La participación española en las Guerras Napoleónicas no se limitó al teatro de operaciones peninsular, sino a sitios tan lejanos de nuestro país como Dinamarca.
Comenzaremos el artículo con la frase recurrente que espero que se convierta en lema de esta serie: “Estuvimos en todos los fregados”. Pues sí, y cada vez se confirma más… En este caso hablaremos de la expedición española del cuerpo expedicionario de Pedro Caro y Sureda, Marqués de la Romana, a Dinamarca como parte del contingente destinado por España como aliado francés a la causa napoleónica al principio del conflicto.
Sí, éramos aliados del “petit cabrón”: en virtud de los tratados de San Ildefonso de 1796 firmados por Godoy, por el cual se acordó una política militar común frente a Gran Bretaña, nos vimos en el brete de enviar un ejército cuyo mantenimiento corría a cargo del tesoro real.
En principio, el objetivo era guarnecer la costa del Báltico, acuartelando las tropas en Hamburgo y, así, reforzar el bloqueo al que se pretendía someter a Gran Bretaña.
Se mandaron, en dos tandas, dos destacamentos: el primero al mando del general Juan Kindelán, que se puso en marcha desde Etruria (pequeño estado al norte de los Estados Pontificios), llegó a Hamburgo rondando el 24 de Junio de 1807; y el segundo, al mando del propio Marqués de la Romana, parte posteriormente desde el norte de España y llega a Hamburgo a principios de Agosto.
Las unidades militares comprometidas en esta expedición fueron las siguientes:
-3 batallones del Regimiento de Línea Guadalajara
-3 batallones del Regimiento de Línea Zamora
-3 batallones del Regimiento de Línea Asturias
-El Regimiento de Línea Princesa al completo
-El 2º Batallón de Infantería Ligera de Voluntarios de Barcelona
-El 1er. Batallón de Infantería Ligera de Voluntarios de Cataluña
-El Regimiento Villaviciosa de Caballería Ligera
-El Regimiento Algarve de Caballería de Línea
-El Regimiento de Caballería de Línea del Rey
-El Regimiento de Caballería de Línea del Infante
-El Regimiento de Dragones de Almansa
-Una compañía de zapadores
-Unas tres compañías de artillería a pie (cerca de 350 hombres)
-Una compañía de artillería a caballo
-Un tren de artillería
Lamentablemente, es difícil decir con precisión el número total de efectivos debido al cambiante número de componentes de las unidades al paso de las épocas, pero en función de las fuentes, participaron en esta operación cerca de 15.000 hombres, que no es moco de pavo.
Llegados a este punto, las tropas españolas se comportaron con la distinción propia de la que han hecho gala a lo largo de su Historia, participando en acciones militares tales como el asedio a Stralsund, territorio sueco a orillas del Mar Báltico conquistado por las tropas combinadas francesas en 1807 no lejos de Rostock, que le valió la Legión de Honor a Kindelán y una mención a las tropas por parte del propio mariscal Bernardotte (irónico que se pegase en su momento contra los suecos), jefe del Ejército del Elba (en el que estaban encuadradas las unidades españolas), hasta el punto que seleccionó a 100 granaderos del Regimiento de Zamora y a 30 jinetes del Regimiento de Caballería del Rey para su guardia personal.
Pero, pese a que estuvieron guarneciendo Hamburgo y las zonas designadas hasta principios de 1808, en el mes de Febrero del mismo año son destacados hacia Dinamarca. ¿La razón? Dinamarca declaró la guerra a Suecia al negarse esta a apoyar el bloqueo naval contra Gran Bretaña y, al tratarse de un Reino aliado de Francia, se le asignó apoyo militar. Los soldados españoles partieron hacia territorio danés con objeto de guarnecer la península de Jutlandia ante una eventual invasión británica o sueca.
Como de costumbre, nuestros soldados supieron ganarse el aprecio de la población nativa que, en principio, los acogieron con miedo al aceptar de muy mala gana la ocupación francesa (que lo primero que les trajo fue el bombardeo de Copenhague y la destrucción de su escuadra por parte de Nelson). Pero, según testimonio del obispo danés Daugaard –aún un crío cuando llegaron los españoles-, parece ser que llegó un momento en el que los lazos afectivos con la población fueron tan estrechos que los propios granjeros llevaban sus bestias a que las revisasen los veterinarios españoles, y destaca el cariño con que los españoles trataban a los niños (parece ser que, además, los enseñaron a decir “¡Al carajo los franceses!”, frase que los críos repetían con gran entusiasmo), su caridad con los mendigos y su devoción (le impresionaba las oraciones por la tarde, con todo el Regimiento formado). A la par que incide en el aspecto exótico y alegre de nuestros hombres, de los que destaca su ávido consumo de cigarros, comportamiento exótico en un pueblo en el que lo habitual era fumarlo en pipa.
