Robert MacFarlane (Inglaterra, 1976), viajero impenitente y amante de los paisajes, llega a las librerías de la mano de Literatura Random House con dos novedades simultáneas: ‘Las montañas de la mente. Historia de una fascinación’ (2020; originalmente publicada en 2003) y ‘Bajotierra’ (2020; originalmente publicada en 2019). Son su primera y su última obra, respectivamente. Dos de sus mejores textos. Una síntesis ideal de cuál es la perspectiva del conjunto de su obra y, además, una radiografía sobre cuál ha sido su evolución desde sus orígenes hasta su actualmente inconfundible y personalísimo estilo.
Si no sabéis quién es, antes de entrar en nuestro reportaje, sabed que llega rodeado de una aclamación general del público, corroborada por una montaña de premios y reconocimientos críticos. Para muestra, dos botones. Sobre el primero de sus libros, ‘Las montañas de la mente’, The Telegraph afirmó que suponía “quizás el nacimiento de un nuevo género, que no solo desafía la clasificación, sino que demanda toda una nueva categoría en sí misma”. Mientras que el último, ‘Bajotierra’, está incluido en la lista de los 100 mejores libros del siglo XXI elaborada por The Guardian. Para un autor de su edad, a estas alturas de su vida, todo esto supone un reconocimiento que el tiempo, creemos, únicamente puede consolidar e incrementar. Pero ¿es para ti? Descúbrelo en el repaso que hemos hecho de estas dos obras y de su estilo.
Las montañas de la mente
‘Las montañas de la mente’ (Literatura Random House) nos transporta a las alturas, a las grandes cimas. Pero esta no es una historia cualquiera. No es un viaje tras los grandes exploradores ni las complejas exploraciones, como tampoco nos describe la naturaleza presente a ocho mil metros de altura. Lo que hace es explorar las causas que nos han llevado a mirar hacia arriba, como quién mira al principal reto y objetivo de su vida, y comenzar a andar. Cuál es, de dónde procede, el botón que mueve la voluntad de los seres humanos que, contra toda lógica y sentido común, se han planteado alguna vez la misión -loca para algunos, fascinantes para otros- de echarse la mochila a cuestas y subir miles de metros jugándose, quizás, su propio ser.
En este recorrido nos lleva por los paisajes, es cierto, pero también se adentra en las mentes de quiénes sintieron esa fascinación alguna vez; de ahí el subtítulo del libro. El recorrido comienza en las biografías de ilustres montañeros. Para, rápidamente, llevarnos hasta la ciencia geográfica: contándonos cómo la ciencia transformó la mirada del ser humano a comienzos del s. XIX cuando, tras luchar durante siglos contra una religión que cifraba la historia de la Tierra en unos exiguos 4000 años, el método científico abrió los ojos de la humanidad a nuevas posibilidades, nuevos datos y nuevas y fascinantes conclusiones sobre el origen geológico del planeta y sus montañas. Varios capítulos más adelante volveremos a encontrar a la geografía, cuando Macfarlane nos hable de cómo “salirse del mapa”: acudiendo a la cartografía para representar los espacios más allá de sí mismos y, por qué no, incluso cartografiar o mapear lugares desconocidos o ignotos, como hicieron los intrépidos exploradores victorianos o como desarrollan otras artes que nos enseñaron a crear nuevos espacios a través de la imaginación (Macfarlane se refiere a la literatura infantil o a la literatura fantástica).
Pero más allá de la geografía también hay vías para la fascinación. La forma de vida victoriana trajo consigo otros elementos que impulsaron a los británicos hacia las alturas. Algunos más positivos que otros. Charles Darwin desarrolló una teoría de la evolución que habla de los que mejor se adaptaban al cambio que su coetáneo, Herbert Spencer, rápido recogió y deturpó para transformar, en esa misma época, en “los más aptos” o, en su fórmula más reduccionista, “los mejores”. Con esta filosofía, el alcanzar la cota más alta se convirtió no solo en un reto personal sino en una demostración narcisista de facto ante los demás. Un espíritu de lo individual que Macfarlane identifica en la actualidad y define cuando nos dice que “las personas que se arriesgan mucho y con regularidad en la montaña tienen que ser por fuerza profundamente egoístas, o bien ser incapaces de sentir compasión por quienes las aman.” (pág. 109).
