Marvel, tenemos un problema. Uno un tanto difícil de explicar y precisar. Algo falla en “Thor: Love and Thunder”. Y ese algo convierte a una película con todo a su favor en un capítulo de relleno dentro de la macro saga que es el UCM. Es un capítulo divertido, sí, lleno de música y luces de colores, de espectaculares imágenes sacadas directamente de las páginas del cómic, con actores carismáticos y una duración que no da tiempo al aburrimiento. Toca temas interesantes que invitan a ser explorados, maneja unas cantidades de drama nada desdeñables y mantiene la coherencia temática. Es una buena película. Pero, entonces, ¿por qué al salir del cine apenas tenía nada que comentar? Nada que destacase especialmente, solo un “ha estado bien”.
Quizás uno de sus fallos sea la falta de equilibrio en cuanto al humor (más que el simple exceso). “Love and Thunder” es más comedia de lo que lo era “Ragnarok”. Su propia narración está enmarcada en las historias que Korg (Taika Waititi) cuenta a un grupo de niños, con todo lo que ello implica. No obstante, no puedo decir que el número de gags y bromas sea exageradamente mayor esta vez. Algunas se alargan hasta hacerse pesadas, es verdad, y otras no llegan a ser graciosas nunca. Así son las comedias, no todos los dardos pueden dar en la diana.
Pero el caso es que el tono paródico no le hace ningún favor a un argumento rebosante de oportunidades para hacer sentir emoción, miedo, tristeza, alegría, épica. Y en lugar de eso se obceca en hacer reír, olvidando que los personajes pueden hacer chistes sin convertirse en chistes ellos mismos. “Thor: Ragnarok” y “Vengadores: Infinity War” prueban que un Thor (Chris Hemsworth) humorístico y competente es posible. “Vengadores: Endgame”… bueno, ahí empezó a írseles la mano.
En la serie de “Loki”, el protagonista, enfrentado a sus otros yo, se preguntaba qué les definía, qué les convertía en Loki. Eso me pregunto ahora sobre Thor. ¿Tiene que ser serio y hablar con aire medieval? ¿Debe llevar capa o basta con una chaqueta roja de cuero? ¿Puede montar en su martillo como si fuera la escoba de una bruja? ¿En qué momento se pierde la esencia del personaje? No sé exactamente dónde está la línea, pero sé que existe, y sé que está tan desdibujada que incluso Peter Quill (Chris Pratt), alias Star-Lord, alias el tío que atacó a su padre y villano con un PAC-MAN gigante hecho de rocas es, comparativamente, el héroe más serio y maduro de los dos.
El tono casi invariablemente burlón, además de restarle personalidad al Dios del Trueno, convierte al film en una llanura de intrascendencia, donde no dejan de pasar cosas, aunque dejando la sensación de que no pasa nada. Y ya es la segunda vez consecutiva que una película de Marvel Studios me da la impresión de que no hay consecuencias, aunque por distintos motivos. En esta ocasión, la razón es bien sencilla: “Ragnarok” dinamitó los cimientos del statu quo y eso insufló vida nueva al mito, liberándolo de restricciones y tramas acartonadas. Todo ello sin perder continuidad ni consistencia.
¿Y ahora? No queda statu quo que desafiar o subvertir: no hay Viejo Asgard que volar en mil pedazos y el Nuevo es básicamente Disneyland. Es como si hubieran desmantelado el escenario y, en lugar de construir uno nuevo, Waititi y compañía se hubiesen limitado a bailar y dar brincos sobre los restos del atrezzo descartado.
No hay base sobre la que generar intriga o anticipación, todo está permitido y por ello nada sorprende realmente; no queda casi nada que perder, con lo que la tensión y la heroicidad no tienen cabida. Como película independiente, tenida en cuenta por sí sola, es aceptable. Bastante buena para pasar un buen rato, sin más. Como parte del UCM es decepcionante, porque estanca la narrativa, no incita a teorizar sobre el futuro o a esperar con ganas otra clásica aventura de Thor. Solo el cariño por los personajes, cimentado en entregas anteriores, despierta un tímido interés. Más por lo que sabemos que la franquicia podría ser, que por lo que en este momento es.
A pesar de todo, hay dos cosas que “Thor: Love and Thunder” hace muy bien. La primera es mantener la continuidad (que no la consistencia), sobre todo cuando se trata de explicar cómo llega Jane Foster (Natalie Portman) a ser la portadora de Mjölnir. Me atrevo a decir que hasta lo hace con más sentido que el cómic en el que se inspira. Sé que es una opinión controvertida, pero si hay algo que nunca me llegó a encajar de las historias de Jason Aaron (aun siendo de mis favoritas) es el trato de Thor como título, más que como nombre propio. Poseer el poder de Thor no es igual a convertirse en Thor, y de este burro no me bajo. Además, «Ragnarok» definió al martillo como un canalizador, con lo que una adaptación al pie de la letra no habría funcionado.
El segundo gran acierto de la película también tiene que ver con Jane. Y es que el personaje es lo mejor del film. Antes comentaba que no quedaba casi nada que perder. La Doctora Foster es ese casi: suya es la trama que ancla todo lo demás. Suyas son las mejores escenas y las que tienen más peso. “Love and Thunder” consigue incluso vendernos un romance que hasta la fecha pecaba de plano, forzado y cliché. El amor de Jane y Thor se muestra en su versión más cotidiana y, por primera vez, real.
Por su parte, el guion desaprovecha tanto a Christian Bale como a Gorr, el Carnicero de Dioses. Un gran actor para un gran villano… en la película equivocada. Quizás deberían haber mostrado alguna carnicería suya más, en lugar de comentarlas de pasada, y aumentar así la sensación de amenaza. Sin embargo, escuchar a Zeus parlotear sobre sus orgías debió de parecer más importante para la trama en la sala de montaje. (No me veis, pero ahora mismo estoy poniendo los ojos en blanco) Las escenas de Russell Crowe como el dios griego me recordaron demasiado a un capítulo de “Lo que hacemos en las sombras”. Gran serie, por cierto. El único problema es que yo, ingenua de mí, esperaba ver una película de Thor. Me he reído mucho; me ha gustado, y hasta ahí.
Marvel Studios haría bien en ponerse las pilas. Cuando tu sistema de negocio se basa en enganchar a los espectadores para que se pregunten ansiosamente qué vendrá después y no quieran perderse nada de nada, no hay mayor paso en falso que un filler de 250 millones de presupuesto, por divertido que sea.