Hasta el momento vamos bien, mas… ¡Ay, amigos! ¡Que estalla el 2 de Mayo en Madrid y que los franceses se temen una revuelta armada del Cuerpo Expedicionario! El tío Napo, que no era tonto, ordena su diseminación por todo el territorio danés con objeto de prevenir una potencial insurrección:
1. División de Jutlandia al mando del general Kindelán:
-Regimiento Zamora (Coronel M. Salcedo), en Veile, Fredericia y Koldino.
-Regimiento Algarve (Coronel José Yebra) en Tender, Husum y Tonning.
-Regimiento del Rey (Coronel Miguel Gamba) en Horsens, Skanderborg y Aarhus.
-Regimiento del Infante (Coronel Francisco Mariano) en Randus y Mariager.
2. División de Fionia al mando del de la Romana:
-Regimiento de la Princesa (Coronel Conde de San Román) en Nyborg, Kjertemünde, Assens y Middelfart.
-Regimiento Villaviciosa (Coronel Armendáriz) en Faaberg.
-Regimiento de Almansa (Coronel Juan A. Caballero) en Gogensee y Odense.
-Artillería (Brigadier Martínez Vallejo y Capitán J. López) y los zapadores, en Nyborg y Kjertemünde.
-Un batallón ligero en Svedenborg.
-Un batallón ligero y artillería en la isla de Langeland al mando del general francés Gauthier.
-Regimiento de Guadalajara (Coronel Vicente Martorell) y de Asturias (Coronel Louis de Dellevielleuze), estacionados en la isla de Seeland (Zelanda), bajo el mando del general francés Fririon.
3. Depósitos de logística y suministros en Hamburgo y Altona al mando del general Hermosillas.
Paralelamente a esa dispersión, Bernardotte ordena el bloqueo informativo y la intercepción con censura de la correspondencia. Pero así y todo, se dieron tres factores:
1.- Pese a la férrea censura y control de la correspondencia e, incluso, del bombardeo de cualquier embarcación no autorizada que se acercase a la costa, no impidió ni el acceso por parte del Estado Mayor de la expedición a la prensa francesa (que, aunque manipulando las noticias, no dejaba de informar parcialmente sobre los levantamientos y el nombramiento de José Bonaparte), ni a la recepción por parte de la soldadesca rasa de algunos documentos y testimonios (entre los que se encontraban la proclama y declaración de guerra del Principado de Asturias contra Napoleón, por ejemplo).
2.- Ante las inquietantes noticias que llegan, el Marqués envía a España el 8 de Marzo de 1808 a un ayudante de su confianza: el teniente Llano, con objeto de “cerciorarse sigilosamente del estado político y militar… debiendo regresar con lo que adquiriese”. Y, efectivamente, regresa el 24 de Junio del mismo año en compañía del teniente coronel Zamora Aylmer y del Coronel Martín de la Carrera, que dan cumplida información de los sucesos del 2 de Mayo despejando, así, toda duda.
3.- Paralelamente a ello, con la implicación entre otros del general Castaños (en ese momento gobernador del Campo de Gibraltar y, curiosamente, uno de los que fueron postulantes a ocupar el puesto del Marqués), y por mediación de John Hookham Frere (representante de Su Majestad en la corte de Carlos IV), se envía un espía a informar al Marqués D. Pedro Caro: un clérigo católico escocés llamado James Robertson que, haciéndose pasar por comerciante de tabaco y chocolate, se identifica mediante una cita del “Cantar de mío Cid” sobre la que el Marqués de la romana había discutido largamente con Hookham e informa con profusión sobre la situación en España.
En fin, que ahí tenemos a nuestro buen amigo totalmente informado de la situación real, y toma la decisión de volver a España, pero no resulta tan simple… Con fecha del 22 de Julio, Bernardotte envía un bando exigiendo un “juramento de fidelidad y obediencia al rey José Napoleón, a la Constitución y las Leyes” mediante vivas al Rey y las reglamentarias tres descargas de fusilería, cumplimentando dicho juramento desglosado por Regimientos con un acta generada por cada uno de ellos. Bernardotte actuó de manera rastrera saltándose la cadena de mando, pero tremendamente hábil: mandó el bando al general Kindelán en Jutlandia y al brigadier Delevielleuze en Seeland, amparándose en que se trataba de “una mera formalidad” y “con el fin de que la prestación del juramento no sufriese ningún retraso”.
