Editor de Marvel Comics desde 1941 —por aquel entonces llamada Timely Comics— hasta principios de los años 70, coautor de una miríada de historias e imagen pública de la editorial desde los sesenta hasta tiempos más recientes, Stanley Martin Lieber —mundialmente conocido como Stan Lee— falleció en Los Ángeles el pasado lunes a los 95 años de edad tras haber venido atravesando desde inicios del presente año toda una serie de problemas de salud y financieros.
Podría empezar este artículo necrológico —como muchos otros han hecho— hablando sobre cómo este neoyorquino nació en Manhattan en 1922 de una familia de inmigrantes judíos —algo en común con muchos otros creadores del mundo del cómic americano de la Golden Age— en una época en la que el género pulp estaba en la cúspide de su popularidad como entretenimiento de masas. Desde aquí, podría seguir repasando los puntos álgidos y los momentos bajos de su carrera como guionista, editor, empresario o incluso personaje público durante su larga vida; pero me doy a detener en este mismo punto para enfocar este artículo de otra manera. Stan Lee, genio y figura hasta la sepultura, se merece un homenaje más personal que un cúmulo aséptico y preciso de datos y citas; un artículo con un enfoque más humano, como lo fue el enfoque en la nueva manera de ver los superhéroes que se gestó en Marvel Comics con la llegada de la Silver Age, a comienzos de los años 60, del cual es en parte responsable.
El joven Stanley Lieber creció con esas novelas pulp de misterio, terror, fantasía o aventuras y con el cine que entonces se hacía. Decidió que quería ser escritor, y fue cogiendo pequeños trabajos en prensa aquí y allá. Por suerte para Stanley, su familia política era dueña de Timely, una editorial de revistas pulp que por entonces publicaba tebeos como «La Antorcha Humana«, «Namor« o «Capitán América«. Stanley entró a trabajar como chico para todo en 1939; y en 1941, empezó a escribir para «Capitán América» bajo un seudónimo: «Stan Lee«. Los tebeos no eran esa «gran novela americana» con la que soñaba, ni mucho menos; pero era un trabajo.
Además de escribir, Stan también empezó a encargarse ese mismo año de las tareas de editor al abandonar Joe Simon —socio de Jack Kirby por aquel entonces— su trabajo en la editorial. En principio iba a ser un cargo temporal hasta encontrar un sustituto más adecuado. Pero Stan tenía madera de vendedor, y acabó ganándose el puesto. Con la llamada a filas en 1942, tuvo que dejar temporalmente Timely Comics, a la que volvió en 1945, también como editor. Es un momento crítico en la historia del cómic americano: tras el final de la II Guerra Mundial, llegaron una serie de cambios en los gustos de los lectores. Los superhéroes ya no vendían —ahora la gente leía tebeos románticos, de vaqueros, de terror, de suspense, de ciencia ficción— y las editoriales tampoco contaban ya con el grueso de militares movilizados como lectores —un público nada desdeñable—. También fue una época de cambios en la vida de Lee; entre 1947 y 1953 se casó con su esposa, ambos tuvieron a sus hijas y se mudaron de domicilio varias veces. Timely también cambió, adaptándose a los nuevos gustos y refundándose como Atlas Comics.
En 1954 llegó otro cambio importante para el mundo del cómic americano; es el año en el que, tras una importante polémica sobre los hábitos y la moral de la juventud estadounidense, se estableció el famoso Comic Code, un código que regulaba, censurando, los contenidos que se podían mostrar o no en los cómics distribuidos por los canales mayoritarios. El Comic Code supuso un golpe duro para muchas editoriales, como en el caso de la famosa EC; pero las que se supieron adaptar, se encontraron con un hueco mayor en su mercado —que por otro lado seguía menguando por la competencia que supuso la generalización de la televisión—. El cierre de muchas editoriales y el cambio del enfoque en otras propició un baile de talentos artísticos a bajo precio del cual Atlas sacó partido. Durante esta época, Stan siguió en su puesto de editor y escritor, y vio pasar por las oficinas de Atlas a muchos de esos talentos que fueron artistas regulares en Marvel una década más tarde. Las cosas marcharon hasta que dejaron de hacerlo: con la regulación y censura de los cómics, los gustos del público volvieron a cambiar. A finales de los años 50, entrados en la Silver Age, las ventas se redujeron y Atlas —ya Marvel Comics— empezó a perder lectores. Era el momento de volver a renovarse.