Otra fuerza de influencia ha sido el romanticismo. Si los victorianos buscaban explorar hasta el último confín, necesitados de mostrarse a sí mismos y demostrarse ante los demás como “los más aptos”. El romanticismo mantenía el individualismo, el experiencialismo, pero contraponía su hambre de experiencias subjetivas significativas al hambre de conocimiento victoriano. Según su sentido de la vida, del desconocimiento mana el misterio y el misticismo, experiencias que atribuían un lugar especial a las alturas, a ver las cosas desde la cima. Tanto es así que, en nuestra construcción del sentido de la vida, cuando miramos arriba vemos la pureza (del aire), la tranquilidad (respecto al ruido de la urbe), una luz especial (por nuestra mayor cercanía a las nubes y la mayor intensidad del sol). Al repaso de estas influencias dedica algunos capítulos como “En busca del miedo”, “Glaciares y hielo: los ríos del tiempo” o “Altitud: la cima a la vista”.
Casi al final del libro, tras un repaso amplio a la fascinación de las montañas, dónde nos encontramos puertas abiertas a la ciencia, a la filosofía, a la geografía, a la biología, a la historia o a la mitología, llegamos al capítulo más próximo a la literatura de viajes. Una palabra sencilla lo resume todo: Everest. Y una idea lo deja bien claro, “El Everest es la mayor montaña de la mente. Ninguna otra ha ejercido una fuerza de atracción tan grande sobre la imaginación.” (pág. 234). Y si alguien resume perfectamente esta fascinación ha sido George Mallory, figura a la que dedica todo este capítulo, y cuyo vínculo con el Everest sintetiza, a modo de resumen, un libro tan original en su concepto como fascinante en su lectura.
‘Las montañas de la mente’ ganó el The Guardian First Book Award y The New York Times lo declaró como uno de sus libros del año en 2003. Pero, además, pertenece a un proyecto autoral definido por el propio Macfarlane como una “imprecisa trilogía sobre el paisaje y el corazón humanos” formada, junto con este libro, por ‘The Wild Places’ (2007; traducido al castellano y publicado en España durante 2008 por Alba con el título de ‘Naturaleza virgen’) y ‘The Old Ways: A Journey on Foot’ (2012; publicado durante 2017 por Editorial Pre-Textos con el título de ‘Las viejas sendas’). Desde Fantasymundo invitamos a cualquier amante de la naturaleza exterior a echarles un ojo.
Bajotierra
Esta dualidad contrasta, todavía más, si lo comparamos con lo visto en el libro anterior pues, si siempre miramos a las alturas atribuyéndole condiciones positivas (pureza, tranquilidad, vida), lo contrario justo pasa con lo profundo, con lo soterrado, con lo oculto en las entrañas de la tierra. Es “bajo tierra” donde ocultamos la “muerte” o dónde localizamos al “averno”, de lo “profundo” extraemos lo oculto o lo misterioso para sacarlo “a la luz”, al exterior, al “afuera”. De la misma forma que, cuando queremos proteger o conservar algo, lo escondemos bajo la tierra o bajo las aguas sin pensar que, como las “piedras del hambre”, algún día pudiesen volver a emerger.
De forma que “Bajotierra es la crónica de unos viajes al interior de la oscuridad y de unos descensos en busca de conocimiento.” (págs. 27-28). Eso sí, tenemos que añadir que con una prosa notablemente más madura que su Ópera Prima y, por tanto, más natural, más fluida, donde el análisis de las ideas se engasta mejor en el retrato de los lugares, dejando a la primera persona tomar el mando del discurso sin tanto complejo, permitiéndonos entrar en su perspectiva y, por tanto, facilitando que empaticemos con ella. Se nota claramente el contraste. Estamos ante una obra más madura, con una prosa excelente y que confirma a Robert Macfarlane como un narrador soberbio. Además, percibimos que le gusta contarlo, lo que es también importante, y que ha disfrutado con este libro que “se ha convertido, para gran sorpresa mía, en el más comunal.” (pág. 28) de su obra.