El jefe supremo de las fuerzas españolas quedó, así, puenteado y enterado de boca del propio Bernardotte a posteriori. Y esa jugada dio sus frutos: Kindelán, de tendencia afrancesada, juró junto con su Estado Mayor y tres Batallones de Zamora tres días más tarde en Fredericia, mientras que los Regimientos del Rey y del Algarve lo hicieron el 27 en Randers y, un día más tarde, el del Infante. Muy a regañadientes -“Las maldiciones de todas las bocas furiosas y el odio que brillaba en los ojos contra Napoleón y su hermano, el nuevo Rey, no parecían muy prometedores”- y en muchos casos engañados por el propio Kindelán, que se amparaba en que el resto de las unidades ya habían jurado.
Pero los resultados de ese juramento fueron muy variados:
-En Jutlandia, como hemos indicado antes, se juró. Aunque engañados por Kindelán.
-En Seeland, los Regimientos Asturias y Guadalajara se levantan en armas, derrotan a los franceses, marchan sobre Copenhague… Y, lamentablemente, son interceptados y obligados a deponer las armas: “Hallamos 5.000 ó 6.000 hombres de Infantería, número correspondiente de Caballería, con Artillería. Formamos nuestro Batallón en batalla y enseguida nos intima el Príncipe del Hesse, general al servicio de Dinamarca, que por orden del Rey rindiésemos las armas.”
-En Fionia y Langeland, La Romana intentaba ganar tiempo: las tropas juraban cometiendo errores formales para invalidar el juramento (hacerlo en posición de descanso, disparando salvas de más, no vitorear al rey…) y la oficialidad presentaba al Marqués su descontento mientras, a través de la adulación y la aceptación de ciertas prebendas (la Legión de Honor, por ejemplo) se ganaba la confianza de Bernardotte. La fórmula de juramento prestada, obra del auditor militar Juan Miguel Páez de la Cadena, es maquiavélicamente sofista. Leed: “Como individuos de la Nación española, de que formamos parte y con la que deseamos siempre vivir y morir unidos y creyendo que ella, por medio de sus legítimos representantes, habrá con plena libertad prestado o deber prestar igual juramento que el que nos exige, juramos fidelidad y obediencia al rey José Napoleón y la constitución y a las leyes”. A la par que se eliminaban los “vivas”. Todo un engaño formal. En Nyborg, Middelfart, Assens, Faaborg y Svendborg se realizó ese juramento, que no pudo ser impuesto en Odense, donde los Dragones de Almansa y parte del regimiento de la Princesa se negaron a realizarlo.
Tras recibir un ultimátum el 6 de Agosto por parte de Bernardotte para que todas las tropas realizasen el juramento mediante la fórmula exigida, La Romana toma esa misma noche la decisión de escapar de Dinamarca. Para ello se ampara en dos circunstancias: la primera sería la concentración de las tropas en Nyborg amparándose en una inspección general que estaba pactando con Bernardotte y, la segunda, el papel que desempeñó el subteniente Juan Antonio Fábregas, del Batallón de Voluntarios de Cataluña, que consiguió subir a un buque británico y coordinar una serie de mensajes a través de las habilidades natatorias del teniente Félix Carreras para finalmente, el 10 de Agosto, dar la información oportuna por la cual los ingleses recogerían al contingente español en la isla de Langeland.
Hay que decir que el Marqués, según tomó la decisión y amparándose en el contacto realizado por Fábregas y Carreras, envió una carta el 7 de Agosto a los coroneles Delleveilleuse y Martorell para comunicarles sus planes de evasión: “Soy español y quiero estar presente al tratarse del honor futuro de mi Patria. Todo es preferible a la dependencia humillante en la que nos encontramos, y decidí por lo tanto embarcarme con las tropas que quieran seguirme”, dándoles a continuación instrucciones para que se trasladasen con sus regimientos a Langeland o, en su defecto, a Korsós u otro puerto de Seeland, donde deberían mantener la plaza hasta que pudieran ser recogidos por los ingleses.
