Y es que la premisa de Top Ten tiene una concepción totalmente postmoderna. Si, como muchos proclaman, Watchmen supuso la deconstrucción e incluso la muerte de la idea de superhéroe, Moore nos rebate aquí ese fútil argumento creando un cómic fresco, repleto de ideas autorreferentes rescatadas de cualquier época del noveno arte y con una estética colorida e iluminada donde los superhéroes no solo siguen funcionando, además lo hacen en la vuelta de tuerca que es este nuevo escenario. Atrás quedan los antihéroes noventeros repletos de armas y testosterona que equivocada y burdamente recogieron el testigo del iceberg que fue Watchmen.
Quizás tenga más que ver con aquella otra vertiente del cómic de los años noventa, compuesta por obras como Astro City y Marvels de Busiek o Kingdom Come de Mark Waid (y no es de extrañar que Alex Ross esté involucrado en todas ellas al igual que lo está aquí como portadista) e incluso en otras incursiones como Madman de Allred o Hellboy de Mignola, que bebe de Kirby, Thomas y toda una vasta tradición de pulp y folklore, paralelamente al postmodernista revisionismo superheroico de Top Ten y las demás obras.
Si en el esquema clásico del superhéroe el marco de la historia se presenta realista en contraposición a lo sobrenatural del personaje, en Top Ten Alan Moore realiza un ejercicio inverso: un superhéroe en una ciudad de superhéroes no tiene nada de especial. Es decir, lo convierte en alguien común, alguien sin ninguna ventaja.
A partir de ello empieza la construcción de una serie de personajes que, más allá incluso de sus variopintos y a veces esperpénticos poderes, recrean un costumbrismo y humanismo inusual en este tipo de relatos: orientaciones sexuales variadas, matrimonios, tercera edad, hijos, enfermedades… que superan con creces los desamores adolescentes de Peter Parker o las relaciones de familia de los 4 Fantásticos (sin desmerecer las geniales creaciones de Stan Lee con Ditko y Kirby). Las habilidades sobrehumanas, lejos de configurar un patrón unitario para los agentes, otorgan todo un abanico de posibilidades dada la variedad de los mismos. Cada perfil de policía es tan distinto, y su forma de trabajar tan especial que la historia gana enteros sólo con la forma de investigar de cada uno usando sus poderes como una habilidad cualquiera. Eso sí, hay personajes y poderes muy rebuscados, que desconciertan o que juegan en una ambigüedad no muy depurada (algo semejante a lo que ocurre con Green Lantern: ¿hasta dónde dan de sí sus poderes?), pero se perdona tal detalle ante la casi imposible originalidad en un terreno, el de los superhéroes, en el que ya está todo trillado.
Y si además haces un repaso a los clichés del género, tanto mejor: una ciudad creada por supervillanos científicos nazis que emigraron a América tras la II Guerra Mundial (como pasó en realidad con las mentes alemanas), sidekicks, crisis en tierras paralelas, dioses convertidos a héroes, supergrupos… todo aderezado con un juego continuo de referencias comiqueras a lo ¿Dónde está Wally? de grandes proporciones.
La pena es que, cuando uno termina Top Ten, rápidamente salta a la cabeza: ¿por qué no continúa? Y es que la estructura serial de comic-book superheroico es tan fuerte que el cómic funcionaría mensualmente, al contrario que otras obras del bardo donde el final es claro y necesario. Es cierto que contamos con la precuela de los Forty-Niners, pero es un vacuo consuelo.
Hemos hablado siempre de Moore, pero toda esta obra no sería posible sin contar con dos dibujantes de la talla de Gene Ha y Zander Cannon, que plasman visualmente a la perfección el vasto guión que debe haber salido de la pluma del inglés. Y lo más interesante de todo es que ofrecen una obra actual, con una estética y unos cánones bastante modernos, lo cual difiere de otros de trabajos de Moore en donde trabaja con autores de corte clásico o underground. Es quizás una de las obras más dinámicas y con mayor uso de splash pages de su carrera, y en ello se nota la inclusión de la entonces joven promesa Gene Ha y del diseñador de bocetos Zander Cannon, dos artistas bastante alejados de la pompa y la arrogancia autoral.
Por hablar de la edición de ECC, dejando de lado la eliminación sistemática (casi un damnatio memoriae) del logo de America’s Best Comics para sustituirlo por Vertigo; podríamos decir que la definición y los colores han mejorado ostensiblemente, y la nueva traducción acierta en aspectos que en la anterior fallaba, y viceversa.
La otra, quizás la más grave, es la ausencia de palabras destacadas en negrita, algo que si aparece en el original y en la anterior rotulación castellana, y que, lejos de ser aleatorio, es fruto de la imitación reflexionada de los comic-books clásicos, donde siempre se remarcan los nombres de los personajes para que ningún lector recién incorporado pierda el hilo, y otras frases relevantes acerca de poderes, situaciones y otras disquisiciones.
En definitiva, una serie con la que disfrutar de su lectura, de su metalectura y de su superlectura. Varias veces. Cuidado con la visión calorífica. Por suerte, el blanco va ganando.