Y ahí lo tenemos, 17 años después de su última acción, en 1972 (fecha de estreno de “El Padrino”, por cierto). Torpedo es, ahora, un ancianete que da de comer a las palomas en el banco de un parque, un personaje aparentemente derrotado, que parece haber perdido todo lo ganado en su época en la cúspide de la Mafia, y que ahora vive junto a su compinche Rascal en un pequeño apartamento en el Bronx. No obstante, su mala sangre sigue intacta, si bien no su salud, puesto que se le ha diagnosticado Parkinson.
Estoy oyendo vuestros pensamientos: “¿Un pequeño apartamento en el Bronx? ¡Si recuerdo que tenía un pisazo!” Sí, amigos lectores, pero recordad que Torpedo era un mafioso. Un tipo de estos que vive la vida al límite, de los que no piensan en envejecer, de los que sacan el dinero, pero no lo guardan. Su problema es que ha sobrevivido a todos sus enemigos, y se ve forzado a aceptar trabajos de poca monta para vivir. El aceptar la entrevista, precisamente, es para conseguir dinero (como algunos dibujantes de cómic en algunas ferias: la foto a cincuenta dólares. Os invito a descubrir lo que pretende cobrar por la entrevista y cómo se lo monta).
Sin embargo, parece que su vida amenaza con volver a primera línea, ya que dos periodistas (un reportero del Wall Street Journal y su novia fotógrafo) pretenden profundizar a través de su persona sobre un antiguo asesinato. Pero olvidan que el que fue un tipo frío, peligroso e inmoral y que, ahora, cuenta con ese halo de estar de vuelta de todo que da la edad. Sigue siendo un mafioso duro y chungo, pero con un peligro adicional: ya no está bajo las órdenes de nadie.
Los dos periodistas juzgan mal al enfermo pero correoso anciano, y pretenden jugar con él. Pero es peligroso intentar mangonear a Torpedo sin poner en riesgo tu vida, como descubrirán estos dos irrespetuosos jovenzuelos a su costa porque, no contentos con faltarle al respeto, encima le ponen una diana en la espalda. Y, obviamente, al protagonista no le tiembla la mano (qué chiste más malo, dada su enfermedad) a la hora de repartir venganza y castigo, porque todos sus rivales y enemigos son ecos de fantasmas pasados.
No obstante, hay algo en este Torpedo anciano que sigue tal y como era antes: esos detalles de humor negro tan típicos de Enrique Sánchez Abulí, ese desprecio por el civismo más elemental (tira los huesos de su comida por la ventana, hacia sus vecinos, por ejemplo), esa lengua sucia llena de juegos de palabras malintencionados y, por supuesto, ese desprecio hacia los convencionalismos de tipo social.
Y no nos dejemos a Rascal atrás: sigue siendo el mismo tiralevitas reptante a la sombra de quien lo protege. Me recuerdan mucho a “La extraña pareja” (Gene Saks. 1968). Torpedo no quiere perder a su eterno compañero, pero tampoco es que pierda la compostura cuando se trata de echarle una mano: en un momento dado, Pascal es tomado prisionero, pero Torpedo ni se inmuta ante ello. Eso sí: no deja impune esa afrenta. A rascal, en un momento dado, lo maltrata él, y no otros.
Por lo demás, la trama exuda nostalgia de aquellas tramas tradicionales de mafiosos con sus guerras interinas, el contrabando, el soborno, las mordidas y la picaresca más sucia. Lo veremos en multitud de detalles: los fotogramas escogidos de “El Padrino” (Francis Ford Coppola. 1972), el sempiterno traje a rayas y el sombrero del protagonista, esa típica “lupara“ siciliana que tanto se menciona en la novela de Mario Puzo y, por supuesto, la ensalada de tiros de rigor.
Además, la historia es descarnada, a la antigua usanza, en un registro que, pese a que aparece marcado en portada que es sólo para adultos, escandalizará a los sectores más blanditos. Hablamos de un cómic en el que hay alusiones de tipo sexual, violencia explícita, desprecio absoluto a las normas establecidas e, incluso, una violación (sí, querido lector, lo has leído con todas sus letras). Todo, por supuesto, con su papel determinado dentro de la trama.
Sólo queda decir con respecto a la historia que Enrique Sánchez Abulí ha retomado al Torpedo más clásico, refiriéndose de manera magistral al paso de los años: vemos que Torpedo ha podido perder agilidad, ha podido perder salud, quizá sea más frágil, pero conserva su falta de escrúpulos, y ha ganado mucho en experiencia. Y, como dijo aquél, la experiencia es un grado. Conserva, además, todos los rasgos que nos permiten reconocer al personaje, con el añadido de que ya pasa de todo. Además, se recrea en una completa introducción sobre el personaje, y con una pequeña historia a modo de epílogo.
Echo de menos, no obstante, algún artículo hecho por Javier Mesón, uno de los mayores expertos sobre el personaje del panorama actual. Habría sido un extra interesante, sobre todo, altamente ilustrativo y, por otra parte, un argumento adicional de venta para el lector veterano.
Hablemos ahora del dibujo de Eduardo Risso: elegante, definido y expresivo. Es curioso su paso al formato en color, un color desleído, antiguo, que recuerda al cine a color de los años 60. ¿Quizás es ese el motivo de ese paso del blanco y negro al formato en color? Además, Risso cambia el formato de la página: pasa del formato clásico en Torpedo de 6 viñetas por página, a uno mucho más dinámico, muy de estilo francés, que ayuda a introducirte en el curso de la acción. Además, no se priva de lucirse con el sombreado. ¿Alguna pega? Sí, una: pese a que, según lees, terminas fundiendo la imagen con el guion, recuerda demasiado a “100 Balas”. Pero eso no es un impedimento para que refleje perfectamente esa especie de pátina grasienta y decadente del Nueva York de principios de los años 70 del siglo pasado. Como amenazan con que habrá más aventuras, seguro que con cada número van fusionándose mejor.
Sin embargo, pese a que la historia nos retrotrae perfectamente al Torpedo más clásico, y resultar una historieta interesante, no estamos ante la mejor de sus aventuras. Así y todo, tiene su puntito. Estamos ante un volumen de 64 páginas en cartoné que, ante todo, nos demuestra ese dicho tan típico que reza que “mala hierba nunca muere”. Tenemos una buena relación calidad-precio, una historieta buena –aunque sea sin grandes alardes-, una presentación del nuevo personaje de Torpedo impecable, una edición estupenda… si te gusta el personaje, tú dirás a qué esperas. Y, si no lo conoces, es una buena ocasión para engancharte.
En fin, no hay mucho más que decir aparte de que estamos ante una buena continuación de una trama noir clásica, en la que encontraremos todos sus elementos y en la que, curiosamente, al final será el camarada del protagonista el que más saque beneficio. ¿Queréis saber a qué me refiero? Leed, queridos lectores, leed.
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