Lamentablemente, aunque iban sin remite, esas cartas fueron inteceptadas y leídas por los daneses, que se prepararon para dar respuesta. Así y todo, el capitán Lamor, el teniente Bentades y el subteniente Zacares, pertenecientes al arma de Artillería, se encargaron de hacer llegar personalmente a caballo las órdenes tanto al renegado Kindelán (que se chivó a Bernardotte, dándole la opción de reaccioanr con rapidez) como a los jefes de los cuatro regimientos que había al otro lado del brazo de agua pequeño Belt. Comenzaba la evacuación.
El regimiento de Zamora llegó a Nyborg el día 10; el coronel Lastres, del regimiento del Rey, engaña al comandante danés de Aarhus y parte embarcado inmediatamente hacia Fionia con la historia de que había sido reclamado para sofocar el conflicto provocado por la negación de prestar juramento a José I; el Regimiento del Infante, con el coronel Joaquín Astrandi a la cabeza, parte el día 10. Lamentablemente, el Regimiento del Algarve reaccionó tarde, y fueron detenidos al intentar cruzar el Pequeño Belt.
Mientras tanto, La Romana destacó al capitán Mijares, del cuerpo de ingenieros, con objeto de facilitar la llegada del Regimiento de Villaviciosa y del Batallón de Barcelona desde Faaborg y Svendborg, así como a los regimientos de Zamora y el Algarve (malogrado éste último) desde Middelfart y al Regimiento de almanda desde Kjerteminde hasta Nyborg.
Siguiendo el curso de la acción, el día 8 la flota británica del almirante Keats se plantó frente a Nyborg, que fue tomada sin apenas resistencia por las tropas españolas… Con el balance de seis muertos por parte española y un oficial británico fallecido. Se mantuvo la plaza y el día 10 llegaron las últimas tropas desde Jutlandia: los regimientos del Infante y del Rey. Al día siguiente, embarcaron para terminar zarpando el día 13 rumbo a Gotemburgo, en Suecia.
El Marqués de la Romana consiguió sacar de Dinamarca a los regimientos Zamora, del Rey, del Infante, de la Princesa, Villaviciosa, Almansa, voluntarios de Cataluña, Barcelona, los zapadores y toda la artillería. Aproximadamente unos 9.200 efectivos que llegaron el 8 de Octubre de 1809 a Santander, listos para integrarse en nuestra Guerra de la Independencia. Es la segunda mayor evacuación de la Historia militar… Y la única confirmada, puesto que con respecto a Jenofonte (Libro VII referido a su “expedición de los 10.000”) “sólo” evacúa a esos diez mil tipos –ateniéndonos a la crónica, claro-.
Lamentablemente, muchos quedaron atrás: algo más de 5.000 personas. De algunos de ellos hablaremos en otro artículo.
Esta auténtica “gran evasión” es rica en anécdotas, como los testimonios daneses al respecto de que, durante los desplazamientos de tropas y toma de ciudades tanto los alimentos como las embarcaciones “decomisados” fueron pagados por las tropas y que la población civil fue tratada de forma cordial y exquisita; o como la orden de disparar “procurando causar el menor daño posible” a las pocas embarcaciones militares danesas que guarnecían Nyvorg; o la negativa de las tropas montadas a sacrificar a sus caballos optando por regalarlos a las amistades danesas o soltándolos por las playas (resultando un fantástico botín de guerra para los franceses, que no dudaron en equipar con ellos a sus tropas de caballería); o el esfuerzo del Regimiento Villaviciosa que, ante la falta de embarcaciones, no dudaron en cruzar el Pequeño Belt a nado, algunos agarrados a las sillas y a sus caballos… O el sacrificio ejemplar del capitán Antonio Costa, del capturado Regimiento del Algarve que, antes de rendirse entregando su espada y dar la impresión de que vendía a sus hermanos de armas, decidió volarse la cabeza de un pistoletazo. Os invito a conocer su historia a través de este artículo de Pérez-Reverte.
Definitivamente, una gesta memorable que sería merecedora de una película… Junto a tantas otras que resultan ampliamente desconocidas por el gran público.
Os dejo, como viene siendo habitual, la bibliografía utilizada al respecto:
-“El Marqués de la Romana y el Mariscal Bernardotte: la epopeya singular de la División del Norte en Dinamarca (1808)”. Magnus Mörner. Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. Madrid 2004.
-“La expedición española a Dinamarca. 1807-1808”. José María Bueno Carrera. Agualarga Ediciones. 2000
-“Un español en el ejército de Napoleón”. Diario de D. Rafael de Llanza y de Valls. Almena Ediciones. Madrid 2008
¡Disfrutadlo!