Javier Negrete

Decía Wackenroder, un escritor del que hoy ya no se acordarán más que los estudiosos del romanticismo alemán, que hay territorios que son para el artista como su patria de origen, donde hallan la fuerza y el valor para sembrarse a sí mismos, para sentirse ellos en verdad (¡qué bonita es la terminología romántica!). La parrafada anterior sirve para explicar que del mismo modo que sucede con los artistas pasa con los escritores pues algunos tienen determinados temas, determinados paisajes, que son como sus jardines internos en donde caminan de forma más libre, abierta y natural. Digamos, planteándonos ejemplos cercanos, que para un Stephen King esos jardines se trazan en un terreno de Maine; para un J.R.R. Tolkien son un bosque de viejos árboles en la Tierra Media; para Patrick O´Brian una fragata inglesa de la época dorada de la Marina Real Británica y, para el autor con el cual hemos compartido nuestra última aventura escrita, Javier Negrete, cualquier paraje de la Grecia Clásica.

Javier Negrete, autor madrileño afincado en Plasencia (Cáceres), nos ha regalado una perla literaria titulada «Salamina» (Espasa-Calpe, 2008, aquí podéis leer una entrevista con el autor a propósito de la novela) que destaca en el firmamento de las recreaciones históricas hechas en España como un faro al cual se podrían arrimar gran parte de los que en este país intentan hacer best-seller de historia. Negrete demuestra ser un maestro de caracteres pero también un magnífico ambientador del tema que desarrolla: las guerras médicas (de los medos, ojo) entre griegos y persas durante el siglo V antes de Cristo. Quizás alguien podría pensar, debido a la trayectoria vital del autor (licenciado en Filología Clásica y profesor de griego), que Negrete no tuvo que esforzarse mucho para recrear ante nuestros ojos la vida cotidiana de las civilizaciones persa y griega pues son paisajes que recorre desde su juventud. Nada más lejos de la realidad ya que el mismo autor, en el amplio apéndice histórico final, comenta de forma exhaustiva la génesis de su trabajo y también proporciona la amplia bibliografía que consultó para llevar a cabo la novela. Aún así, todavía podría encontrarse algún irredento con mala leche que sugiriera que, por llevar tantos años sumergido en el mundo griego, Negrete tenía una predisposición natural para tratar con soltura una obra ambientada en dicha época. Pues sí…pero no necesariamente. Puntualicemos.

«Salamina» aúna acción con rigor histórico, grandes descripciones de batallas y ciudades con hilos argumentales bien trazados y mejor definidos

No vamos a negar que Negrete ha sentido desde sus comienzos literarios una tendencia clara a acercarse al mundo de la Grecia Clásica aunque de muy diversas maneras: ahí tenemos para demostrarlo «Lux Aeterna» (Ediciones B, 1996), segundo puesto del UPC 1995, «La mirada de las furias» (Ediciones B, 1997), uno de sus tres premios Ignotus, e incluso «Atlántida» (Espasa, 2010). Pero, si bien en estas obras el recurso al mundo clásico es sólo un ingrediente más dentro de la trama («Lux Aeterna», por ejemplo, es un trasunto del mito de Orfeo y Eurídice), en novelas como «El mito de Er» (Ediciones B, 2002), «Amada de los dioses» (Tusquets, 2004) finalista del premio La Sonrisa Vertical, «Señores del Olimpo», ganadora del premio Minotauro 2006, y «Alejandro Magno y las Águilas de Roma» (Minotauro, 2007), el mundo griego de la Época Clásica es el propio fundamento de la historia. Si algo une a estas cuatro últimas novelas es que dan una visión alternativa tanto de los mitos griegos como de la historia clásica (de hecho «Alejandro Magno y las Águilas de Roma» se concibió en origen como una ampliación de la ucronía ya planteada en «El mito de Er») y prepararon el camino del autor hacia la novela histórica pura, esta «Salamina» que hoy comentamos.

