Esta desventaja también la hereda la adaptación del Dúo Dorado, escrita evidentemente para un mercado japonés ya familiarizado con la magna obra. Para nosotros la historia empieza demasiado deprisa, sin preámbulos ni presentaciones, por lo que pillar las características de cada personaje, sus motivaciones y el deber de su viaje se vuelve arduo en los primeros capítulos, pertenecientes al arco de La guerra contra el demonio de Kashu. Solo podemos quedarnos atónitos mientras leemos sobre los insólitos parentescos de Goku, los poderes mágicos, el conflicto entre los monstruos folklóricos, la ascensión del budismo y los hombres… ciertamente los autores se centran en la más famosa tercera parte de la novela original, el propio viaje por la ruta de la seda, obviando las cortas primera y segunda parte donde se habla del origen de los personajes.
Cuando uno ya acepta esa narrativa folklórica tan lejana de la del mundo contemporáneo, se familiariza con el tono burlesco de esos seres medio humanos, casi salidos de la isla del Doctor Moreau e intenta comprender la importancia del budismo para la cultura china puede empezar a disfrutar desposeído de prejuicios y paradigmas de esta atípica obra.
Y es que el grupo de peregrinos hacia la India en busca de los sutras budistas compuesto por el lascivo y egoísta monje budista Genjô Sanzô, el violento rey mono Son Goku, el glotón libidinoso cerdo Hakkai, el no menos pervertido duende del agua Gojô y el fantástico caballo Ryûhaku conforman una caterva de antihéroes, pícaros canallas que sólo piensan en la comida y el sexo, pero cuya honorable misión encomendada por el bodhisattva Guan Yin (Kannon en japonés) y cuyo espíritu de redención llega a conmover en esta versión alocada y obscena del clásico.
Es en el segundo arco, La pelea con la mujer serpiente de Bimbana, donde nos hacemos sin ambages con la idiosincrasia de la historia: ya conocemos la lujuria con la se comporta el monje Genjô, vemos la inteligencia y dureza de Goku e incluso percibimos cual es la moraleja o al menos la estructura narrativa de la historia, mucho más concisa y familiar, con ese regusto a leyenda china o india.
Pero más inusual es conciliar el estilo serio del seinen jidaigeki de Gôseki Kojima con la necesaria caricaturización de los fabulosos personajes en una historia cargada de humor. Y por si fuera poco, ambientada en una China e India mitológicas, con seres sobrenaturales dibujados por el maestro del realismo samurái, con pagodas, elefantes y desiertos de la mano del mismo que dibuja templos sintoístas, machiyas y frondosos o nevados paisajes japoneses.
Para aquel que conoce ya el genial trazo de Kojima, verle salir, no airoso, sino triunfante en esta encrucijada ajena es todo un lujo: cómo utiliza las texturas del pincel en la nube de Goku, trasponer las expresiones faciales en el rostro de animales y demonios, dibujar panoramas fantásticos con regusto a pintura china… y es que el maestro sabe valerse de buenos referentes a la hora de componer su dibujo: el sabor del arte chino e indio por el que ha tamizado su propio estilo es inconfundible y totalmente diferente del japonés, algo que solo he visto hacer antes al gran Osamu Tezuka en Buda (quien también tiene otra versión de Son Goku).
En definitiva, es una obra que se presenta impermeable en un principio, pues nuestras concepciones europeas pueden saltar en el rechazo, al igual que a veces ocurre al meterse de lleno en un manual sobre mitología china (¿los dragones pueden ser buenos? piensa uno mientras se le rompen los esquemas), pero Koike y Kojima son unos maestros y pronto nos tienen enganchados al tono socarrón y fabuloso de la historia. Es entonces cuando uno se pregunta: ¿cuándo sale el siguiente?