A principios de septiembre, Alianza publicó en su colección Alianza Literaturas la tercera novela de Élisa Shua Dusapin, una joven autora francocoreana, que nos lleva de viaje a las gradas del Vladivostok Circus, donde un trío de acróbatas prepara un peligroso número para una competición internacional, con el objetivo de realizar cuatro triples saltos mortales sin bajar de la barra rusa.
«¡Bienvenidos al Circo Vladivostok! Un espectáculo sublime. Una novela vertiginosa. Cada una de sus palabras contiene un mundo.» Le Figaro
Acabamos de recibir un ejemplar de «Vladivostok Circus», traducido del francés por Alicia Martorell, así que pronto os trasladaremos nuestra opinión sobre esta novela.
En el circo Vladivostok, hace años que desaparecieron los animales de escena, aunque su olor acre y fantasmal permanece en la pista. Al acabar el verano cierra sus puertas, pero Anna, Nino y Anton se quedarán en el recinto desierto hasta la siguiente temporada mientras preparan un número para la competición internacional de Ulán-Udé, con el objetivo de realizar cuatro triples saltos mortales sin bajarse de la barra rusa.
Si Anna no consigue confiar en sus porteadores al saltar, corre el riesgo de caer y no volver a levantarse jamás. La suya es una pasión no exenta de peligro.
Nacida en Corrèze en 1992, de padre francés y madre surcoreana, Élisa Shua Dusapin se cría entre París, Seúl y Porrentruy. Su primera novela, «Un invierno en Sokcho», ganó numerosos premios, entre ellos el Robert Walser, el Alpha y el Régine Desforges, así como el Revelación de la SGDL, y fue traducida a seis idiomas. En esta tercera novela, Élisa Shua Dusapin invoca su arte del silencio, la tensión y la dulzura con imágenes que nos hacen más visible el mundo sin traicionar su secreto.
«El número de la barra rusa abre el segundo acto. Reconozco a los porteadores que vi en el teléfono. Anton y Nino. Entran vestidos de piratas. Anna lleva un vestido desgarrado. La cautiva que intenta liberarse. Alternan figuras en la barra y coreografías en el suelo. El conjunto va desfasado con la orquesta. No entiendo si es la música que acelera o ellos que van muy lentos. Es como si Anna tuviera que apresurar los saltos para mantener el ritmo. Estoy incómoda. Me tenso cada vez que toma impulso, se eleva hasta el punto de suspensión que la congela un instante, antes de volver a caer y saltar de nuevo, cada vez más alto. Acaba alcanzando los seis o siete metros. Por fin se calla la orquesta. El trío saluda.
Aplausos. Anna se sube de nuevo a la barra. Redobles de tambor. Los porteadores afianzan su posición. Anna alza los brazos, su mentón se yergue orgulloso y sale volando para un último salto mortal que termina en tirabuzón. El público aplaude más fuerte. Quizá ha dado una vuelta más, no he conseguido contarlas. Una vez terminado el número, ya no me puedo concentrar, pero me quedo hasta el final, por si alguien me pregunta mi opinión».