Ya entrados en materia, la primera parte del libro, “Vistas (Gran Bretaña)”, recorre, íntegramente, lugares de su isla natal. Comenzando por las tierras conocidas como The Mendips, en Somerset, cercanas a las ciudades de Bristol y Bath. Allí el suelo es calcáreo, con una alta maleabilidad por las presiones geológicas y el tiempo, lo que hace que allí abunden las cavernas, las grutas, las brechas… Espacios dónde fueron muy comunes, hace miles de años, los enterramientos, las urnas funerarias y las ofrendas o los homenajes a las personas allí depositadas. Por estos suelos, Macfarlane y su amigo Sean, conocedor del lugar, nos internan por sorprendentes lugares, verdaderos “tornos del tiempo geológico”, donde podemos observar formaciones y restos de inabarcable antigüedad; mientras disfrutamos de historias o anécdotas que tuvieron lugar allí, como el primer accidente espeleológico de Inglaterra protagonizado por Neil Moss en 1959.
Si el primer destino estaba relacionado con cuándo mueren las cosas, el siguientes nos lleva, exactamente, al momento en que todo surgió. En Boulby, Yorkshise, al norte del North York Moors National Park, y cercano a la ciudad de Middlesbrough, a un kilómetro bajo tierra, un laboratorio investiga la materia oscura convive con una mina de sal. En sus paredes se agolpan las vetas de halita (sal) y silvita (potasa). Macfarlane se deja guiar por Neal, su enloquecido piloto por las galerías de la mina, para mostrarnos la influencia geológica del hombre, su capacidad paras transformar el mundo en el que vive. Un argumento que lo lleva a hablarnos del Antropoceno, de la supuesta “edad del ser humano” -en la que nos encontraríamos-, para reflexionar sobre la muerte y las trazas que ella deja sobre el futuro. Una frase resuena en la mente tras acabar este capítulo: “(…) a veces todo lo que queda atrás debido a una pérdida es traza” (pág. 89).
Todavía tenemos estas palabras en la cabeza cuando llegamos, sin descanso, a nuestro siguiente destino: el bosque seminatural de Epping, situado al noreste de Londres. Allí aprovecha para explicarnos el concepto de “Wood Wide Web” o de “inosculación”, del latín osculare <besar>. Basado en la idea de Suzanne Simard, nos explica los experimentos con isótopos radioactivos que demostraron la existencia en el subsuelo de una red fúngica que conectaba a unos árboles con otros, incluso de distintas subespecies. Esta red les sirve para pasarse nutrientes, de forma que un árbol enfermo puede recibir ayuda de otros, uno muriéndose puede ceder recursos a aquellos a su alrededor o incluso dos pueden colaborar en relación de “mutualismo”. Éstos y otros misterios del subsuelo, de los bosques o del concepto “comunal” de la vida y cómo esta organización ayuda a la supervivencia, nos los cuenta en compañía de su nuevo guía, Merlin Sheldrake.
Las siguientes dos partes tienen una perspectiva distinta, pero una estructura similar. En la siguiente y segunda parte, “Escondites (Europa)”, comenzamos en París y en sus catacumbas, recorriendo los túneles dónde descansan plazas, calles y cementerios de la capital francesa. Mostrándonos que las ciudades no solo son horizontales sino verticales, y en esa verticalidad es tan importante el “arriba” como el “abajo”. De la capital gala saltamos a Mantua, en concreto a il Carso, una extensa meseta de piedra caliza situada en la frontera entre Italia y Eslovenia. El lugar recibe su nombre de karst (recogida así también por la RAE), una topografía formada a partir de la disolución de minerales calizos. En este caso concreto estamos ante un inmenso río subterráneo o, como lo denomina el autor, un “río sin estrellas”. Una de las muchas formas que el agua tiene de circular libre bajo nuestros pies. A partir de aquí, nos explica la localización y distintos tipos de karst que nos podemos encontrar por el mundo: un abîme, un cenote o un okra, por ejemplo. Paisajes subterráneos espectaculares que no desentonan con nuestro siguiente destino situado justo al otro lado de la frontera de il Carso, en Eslovenia. Aquí nos trae Macfarlane con el mismo guía, Lucian, a visitar sistemas cavernarios calizos gravados en los Alpes Julianos sea por el tiempo, donde la erosión ha permitido dar cobijo a osos o a lobos, sea por el hombre, donde distintos conflictos bélicos los llevó a horadar túneles y escondites en esta impresionante cadena montañosa. Aquí volvemos a hablar de vida, por supuesto, pero también de crueldad y de muerte. La inevitable ley de la vida.