En un momento en el que la plantilla de la editorial era la mínima, Stan Lee, que tenía un talento especial para ver por dónde soplaba el viento, sabía reconocer el potencial económico de una idea y tenía muy buen ojo para captar artistas que supieran trabajar bien y rápido, tuvo un gran golpe de suerte; Jack Kirby, al que había conocido a finales de los años 30 siendo Lee un asistente en Timely, volvió a llamar a la puerta de su editorial en busca de trabajo, trayendo consigo su inagotable genio creativo. A pesar del contraste de carácter entre ambos, y a pesar de los roces y las diferencias en la manera de ver la vida, la prolífica asociación de Lee y Kirby como equipo artístico supuso, no solo un revulsivo para Marvel en un momento crítico, sino una revolución en el mundo del cómic americano. De esta asociación, surgió la creación en 1961 de «Los Cuatro Fantásticos«; y con ellos se estableció un nuevo paradigma para el género de los superhéroes.
Este nuevo paradigma, que hasta cierto punto sigue siendo el mismo que utilizamos hoy en día —aunque con unos cuantos repintados y adornos—, es el de unos superhéroes humanos, falibles, con complejos, dilemas y defectos similares a los de los lectores, que los hacen simpatizables además de admirables. Esos lectores de cómics de superhéroes, por otro lado, habían cambiado desde los años 30: ya no era un público mayoritariamente infantil. Stan Lee, como cabeza al mando de la línea editorial de Marvel en la década de los sesenta —posteriormente junto a Roy Thomas, su hombre de confianza—, contribuyó a germinar el nuevo paradigma con la ayuda de toda la serie de artistas de los que se rodeó —Jack Kirby, Steve Ditko, etc— creando personajes como los mencionados Cuatro Fantásticos, Hulk, Iron Man, Spider-Man, Daredevil, Ant-Man, Estela Plateada, Thor, el Doctor Extraño, los mutantes de la Patrulla X y muchos otros personajes clásicos y archiconocidos de la editorial, además de recuperar al Capitán América para la formación de los Vengadores.
No está claro en qué medida Lee contribuyó a su creación, en parte por cómo funcionaba el tema de los contratos y los derechos de autoría en aquel momento —que era especialmente injusto para los artistas gráficos— y en parte por cómo funcionaba el propio proceso creativo en Marvel en aquel momento —irregular, bastante espontáneo, retroalimentativo y sin un sistema de registro—. Cada parte ha contado su versión: Kirby y Ditko afirmaban que esas creaciones eran fundamentalmente suyas, mientras que Lee, si bien ya no negaba que ellos hubiesen participado en ellas, seguía asegurando que él había sido una parte fundamental en el proceso. La polémica sigue estando abierta entre los aficionados a los cómics en la actualidad; pero en cualquier caso, está claro que tuvo un papel, como creativo o como mero promotor de la idea. Y gracias a ese papel jugado, hoy podemos disfrutar de estos héroes más humanos que, además, se enfrentan a problemas sociales actuales. Apostó por un estilo de historias nuevas con un mensaje social contemporáneo.
Fue una de las mayores contribuciones de Lee al mundo del cómic de superhéroes: aunque sólo fuese con su tarea de editor seleccionando o depurando las ideas que le llegaban, acercó estos héroes que parecen dioses —en algunos casos lo son— a una realidad como la nuestra para que afrontasen problemas que podrían sucederle a cualquiera más allá del supervillano o la catástrofe de turno. Y la razón para este cambio, uno de los puntos fuertes de Lee: estaba conectado con la sociedad del momento, sabía lo que parecía gustarle a la juventud, lo que podía venderles —como buen vendedor que era—, lo que querrían comprar, y cómo lo querían empaquetado. Sabía que el público objetivo había cambiado; que los medios para llegar a él ahora iban más allá de las páginas de una revista; y que era un público que demandaba más que historias, que querían saber cosas sobre los propios autores y la compañía.
Por eso, creo, empezó a buscar nuevas formas de comercializar el producto que vendían en esos cómics —más allá de los siempre presentes juguetes, o de los cortos y series sobre superhéroes que ya se venían produciendo desde años atras—. Lee creó una ficticia redacción en Marvel y habló a los lectores sobre ese ambiente, sobre el trabajo de los artistas, contestando a cartas, ofreciendo reportajes y fotos —todo muy edulcorado y, como decía, artificial: pero funcionaba—. También hizo de su propio nombre una especie de sello de garantía reconocible para los fans —Lee, además de vendedor, era un showman—. Porque, en el fondo, creo que es una de las cosas que intuyó antes que nadie, viendo su claro potencial económico: el surgimiento de lo que hoy llamamos fandom, y el potencial de la fidelización y de hacer que el público más implicado se sintiese parte de una comunidad.
