin química entre su pareja de detectives, y por suerte este duo la tiene. Hay entre ellos una camaradería sosegada, basada en el respeto mutuo. Taba, un nativo americano, es el contrapunto perfecto a Pyre, un mormón que encuentra consuelo en su fe.

Andrew Garfield (tick, tick… Boom!) demuestra una vez más su talento (y ya van…), transmitiendo las dudas que le reconcomen con claridad pero sin aspavientos. Encarna con aparente facilidad a un hombre tan lleno de inseguridades, miedo y frustraciones, como decidido a hacer lo correcto, aunque ello suponga desafiar los cimientos sobre los que asienta su propia vida. Su mezcla de entereza, fortaleza moral y una humanidad entrañable le convierten en uno de los puntos fuertes de la serie.

Las interpretaciones son, en general, sobresalientes, así como la ambientación. Los guiones destacan por minuciosos, renunciando a un ritmo más ágil a cambio de aportar la mayor cantidad de información posible. El resultado es una serie que puede hacerse larga, extenuante por exhaustiva. El caso, sin embargo, no deja nunca de ser absorbente, entrelazando con habilidad pasado y presente. Tres historias que son realmente una: la investigación criminal, la historia de Brenda antes de su asesinato y los orígenes de los Santos de los Últimos Días, con Joseph y Emma Smith.

por mandato del cielo

Teología, política, drama e historia tejen un tapiz que alerta de los peligros del fundamentalismo en todas sus vertientes. “Por mandato del cielo” se propone señalarnos donde se encuentran las banderas rojas, a fin de que no las pasemos por alto. El caso Lafferty sucedió en los 80, pero es tan atemporal como el trauma generacional, la violencia de género, el racismo. Tanto como el egoísmo imperante, capaz incluso de hacer creer a alguien que Dios le habla y que sus revelaciones coinciden (que maravillosa casualidad) con todos sus deseos y opiniones.

“Por mandato del cielo” huye de escenas gráficas, pues no las necesita en absoluto: sus implicaciones revuelven el estómago por sí solas. Estas ideas patriarcales repulsivas y francamente delirantes están ahí, siguen vigentes, bajo la capa de chapa y pintura de la modernidad. Ninguna imagen, por cruda que sea, puede trasladar el terror que provoca saber de la aceptación de estas ideas; de cómo emponzoñan cada ámbito de la sociedad y alteran el sistema en que vivimos. Nada es más escalofriante que la certeza de que perviven y que son consideradas válidas y respetables, en lugar de dañinas y repugnantes.

La serie pregunta una y otra y otra vez qué lleva al ser humano a cometer atrocidades, a retorcer enseñanzas basadas en el amor y usarlas como arma, para someter, subyugar, asesinar. Con la crisis de fe del detective Pyre llega la nuestra, no necesariamente en el sentido religioso. Nos preguntamos por qué, levantamos la cabeza y nos horroriza lo que vemos. Quizás con eso no sea suficiente para cambiarlo, pero tal vez sea un comienzo. “Por mandato del cielo” bien merece el aplauso por intentarlo.

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