Si metiésemos 10 películas (peli arriba, peli abajo) de distintos géneros (drama, acción, comedia, ciencia ficción…) en una batidora y las triturásemos a máxima potencia, el smoothie cinematográfico resultante sería “Todo a la vez en todas partes”. De hecho, es exactamente así como me imagino el proceso de escritura del guion. Solo de esa forma puede explicarse el film. Esta avalancha de ideas, temas y conceptos. Este batiburrillo de lo absurdo y lo emotivo. La naturaleza humana observada bajo un microscopio, destilada y concentrada, y servida en vaso con una sombrillita de colores.
“Todo a la vez en todas partes” trata sobre Evelyn (Michelle Yeoh), una inmigrante china en Estados Unidos, que pasa de intentar salvar su lavandería del embargo a tener que salvar el multiverso de la catástrofe. Pero trata también de las relaciones familiares y de pareja, del sentido de la vida, de qué hacemos aquí y para qué. De cómo sería vivir teniendo salchichas por dedos. Espera, ¿qué?
El título no engaña. La película dirigida por Dan Kwan y Daniel Scheinert lleva al espectador de aquí para allá, lo zarandea y lo descoloca. Es un desmadre. Una experiencia extenuante por sus viajes entre mundos, sus cambios de registro y su carga emocional. ¿Estamos ante un disparate ridículo? ¿Una obra maestra? Te hace cambiar de opinión al respecto cada cinco minutos mientras la ves. Lo innegable es que es única y original; avasallante, larga y agotadora. Hay que verla para creerla.
Poderosa en su mensaje y firme en sus convicciones, “Todo a la vez en todas partes” reflexiona sobre el potencial, los caminos no tomados y el miedo a desperdiciar la vida. Nos muestra con orgullo que no hay habilidad pequeña, creando situaciones extrañísimas en las que pueden ser útiles. Nos empuja a tomar decisiones, porque la peor elección es no elegir, y al mismo tiempo reafirma el poder de la mediocridad.
Michelle Yeoh da toda una clase de arte dramático, consiguiendo encarnar todas las cosas que su personaje es o podría ser… lo que acaba por ser lo mismo. Se mete de lleno en un multiverso a rebosar de sinsentidos aleatorios, pero estadísticamente inevitables, y lo hace con seguridad y convencimiento. Lo vuelve creíble, real.
La acción es sobresaliente. El montaje, inmejorable. El humor… a veces una genialidad, otras no tanto. Son dos caras de una misma moneda. Sus momentos de exceso no siempre consiguen hacerme gracia, pero en cualquier caso no dejan indiferente.
Su particular tipo de ciencia ficción podría colocarse a medio camino entre la descarga de programas informáticos que proporcionaban habilidades en “Matrix” (1999), trasladando parte de otros universos al propio, y el caminar en sueños de “Doctor Strange en el multiverso de la locura” (2022), viajando a esos otros universos por medio del cuerpo de nuestros otros yo. Y prácticamente ahí acaban las similitudes que se pueden trazar.
El concepto del multiverso está de moda y da para mucho, para todo. En la variedad que ofrece está su atractivo. Comparar es inútil. Y no es que “Todo a la vez en todas partes” juegue en una liga diferente, es que juega a otro deporte. A uno inventado específicamente para la ocasión y con reglas que cambian sobre la marcha.
Como un puzzle en 3D, su historia se cuenta a distintos niveles a través de infinitas piezas. Milagrosamente, encajan. La película de A24 alcanza cohesión gracias a su llamada a la esperanza y a no caer en el nihilismo. “Todo a la vez en todas partes” es, por encima de todo, una caótica y extravagante oda a las pequeñas cosas que hacen que la vida valga la pena. Nos reconforta admitiendo que sí, somos pequeños e insignificantes, pero no por ello carecemos de propósito. Y este propósito podemos encontrarlo en el resto de personas pequeñas e insignificantes que nos rodean y en los momentos de felicidad efímera, la única que existe, que compartimos.