Otras contribuciones de Stan Lee al mundo del cómic son más específicas de la manera de trabajar en el cómic americano o incluso de la propia Marvel. Por aquel entonces, a principios de los años 60, cuando de repente Marvel se vio sobrepasada por la demanda y empezó a necesitar producir material a gran velocidad, Lee estableció como sistema general de trabajo en Marvel lo que hoy conocemos como «el Método Marvel«. Para crear un cómic, aparte de la división de trabajo que a veces tenía y tiene lugar, se seguía el siguiente orden: Lee escribía o contaba una idea para la trama —más o menos elaborada: podían ser unas líneas solamente—, se la comunicaba al artista de turno —que dibujaba la historia como a él le parecía— y finalmente Lee escribía el diálogo como él consideraba que se ajustaba a las imágenes que recibía. A veces —no pocas—, las páginas dibujadas ya venían con diálogo de manos del artista, pero Lee las podía reescribir para ajustarlas a un estilo concreto o porque alguna línea o idea no le convencía.
De esa manera se podían producir comics rápidamente y con un estilo uniforme y reconocible para el público. Además, al pasar todo por los ojos y manos de Lee, éste podía conectar historias, creando una coherencia y una continuidad excepcionales dentro del universo Marvel que eran atractivas para los fans: otra de sus contribuciones. Pero claro está, esto fue la raíz de otro aspecto polémico: Lee era reconocido como guionista, y cobraba por ello; no se puede decir lo mismo de los artistas gráficos, que tenían un papel igual de importante en lo que es la propia elaboración de la historia, más allá del arte, y que ni veían reconocida su labor, ni la cobraban.
Hablando de artistas, otra de las contribuciones genuinas de Lee fue su habilidad para encontrar y seleccionar talento para la editorial —gráfico, pero a medida que aumentaba la producción de la editorial y su carga de trabajo, también escrito—. Lee tenía una idea clara de lo que necesitaba en un artista, y tenía el trabajo de Jack Kirby como estándar y modelo a seguir y al que los artistas tenían que ajustarse. Hasta el punto de que Kirby llegaba a bocetar storyboards para algunos artistas. El peculiar estilo de Kirby se convirtió en el estilo «de la casa» en Marvel, y aun así muchos artistas conservaron su toque peculiar. Además de los nombres mencionados en líneas previas, durante la etapa de Stan Lee en Marvel trabajaron allí John Romita Sr., John Buscema o Jim Steranko.
En fin: entre roces, discrepancias y desavenencias, para cuando Lee dejó su puesto como Editor en Jefe, en 1972, algunos pájaros como Ditko o Lee habían volado ya hacia otros nidos. En ese momento los gustos de la audiencia estaban volviendo a cambiar y empezaban a despegar otros temas y otras maneras de crear cómics —el cómic independiente surge en los años 70, abrigado por la contracultura—. Durante esa década y la siguiente, Stan Lee se convirtió en la cara pública de facto de Marvel en conferencias y eventos; y empezó a centrarse en su idea de trasladar todas estas aventuras de héroes en pijamas y capas a la pequeña y, sobre todo, la gran pantalla. Lee creía firmemente que los héroes de Marvel tenían un gran potencial y confiaba en su valor como producto si se adaptaban para una audiencia que ya era mucho más numerosa que la que leía tebeos. En 1981 se mudó a California, que como todo el mundo sabe tiene además un clima más agradable que Nueva York, para trabajar en esa dirección.
Pero pese al esfuerzo y el entusiasmo que pudiese poner en esos proyectos, los personajes de Marvel no consiguieron dar un salto firme y seguro en ninguna pantalla pantalla hasta 2002 con la primera película de Spiderman de Sam Raimi. Para esa fecha, Stan Lee ya se había distanciado de Marvel y estaba inmerso en sus propios negocios que, aunque no salieron adelante y se vieron envueltos en ciertos litigios, le mantuvieron activo hasta hace tan sólo unos años. Algunas de estas aventuras empresariales incluyen cosas como, por ejemplo, una colaboración en 2009 con Shueisha y Bones para producir un manga y un anime: «Heroman».
Este último año, desde la muerte de su esposa en julio de 2017, había sido algo complicado y creo que, por eso y por su avanzada edad, no ha cogido a nadie por sorpresa la noticia de su muerte. Pero sorpresa o no, ha sido sentida por todo el mundo. Porque, aunque su rol en la creación algunos de los héroes de nuestro nuevo panteón sea discutible, y aunque sea una figura con luces y sombras —como cualquier otro ser humano—, Stan Lee, apareciendo con sus cameos en las pelis de Marvel o en las páginas de algún cómic o simplemente con la presencia de su nombre en un título, se había convertido en una cara reconocible, afable y cercana. Así que, descanse en paz, Stanley Lieber; y siga usted viviendo por muchos años en las otras Tierras de este colorido multiverso.