Podemos considerar que el primer smartphone propiamente dicho de la historia, aunque oficialmente no llevase ese nombre, fue un modelo de IBM, el Simon Personal Comunicator, que llegó al público en 1994. Desde entonces, millones de dispositivos móviles inteligentes han saturado el mercado.
Diez años después del lanzamiento del primer iPhone de Apple, en 2007, se han fabricado más de 7.000 millones de smartphones en todo el mundo, lo que supone una unidad por cada habitante vivo del planeta. En 2016, se vendieron más de 1.400 millones de teléfonos inteligentes, y para el año 2020, se proyectan unas ventas cifradas en más del doble de esta cantidad.
Según el Informe de Movilidad de Ericsson 2017, el 70% de la población mundial poseerá un smartphone. Hoy día, más de un 60% de los jóvenes de entre 18 y 35 años ya utiliza un teléfono; en países industrialmente pujantes, las cifras rondan el 90%. Casi el 80% de las ventas totales corresponden a reemplazos de teléfono, sin que el modelo anterior esté inservible. Es decir, generalmente son descartados porque ya no cumplen las expectativas de sus usuarios.
Según la empresa comercial de móviles reacondicionados española Back Market -y datos de diversos estudios sobre el tema (como por ejemplo, el realizado por la Facultad de Ingeniería y Ciencias Físicas de la Universidad de Surrey, por James Suckling y Jaquetta Lee– la huella de carbono de cada smartphone varía según la marca del mismo. La fabricación, el uso y la muerte de un teléfono inteligente medio supera ligeramente los 30 kgs. de CO2 en emisiones, mientras que en el caso de los iPhone, esta cantidad se triplica, hasta los 95kgs. de CO2, sobre todo por la extracción de minerales y el proceso de fabricación, que supone hasta el 80% del total de la huella de carbono en la mayoría de las marcas.
Además, las tripas de nuestros smartphones contienen aluminio, oro, cobalto, coltán, wolframita y casiterita, y su extracción incide en el medioambiente y en las condiciones de vida de las personas que viven en los países donde se ubican las minas. Las guerras por su control y las condiciones de trabajo esclavas en países como la República Democrática del Congo son habituales, lo que añade un sobrecoste en términos materiales y humanos a la fabricación de estos dispositivos.
También el plástico -derivado del petróleo- y el silicio necesarios para su fabricación añade un coste material y medioambiental difícil de cuantificar y controlar. Puede parecer que cada teléfono está formado por cantidades pequeñas de los materiales que mencionamos, pero más de 7.000 millones de dispositivos inciden de forma clara en nuestro medioambiente. Y cuanto más complejos y versátiles son, más cuesta producirlos.
Con la huella medioambiental de un solo iPhone, podríamos conducir un coche promedio durante casi 4 horas, o dar energía total a una casa de dos plantas durante casi tres días.
A todo esto añadimos la tendencia al reemplazo… el usuario cambia de modelo cada dos años de media, sin que el anterior teléfono sufra problemas irresolubles, y un 80% de estos últimos no se recicla, sino que termina en el vertedero, sin que sus materiales valiosos o contaminantes puedan ser extraídos y aprovechados. Ésto altera el suelo, el agua y el aire.
A pesar de las cifras en auge de la venta de productos electrónicos reacondicionados de todo tipo, seguramente propiciadas por la crisis económica global, la producción continua de desechos electrónicos sigue siendo uno de los principales problemas a superar. Según WWF, en 2015 se generaron en todo el mundo unas 50 millones de toneladas de residuos electrónicos, de los cuales se recicla apenas el 13%.
Ahora mismo, para empresas y consumidores resulta más barato comprar un teléfono nuevo que reparar el que tenemos. Pero nuestro interés a largo plazo -y el del planeta- es otro. Cada vez es más complicado encontrar ciertos materiales indispensables para la fabricación de nuevos dispositivos, y la huella medioambiental de los modelos cada vez más potentes va en aumento, por no hablar de los movimientos geopolíticos que causan, muchos de ellos no pacíficos o lesivos contra los derechos humanos más elementales.
Los altos costos del reciclaje son a menudo el principal obstáculo para el ideal de una economía circular, sin apenas residuos y con los recursos utilizados de forma eficiente. Pero parece ser el único camino de futuro en un planeta con recursos finitos y un serio problema medioambiental.
Sólo invitamos a reflexionar y actuar en consecuencia.