Kazuo Koike y Gôseki Kojima deciden empezar la historia del tigre de Kai con su ceremonia de mayoría de edad, a los dieciséis años, cuando se le concede el nombre de Harunobu Takeda. Este hecho no solo marca la entrada en la vida adulta del primogénito Takeda, sino que también sirve para centrar la mirada en la complicada relación con su padre, hecho que marcará el resto de la vida de este daimio. Como veremos, Nobutora Takeda, padre de nuestro protagonista, es un hombre despiadado y férreo que no duda en desheredar a Harunobu ni en matar a sus propios súbditos si una batalla se inclina en la balanza del contrario. Es un ser demasiado irascible e incontrolable, pese a que no son pocos consejos los que enseña a su primogénito.
Incluso, buscando la aprobación paterna, Harunobu cambia las tornas de la Batalla de Un no Kuchi en un ejemplo maestro de la aplicación del «Arte de la guerra». El derrotado ejército de Takeda inicia la retirada, y Harunobu insiste en ser él quien guie el destacamento que defiende la retaguardia. Sabedor que, ante un día tan nevoso, los vencedores desistirán de perseguir a los huidos y festejarán la victoria en el propio castillo antes sitiado de Saku, aplica una de las máximas de Sun Tzu, haciendo lo que el enemigo jamás espera que harías: atacar en vez de defenderte mientras huyes.
El destierro de Nobutora se convierte en una traición (aún justificada) tan llamativa que impondrá a Harunobu Takeda la negra estrella de ser un hijo traicionero e ingrato, puesto que el honor y el deber hacia su señor, más aún si es su padre, es la máxima del samurái. Pero quien ambiciona dominar el país y poseer el poder absoluto debe siempre dejar tras de sí la rectitud y los temores.
Es entonces cuando aparece el que será su mano derecha y consejero: el constructor de castillos Kansuke Yamamoto, que no dudará en espolear la ambición de su amo, haciendo gala de sus conocimientos y su desenvoltura. Pero parece ser que el mutilado Kansuke tiene más de una cara, puesto que su arrojo y su forma de arriesgar para conseguirlo todo parece augurar más de una catástrofe futura. Ya se percibe cuando, al querer derrotar a Yorishige Suwa (además de que no tiene opción, puesto que, si no lo hace, lo hará su aliado Yoritsugu Takatô) debe lidiar con el hecho de que éste adversario es además el esposo de su hermana y su sobrino.
¿Qué hará alguien que ya ha sido ingrato con su padre? Intentar, a través de Kansuke, derrotar a su enemigo y a la vez salvar a su familia. Y, aunque lo consigue, un dragón volando en lo alto del cielo solo puede caer, y jamás se puede vencer en todo, por lo que las vidas de hermana y sobrino serán posteriormente arrebatadas por un ninja infiltrado. Las ambiciones se pagan caras, los deseos se transforman en maldiciones una vez cumplidos, como asegura el taoísmo, y los anhelos solo comportan sufrimiento, como predicó Buda. Tales enseñanzas no son raras en los jidaigeki del Dúo Dorado.
Volvemos a disfrutar de un nuevo título del Dúo Dorado centrado en las ambiciones de un daimio, en las estrategias, las batallas, las confabulaciones y todo lo que rodea ese juego feudal de un interregno. Las ya conocidas pinceladas argumentales de Koike deslumbran una vez más, como los resultados oxímoron producto de la resolución de nudos gordianos, de darle la vuelta al resultado con lo inesperado; señores feudales que se apoyan en súbditos resolutivos, esposas de conveniencia que no propugnan amor alguno, decisiones imposibles entre dos soluciones amadas o codiciadas… buenos ingredientes que suenan siempre en el buen hacer del guionista.
Es interesante ver el paralelismo entre «Hanzô» y esta obra. Mientras una toma el nombre del súbdito, la otra se titula igual que el propio señor. Si en una Hanzô supone un gran consejero que modera las ambiciones de Ieyasu (para resolverlas mediante la espera del momento correcto o la no-acción), en este caso Kansuke no hace sino acrecentar las motivaciones de Takeda, actuando, forzando la situación, sin extrañar nada el agresivo apodo de tigre de Kai, y que augura una posterior reacción, una posterior revancha violenta, al haber centrado los odios e iras con sus acciones bélicas y su poder acaparado.
Como es usual, Kojima se mueve en «Shingen Takeda, el tigre de Kai 1» (ECC Cómics) entre lo poético y lo dinámico, entre lo expresionista y lo realista, saltando de las especulares escenas de batallas a los intimistas momentos de ambición o a las hieráticas interacciones ceremoniales de la corte. Quizás merme un poco en determinadas viñetas donde las proporciones de los personajes no se correspondan con su nivel de calidad o falte cierta profusión de detalle en otras, aunque todo se olvida en cuanto uno contempla la fuerza visceral de la armadura de un samurái cargando a lomos de un caballo tizón, o se palpe la nívea tensión de un grupo de guerreros infiltrándose entre la nieve.
¿Supondrán los agresivos actos de Takeda y Kansuke el éxito o el fracaso del tigre de Kai? Esperaremos al próximo volumen para vislumbrarlo.
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