Es difícil designar un tema común que una las cuatro historias que nos presenta este número. Podríamos decir que es la muerte, pero no sería totalmente cierto. Podríamos decir que son ciertos lugares, pero no parece un argumento con mucha fuerza.
Quizás la más adecuada, aunque no sea exclusiva de las historias de este volumen, es una fuerza externa, desconocida y poderosa que maneja la situación a pesar y a costa de los protagonistas. Vemos sus mentes afectadas y dominadas por estas fuerzas, las cuales tienen distintos planteamientos y procedencias.
Lo que si podemos decir con franqueza y sin un atisbo de duda, es que son todas historias trabajadas en un momento avanzado de su carrera, cuando Ito ya tenía un buen trecho recorrido, como podemos apreciar tanto en el estilo de dibujo, depurado y fino, y con esos saltos graduales y grotescos que son tan efectiva ambientación como cualquier banda sonora en una película de terror, como en las historias, retorcidas, más largas, y con más elementos para enriquecer la historia e incomodar al lector.
La primera de estas historias es Caídas donde últimamente se está produciendo una cadena de suicidios, que al poco tiempo pasan a ser desapariciones en masa.
Una historia siniestra, difícil de justificar y que nos hará preguntarnos muchas veces ¿qué es exactamente lo que está ocurriendo? ¿Conoce Ito la respuesta? ¿O es sencillamente la propia situación la que, por lo terrible y aleatorio, resulta espeluznante? Es como eliminar el “gatillo” que desencadena las desgracias en el terror psicológico. Como si Samara comenzase a salir de nuestra pantalla sin haber visto la cinta.
El segundo de los cuatro relatos, y el más largo del volumen, es Habitación Compartida. Dos mujeres tienen un aparatoso accidente de tráfico, del que se culpan mutuamente. Por desgracia para las dos, se verán obligadas a convivir en el mismo cuarto que la persona a la que culpan de su situación, así como con unas siniestras jóvenes que lo hacen todo juntas… incluso soñar…
Los hospitales siempre logran transmitir la sensación de vulnerabilidad. Un maestro del terror como lo es Ito es consciente de esto, y lo sabe utilizar. Una situación tan estrafalaria y delicada como esta le permite contar una historia agobiante y opresiva, muy diferente a lo que uno espera temer de un hospital, pero a la vez, lógico y simbólico.
Para abrir la segunda mitad del tomo, nos encontramos con El Ryokan, que nos muestra hasta qué punto pueden llegar nuestras obsesiones.
Este capítulo puede que haga pensar a nuestros lectores en otra obra del autor, y una de sus más famosas: Uzumaki. Ambas están protagonizadas por el padre de un amigo del protagonista. Y en ambas, es el padre quien comienza obsesionándose con un tema a niveles terribles, hasta el punto en que parece que distorsiona la propia realidad. Y como esta obra, sabe producir orgánicamente el rechazo del lector.
Para finalizar nos encontramos con Moho. A mi parecer, la historia con más interés de las publicadas en esa edición. Y es por un motivo, que quizás compartáis con este reseñador.
El tema de la historia trata sobre un joven que debe abandonar el país durante un tiempo, nada más comprarse una estupenda casa. Ante la insistencia de su hermano, decide alquilarle la casa a su profesor de ciencias durante el tiempo que esté fuera. Un profesor no muy popular, como su mote indica: Moho.
El hecho de que esta historia despertara interés en mí se debe, precisamente, a que yo (como seguramente muchos de vosotros) tuve un “Moho” en mi instituto. Un profesor (en mi caso de ciencias) cuyos campos de estudio o aficiones nos resultaban extrañas y chocantes, y del que se contaban siniestras (aunque principalmente ridículas y ofensivas) historias. Solo tema de imaginármelo viviendo en mi casa hace que me estremezca… ¿Será Moho un verdadero profesor de Ito? Yo quiero pensar que sí.
