Todo comienza de una manera inesperada: surjen de la nada tres nuevos kriptonianos vestidos de la misma manera que Superman, y llegan a Metrópolis para enfrentarse a una infestación de demonios a la orden de Kalibak antes que el propio Superman, que está en otra misión en Oriente Medio. Y en ello está cuando se le aparece un enigmático ser que le recomienda hacerse cargo de un niño y su perro, a los que acaba de salvar. Ante la perplejidad de Superman, el ser le muestra un viaje hacia el pasado en el que le muestra la longevidad de Apokolips. “Vale”, pensé: “vamos a enlazar con ‘El cuarto mundo’, de Geoff Johns, así que creo que ya sé por dónde van a ir los tiros’”, pero me equivoqué dolorosamente.
Veamos: “El cuarto mundo” es una saga maestra en la que tenemos un arquetipo de Lex Luthor algo más primitivo, manipulador, pero con un toque a lo profesor Bacterio. Y bebiendo ni más ni menos que de Jack Kirby, al que considero el único autor capaz de sacar un cierto orden del caos. Y el origen de las sagas cósmicas de DC. Bueno, Neal Adams hereda ese espíritu de manera muy digna, pero sin la adecuada dirección.
Se le nota desorientado y, más que buscar el hacer una obra con sello personal, intenta tirar hacia el homenaje, pero de manera un tanto caótica, porque, a ver: no es su creación, no es su personaje, y ni es Johns ni Kirby, que estaban en el cénit tanto de su carrera como de su trayectoria creativa. Así que, aunque suene mal, hace lo que puede.
En fin, volvamos al cómic: arranca de golpe, metiéndonos en medio de la acción, sin ningún tipo de presentación y/o prólogo. Tres superhéroes vestidos de Superman entran en Metrópolis procedentes de la nada para enfrentarse a demonios, a Luthor y, ya puestos, también a Darkseid. Así, combo. ¡A por todos de golpe! ¡Sí señor! Y. bueno, batallitas, enfrentamientos, batallitas y más enfrentamientos con un orden un tanto cuestionable, sin demasiado sentido y fuera de contexto. ¿El guión? Queda a un lado. La historia apenas se sostiene, y los personajes están sobreactuados, incluso no tienen el carácter que tienen que tener.
Por ejemplo: Darkseid no es el terror alienígena que es capaz de inspirar miedo y preocupación a la Liga de la Justicia en pleno, sino que parece un dictador sudamericano con delirios de grandeza. Queridos lectores: ¿Os imagináis a Superman y Luthor echándole la charla al alimón como si nada? Y Luthor no es el retorcido científico que considera a Superman como una potencial amenaza, sino que… que… en fin, podéis descubrirlo vosotros mismos: parece Dexter (el de “El laboratorio de Dexter”, de dibujos animados, no el del forense psicópata), y pide continuamente que alguien le cruce la cara repetidamente y, si es con superpoderes, mejor. ¿Y Superman? Es un buenazo, vale, lo concedo, pero una cosa es ser bueno, y otra comportarte como el puto papá de toda la humanidad.
Por lo demás, el curso de la acción es plano, poco original, simple ramplón y aburrido. No invita a pasar la página, y tienes que tragártelo como su fuese una mala comida cuando estás invitado en casa de tus suegros.
Y me fastidia, porque Neal Adams es uno de los autores de referencia de mi infancia y adolescencia, y es un icono de la Historia del cómic. Me fastidia porque el autor de la saga de Ra’s Al Ghul, el creador de la considerada iconografía oficial de Batman tal y como lo conocemos hoy, el dibujante de la saga de la guerra Kree-Skrull, uno de los que sacó adelante X-Men, el que hizo de Deadman alguien interesante, el autor de tantas portadas icónicas… haya hecho esto sin necesidad. ¿No pudieron ponerle un guionista que le entregase una historia con ritmo e interés? Sí, vale: sigue siendo Neal Adams y aún se aprecian detalles de su narrativa típica. Incluso alguna secuencia brillante. Pero es un desperdicio de su talento. La historia está deslavazada, difusa y resulta poco atrayente.
Me ha dolido. Neal Adams es de mis autores preferidos, y no gusta ver una decadencia tal que, encima, ni siquiera será culpa suya, sino que huele a encargo desde lejos.