La batalla de San Quintín narrada vívida y emocionantemente en primera persona por Julián Romero de Ibarrola, capitán y futuro maestre de campo de los tercios del rey Felipe II.
Entregado a la tarea de dar a conocer la historia de España, podría pensarse que el escritor y divulgador José Javier Esparza hubiera bajado la guardia como autor de ficción, en el campo de la narrativa histórica.
No ha sido así. Tiene también ese flanco bien cubierto y lo prueba que —tras los ensayos divulgativos Tercios y Visigodos— su nueva obra sea una novela histórica ambientada a mediados del siglo XVI.
Se trata de San Quintín, primera aventura de las memorias del maestre de campo Julián Romero, recientemente publicada por La Esfera de los libros.
Fue precisamente al escribir Tercios cuando Esparza descubrió el gran potencial que encerraba la figura de Julián Romero de Ibarrola como vehículo a través del cual narrar la historia de la España y la Europa de aquel tiempo.
«Más metódicos, prudentes e implacables, los españoles de Navarrete ya estaban tomando posiciones en los alrededores y se desplegaban eficazmente cubiertos por nuestros arcabuces. En su parte del bastión, Francisco Díaz había conseguido hacer hablar a un par de cañones de los que tomamos, y sus gruesos bolardos, junto con las balas de arcabuz que los nuestros no dejaban de regalar a los franceses, menguaron la locuacidad de las murallas»
Ejemplo paradigmático de la aventura y la heroicidad de su época, se incorporó a los diecisiés años a los tercios, como mozo de tambor, y llegó a ser maestre de campo a los cincuenta y ocho.
Una trayectoria durante la que combatió en Italia, Túnez, Inglaterra, Francia y Flandes.
Y en la que perdió una pierna, un brazo y un ojo, además de a un hijo y dos hermanos.
Es importante remarcar que el mundo de Romero es el del siglo XVI, muy diferente del del XVII (que es en el que tienen lugar las aventuras de otro famoso personaje literario salido de los tercios: el capitán Alatriste).
La España del XVI es la de Felipe II, un imperio en expansión en su apogeo, enfrentado a un gran rival, Francia, por la supremacía en Europa.
La del XVII es la de Felipe IV, un imperio más grande aún, pero asediado por los problemas y enfrentado a múltiples adversarios.
En el momento en que se desarrolla esta novela —y en el que tiene lugar la batalla que da nombre al título— Julián Romero es un capitán muy experimentado, que ya ha dejado atrás sus tiempos en tierras inglesas.
Convive con Constance, una mujer flamenca madre de sus hijos, personaje que aporta un punto de vista femenino al relato y permite mostrar un aspecto muchas veces olvidado al tratar la historia de los tercios: el papel de las mujeres que compartían vida con aquellos soldados, en la paz y en la guerra.
Y lo acompaña siempre un criado moro, bautizado con el nombre cristiano de Mauricio.
Narrada en primera persona, esta novela ofrece unas cuantas horas de verdadero disfrute lector.
La forma en la que entrelaza la alta política —sus juegos diplomáticos, intrigas palaciegas, equilibrios financieros…— con la realidad a ras de suelo de las personas que, acero en mano, la llevaban a la práctica —su paz y su lucha, sus grandezas y sus miserias…— engancha con su mezcla de acción, intriga, aventura, humor y violencia guerrera.
Bien documentada y meticulosamente detallista, el lector recibe toda una lección de historia sin apenas darse cuenta, atrapado en la trama y ansioso por conocer el desenlace de los acontecimientos entre el olor a pólvora, el tronar de los cañones, el resplandor de las flechas incendiarias, el frío tacto del acero y el sabor de la sangre.
Parece ser que Esparza continuará la serie con nuevas novelas protagonizadas por Romero, de recibir ésta una buena acogida. Algo que no dudamos ocurrirá, ya que San Quintín va por su segunda edición apenas un mes después de su primera publicación.
«Mi gente y yo entramos a degüello por nuestra parte, envueltos en una nube de polvo y humo, aunque el viento soplaba contra los franceses, de manera que ellos aún quedaban más cegados que nosotros. Noté que una bala pegaba en mi morrión, pero rebotó sin daño. Luego vi que de entre unos escombros me salía un tipo armado de pica y le solté un arcabuzazo, que aún tenía yo el arma inédita»
Encuadernada en tapa blanda, resulta cómoda de leer y portar, y sus trescientas páginas de letra de buen tamaño acogen también numerosas ilustraciones en blanco y negro de personajes y lugares relacionados con los hechos.
Mención muy especial merece la estupenda ilustración de cubierta. Se trata de un retrato de cuerpo entero de Julián Romero, recreado nada menos que por los pinceles de Augusto Ferrer-Dalmau (delicioso, el detalle del peto abollado de su media armadura)