Pues, bueno. Aquí estamos de nuevo ante una nueva película del hombre-araña, "Spiderman: Homecoming" (John Watts, 2017): van seis en quince años y el tercer reboot en ese tiempo. Récord seguro. El caso es que tanto reinicio de la saga del trepamuros para mi ni auguraba nada bueno. El segundo reboot de la saga, con Andrew Garfield como esforzado héroe y Marc Webb a los mandos, se llevó todos los halagos de la crítica aunque no del público. Personalmente a mi me dejo bastante fría porque era un reinicio con las mismas claves que la primera, bien interpretado pero al que le faltaba reírse un poco de si mismo (y el guión de la segunda…bueeeeno).
La segunda película del “Amazing Spiderman” me desinfló del todo (la tercera de Sam Raimi casi me hizo llorar de vergüenza ajena así que fue una mejora) y no esperaba que la cosa mejorase.
El ordeño del personaje por parte de Marvel-Disney-Sony casi me da grima a estas alturas. No es que Bobby MacGuire sea santo de mi devoción pero las dos primeras películas de Raimi fueron lo bastante buenas como para que se recuerden con agrado (algunos las pondrían como modelos a seguir en el cine superheroico, sobre todo la segunda).
El desastre de la tercera, reconocido por el propio director, hundió la saga porque ya se sabe que muchas manos en el cocido nunca son buenas. El segundo reboot, imprescindible para seguir el ordeño, ha demostrado que no basta cierta calidad para empatizar con los espectadores. Las empresas necesitaban un giro nuevo para seguir justificando salarios de los ejecutivos y nada mejor que recurrir de nuevo a los consumidores ideales de palomitas y videojuegos: los adolescentes. Así que, bajamos la edad del muchacho, le llevamos de vuelta al insti, le ponemos una tía May de unos cuarenta tacos (nada de octogenarias abuelitas poco fotogénicas) y le hacemos fan de la Guerra de las Galaxias que así promocionamos además nuestros productos estrellas.
El caso es que la cosa funciona porque nuestro muchacho de quince años está arropado por una interpretación fresca, divertida y dinámica a cargo de Tom Holland y un guión magníficamente encadenado que salva sus defectos visibles (sobre todo cargarse las claves históricas del personaje) gracias a su desparpajo y las numerosas referencias cinéfilas propias y ajenas: la carrerita a lo Todo en un día (John Hughes, 1986) es genial, el soniquete de la serie Spiderman de los sesenta nos asalta más de una vez y la reinvención del beso de la película de 2002 de Raimi tiene su gracia, si.
Y es que es Spiderman: Homecoming (un término que hace referencia a la fiesta de bienvenida en los institutos USA) se nos sale de adolescente (norteamericano) y refleja las esperanzas y frustraciones de los mismos de forma clara y sin afectaciones.
Como ya hemos dicho, se supone que esta historia de orígenes tendría que retrotraernos de nuevo a sus principios “legendarios”, sin tanto instituto y con más ciencia y concencia, pero debido al cocido madrileño en que se ha convertido la franquicia Marvel, donde todos los personajes se mezclan, entrecruzan, salen por donde menos se espera y, ¡ale hop!, dan pirueta y doble mortal para epatar al respetable, se nos presenta a los personajes in media res de un nuevo planteamiento después de una presentación que nos refresca la primera aparición del este jovencísimo Peter Parker en la saga de los Vengadores.
A ver, no voy a hablar yo en contra de unas sagas y unos personajes que en muchas ocasiones (acabo de volver a ver la primera de Guardianes de la Galaxia, ¡pero cómo me gusta, leñes!) me han divertido, entretenido e interesado a partes iguales, pero la manipulación excesiva de algunos de ellos en busca solo de la ganancia monetaria, sin requerir un mínimo de calidad excepción hecha de los efectos especiales, pues… es un asco. Dado esa extrapolación entre películas muy buenas, algunas pasables y muchas muy malas una ya no sabe como calificar el conjunto de las películas Marvel a estas alturas.
Frente a todas esas malas experiencias el nuevo Spiderman es un soplo bastante fresco, con su tono de comedia adolescente que le va como anillo al dedo a una historia bien hilada, con sus momentos álgidos dramáticos y con su incidencia en las cuestiones familiares, con el núcleo Peter-Tía May, la familia de su presunta novia y la relación paterno-protectora de Iron Man, tres bandas que sirven para hacer crecer al personaje sacrificando sus deseos más infantiles (que motivan mucho de la trama de la película) por el bien de los demás.
En este sentido es clave el personaje que interpreta el magnífico Michael Keaton (hablar de su experiencia en el cine de superhéroes es casi superfluo: tanto revolucionando el género con Tim Burton y Batman como criticándolo con Iñarritu en "Birdman"). Keaton es un villano con muchas capas que no se quedan solo en el típico acoso y derribo del héroe (por cierto que nunca mejor dicho) sino que forja su carácter en muchos sentidos. La forma en que finalmente superhéroe y supervillano se encuentran y enfrentan vuelve a beber de nuevo de las comedias ochenteras pero dándole una forma dramática que habla muy favorablemente de los recursos del director John Watts a pesar de que ésta es solo su tercera película (Por cierto, recomiendo su película anterior, la muy meritoria "Cop Car" (2015), con mi estimadísimo y a veces muy pasado de vueltas Kevin Bacon).
Para acabar decir que "Spiderman: Homecoming" es, precisamente gracias al buen hacer de Keaton, Holland y Watts, una película bien interpretada y bien realizada, alejada de la imagen clásica del personaje y con unos efectos especiales que ayudan a la historia en vez de afixiarla. Es, sin duda, un blockbuster pero uno que se ha urdido con inteligencia y buen hacer que hace que disfrutemos durante todo su metraje e incluso deseemos saber como será su próxima entrega.
Y, para el final, Los Ramones y “Hey Ho Lets Go”mientras vemos los créditos a todo color y con dibujitos. ¿Qué más se puede pedir para una tarde de verano?