La tercera y última parte es “Escalofriante (el norte)” y, como su propio nombre deja entrever, viajaremos con nuestro narrador al septentrión de Europa para ver impresionantes paisajes helados; latitudes dónde las rocas más comunes ya no son calizas sino ígneas y metamórficas. El viaje comienza en el archipiélago de las Islas Lofoten, en Noruega, por encima del Círculo Polar Ártico. Allí vemos, en unas cuevas remotas de peligroso acceso, tanto para los actuales moradores como antaño, algunas de las pinturas rupestres más remotas que existen; pertenecen a la Edad de Bronce y reciben el nombre de “los bailarines rojos”. Una excusa perfecta para hablarnos del arte rupestre, distintos descubrimientos y cómo lo oscuro y lo recóndito nos vuelve a conectar con nuestra historia común.
El hombre, la naturaleza y la técnica es una convivencia difícil que deja también marcas profundas en las siguientes visitas de Macfarlane. Los dos próximos destinos nos llevan hasta Groenlandia, todavía más al norte. Seguimos en el Ártico, pero ahora pasamos de Noruega a un territorio perteneciente a Dinamarca, donde viven los Inuit. El primer destino es Kulusuk, un pequeño asentamiento con menos de 300 habitantes pero que cuenta con una excelente escuela y un aeropuerto. El segundo es el Glaciar Knud Rasmussen, al que llegan muchos visitantes desde Kulusuk en kayak; y es que el turismo es la principal industria por estas latitudes. Pues bien, ambas visitas sirven para observar los cambios que el cambio climático está provocando en el paisaje, la fauna y las personas. Con la descongelación, los osos polares nadan desesperados en busca de una superficie donde poder sobrevivir, con tal desesperación que nadie les dispara ya. Todos intentan sobrevivir, cada uno a su manera.
Otro caso totalmente distinto es el de Olkiluoto, en Finlandia. Aquí se yergue la primera central nuclear construida en Europa occidental en los últimos 25 años: Olkiluoto-3; la primera con un reactor de tercera generación. Macfarlane nos lleva a lo que él llama “el escondite”, una tumba de roca que, con la soberbia intención de “que se conserve íntegra cien mil años, sin mantenimiento futuro y que resista a una futura glaciación.” (pág. 406) pretende albergar los residuos de la central. Aquí, bajo tierra, se quiere enterrar, para hacer invisible, aquellos restos imposibles de controlar para el ser humano sobre el uranio activo que utiliza para generar electricidad. Otra metáfora de cómo el “abajo”, lo “profundo”, nos sirve para ocultar aquello que no queremos ver. Y así, llegamos al final del viaje.
Robert Macfarlane: un autor al que seguir
‘Las montañas de la mente’ y ‘Bajotierra’ son la primera y la más reciente obra, respectivamente, de un autor amante de la vida, en general, y de la naturaleza, en particular. Que ha convertido el paseo no en un fin en sí mismo, como está en el ser de todo buen flanêur, sino en un medio para la contemplación y el goce, la reflexión y el análisis sobre quién somos y el mundo en el cual vivimos. Lo que lo convierte en un estilo distinto a la gran mayor parte de los autores que se sitúan en la naturaleza para narrar pues, ni la idealiza ni la cosifica, sino que se mimetiza con ella para hablarnos desde la vida. Con ese sentido del “ser vivo” como un “todo” que reside en la idea de Pangea y que se demuestra, como bien él nos cuenta aquí, a través del concepto de la inosculación.
Original en cuanto a su perspectiva se nos muestra, además, como un prosista excelente. Al haberlo leído en orden cronológico de publicación hemos podido comprobar cómo ha ido madurando y, ahora, tiene una prosa fluidísima, una estructura textual más clara, un manejo de la expresividad más rico y un estilo, muchas veces, más próximo a lo lírico que a lo prosístico. ‘Bajotierra’ nos ha parecido, de hecho, una joya. Si la prensa británica lo encumbró como uno de los mejores libros del 2019, va a ser muy posible que sea, ahora que tenemos aquí su traducción al castellano, uno de los mejores libros en España del 2020.
Robert Macfarlane está ya en la lista de autores que seguiremos muy de cerca a partir de ahora. Si su obra pasada nos parecía original e interesante. En estos momentos, que ha alcanzado un estilo propio y de una calidad cristalina, nos morimos de ganas por ver hasta dónde va a ser capaz de llegar él y adónde nos va a transportar a nosotros durante su próximo viaje. La próxima vez que salga, iremos con él. Si puedes, tú tampoco deberías perdértelo. Sus viajes son algo extraordinario.