Portada de Salamina, de Javier NegreteLa novela en sí es un dechado de virtudes pues aúna acción con rigor histórico, grandes descripciones de batallas y ciudades con hilos argumentales bien trazados y mejor definidos. En cuanto a los personajes que duda cabe que son uno de los grandes platos de este banquete que Platón no hubiese despreciado (o a lo mejor sí: el filósofo era un poco rancio): la descripción racial y personal de los mismos es increíblemente acertada, distinguiéndose con facilidad a los griegos de los persas. Entre los griegos de la novela destacan los atenienses frente al resto de los habitantes de las “polis” (ciudades) y estados, ponderando su libertad frente a cualquier otra consideración. Sobre los protagonistas decir que es tan buena su descripción que no he podido evitar odiar a Temístocles, el centro de la novela, desde el primer momento. No, no he perdido la cabeza: un griego capaz de todo (y “todo” es exactamente todo) por su ambición y su polis, sin que nunca quede muy claro cual de los dos principios pesa más en su ánimo, y que lo mismo condena a una ciudad con todos sus habitantes (los remordimientos no cuelan, lo siento) que engaña a todos sus aliados para conseguir sus propósitos, no me cae precisamente simpático. Y esos atenienses que preferían beber agua salada que arrimarse al olivo dado por Atenea menos. Misóginos machistas, arios retrógrados…. Lo siento, es la vena feminista. ¡Qué le vamos a hacer! Pero el hecho de que me haya sentido tan repelida como atraída (no como las griegas de la novela, cuidadín, que esas casi se desmayan a su paso) por ese político cruel, gran guerrero y a la vez manipulador sin complejos que es el Temístocles de Negrete, demuestra hasta que punto es bueno su trabajo como recreador de unos seres sumergidos en un tiempo desaparecido.

Ese tiempo preciso, desde los prolegómenos de la batalla de Maratón hasta el combate naval de Salamina, es clave no sólo en la historia de Atenas sino en el de toda la Humanidad (así, en mayúscula) pues supuso la victoria de la Democracia (esta sí que he dudado en ponerla en letras grandes) como estructura política frente a las monarquías y dictaduras griegas precedentes así como frente al enorme imperio persa. La descripción de este último en manos de Negrete es, más que correcta, precisa y viva. Gracias al personaje femenino de Artemisia, reina griega de Halicarnaso pero bajo la férula persa, Negrete enlaza ambos mundos y nos proporciona la mirada del bando enemigo dotando de mayor riqueza y movilidad a su historia. En este sentido la reconstrucción del personaje de Jerjes es admirable y da humanidad a ese monolito hierático que nos ha legado la historia.

Un gran peso de algunas de las mujeres del relato

Una de las cosas que más me choca en el relato es, sin embargo, el peso que tienen en el relato de Negrete las mujeres que se cruzan en el camino de Temístocles, desde su madre Euterpe, pasando por su amante Apolonia, a la mismísima Artemisia. Es como si el escritor quisiera dar a sus féminas protagonistas un peso propio que las aleja del desprecio al que los griegos de la época las sometieron, una especie de compensación a posteriori por el anonimato al que se vieron sometidas casi en su totalidad. Por el contrario, si que tienen un peso específico en el momento histórico la buena recua de personajes secundarios que surgen en la novela, desde Milcíades y su hijo Cimón, al buen Fidípides (y yo que siempre había creído que era Filípides), Jantipo “el Pepino”, etc., destacando sobre todos Leónidas cuya honradez deja en la más absoluta vergüenza a sus compatriotas espartanos.

Si el cuidado que imprime Negrete a sus personajes es admirable y los aleja de esos prototipos héroe inconmensurable-villano sin remedio que han propagado obras como el «300» de Frank Miller (la escena de batalla que se recrea en la tienda de Jerjes y sus consecuencias deja bien patente lo que piensa el autor de la obra del estadounidense), lo mismo podemos decir del escenario histórico aunque, para mi gusto, en algunos momentos está menos conseguido que el trabajo de caracteres. Me explico.

Una pequeña crítica

Mientras se recrean los prolegómenos de Maratón y la batalla en sí, Negrete se crece en cada página llegando al clímax del combate y su resolución de forma admirable. Le sigue el “momento babilonio” al que, si bien encuentro sentido dentro de la estructura de la obra, no me parece del todo ajustado a lo que podía dar de sí el carácter griego de la época. En resumen: creo que se basa en un hecho poco probable aunque necesario para el discurrir de lo escrito. La progresión que sigue hacia Salamina, las justificaciones para conseguir una armada ateniense, la manipulación de los oráculos, etc., de nuevo me parecen plasmaciones muy posibles (o plausibles, elíjase la palabra) del momento histórico.

Ahora sigue una crítica que posiblemente me hará perder algunos puntos frente a los incondicionales del autor: creo que la batalla cumbre que da origen al libro no está narrada de forma tan clara como parece en un principio. Y no me refiero a todo lo que lleva a la batalla en sí, que, como parece ser costumbre en Negrete, se narra de forma suelta e impecable. No, me refiero a la batalla en sí misma. Mentiría como una bellaca si dijera que Negrete no se ha documentado exhaustivamente para recrear la batalla e incluso ha introducido numerosos términos marítimos para dar mayor veracidad al relato (incluso se ha dejado asesorar por un amigo escritor y antiguo marino, León Arsenal) pero, y pienso que aquí radica no el error sino el escollo que ha salvado con dificultad, creo que no se aclara del todo cuando se sube a la cubierta de un barco.

Una gozada de lectura y una recompensa para los ojos y la mente de cualquiera

Por ejemplo: cuando se acerca la escuadra griega a los barcos fenicios de Jerjes, se dice que los primeros no podían maniobrar con soltura para oponerles sus proas. Ello era debido a que la mar estaba rizada o picada y las popas de los navíos se movían inquietas de un lado a otro. Para expresar esto Negrete dice: “El viento sudeste […] hacía rabear las naves de popa y dificultaba la maniobra”. Ese “rabear” es el término marinero que se emplea para denominar el balanceo excesivo de la popa con lo cual Negrete sobreabunda en popas en la frase. Por supuesto quizás soy una purista que me he molestado en buscar términos marineros y ver si su empleo era del todo correcto pero es que varias veces me he encontrado preguntándome a que se refería Negrete exactamente o si le estaba entendiendo de forma correcta. Así me sucede cuando zarpa la Artemisia, el barco de Temístocles, y deja a babor la isla de Farmacusa (la mayor de las islas supongo ya que a la pequeña la llama Negrete Farmacusa Menor). Antes nos dice que las escuadras pasaron tanto a la izquierda como a la derecha de la isla y que la nave de Temístocles pasó a tomar el extremo derecho de la formación sin especificar, ya que la armada se dividía, si era el extremo derecho de las escuadras que pasaban a babor o estribor de la isla pues en realidad desconocemos la disposición de los barcos en cada escuadra.

Supongamos, ya que era la nave más avanzada, que se iba desplazando a estribor, es decir, la derecha, que pasó por el lado derecho de la isla. Bien. Luego avanza y ve a los persas llegar por su proa a la abertura del canal. En ese momento echa una mirada a su alrededor y ve a popa, en la playa que se extendía “entre ambas bahías”, a los griegos animándoles. Aquí me falla un poco la visión de todo el asunto: primero, ¿a qué bahías se refiere? ¿Cinosura y Salamina? Desde allí imposible que les vieran pues, siguiendo su propio mapa, Salamina está en el fondo de una bahía y si ya habían dejado a babor Farmacusa… En fin, que será que sin una brújula estoy perdida porque tampoco hallo como el final del codaste o “aphlaston” de las trirremes griegas podía llegar a alzarse ¡cuatro metros sobre la cubierta! ¿Sobre la cubierta superior donde iban sentados los thranites? Reconozco que es posible pero no está muy especificado que se diga y, además, encima de los tranitas había todavía otra cubierta llamada “katastroma” (internet a veces es una maravilla para hallar nombres) aunque sobre esa no creo que el codaste llegase a alzarse cuatro metros ni mucho menos.

¿Qué más se puede pedir?

En fin, que no me hagan mucho cuando me pongo pejiguera con la batalla final porque, aún con mis dudas marinas, «Salamina» es un libro poderoso, bien tramado, bien desarrollado, con una narración clara y fluida, bien ambientado y con personajes humanos y creíbles en todo lance. Una gozada de lectura y una recompensa para los ojos y la mente de cualquiera. ¿Qué más se puede pedir? Que Negrete nos obsequie pronto con un libro similar. Άμήν, o en román paladín, que así sea.

Alejandro Serrano
Cofundador de Fantasymundo, director de las secciones de Libros y Ciencia. Lector incansable de ficción y ensayo, escribo con afán divulgador sobre temáticas relacionadas con el entretenimiento y la cultura cercanas a mis intereses.

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