Pues bien, estamos de enhorabuena, porque Keret ha vuelto en 2016 con una obra de extraordinario valor: su primer libro de relatos jamás publicado, "Tuberías" (Siruela, 2016; originalmente publicado en 1992). Una obra relativamente ignorada en su tiempo por su carácter misceláneo y escasamente definido en su mensaje, pero que, precisamente por esto, conserva perfectamente las esencias del gran escritor que, a partir de su segunda obra, "Missing Kissinger" (1994), sí conseguiría ser ya perfectamente captado en todos sus muchos matices por la comunidad lectora global.
La responsabilidad en la poca atención recibida por "Tuberías" en su día debe repartirse, a partes iguales, entre lo gaseoso de su estilo y lo inconcreto de su mensaje. Se quieren contar demasiadas cosas, con un estilo apegado en demasía a las metáforas y a los símbolos y a las representaciones como para no provocar confusión en el lector que se acerca a Keret por primera vez. Cuando no conoces a un autor, y te quieres adentrar en su obra para saber algo sobre su propuesta, sin muestras anteriores ni referencias disponibles, un libro tan amplio y heterogéneo como éste resulta casi un acto temerario de funambulismo sin red. A la aventura y a ver qué pasa.
No estamos ante un libro aconsejable si quieres acercarte a lo breve o a Keret por primera vez, pero sí es un libro fantástico, casi un muestrario de toda su obra posterior, si lo que buscas es un libro representativo de la literatura de Etgar Keret y de la narrativa mínima que él representa.
Esta representatividad general nos exige acercarnos a él desde una perspectiva amplia, mirando a sus textos como lo que entonces eran: el muestrario propio de un autor novel con muchas cosas que decir, y un estilo en progresión, que intenta aprovechar esa oportunidad para dejar claro cuántas voces interiores alberga y cuánto potencial atesora. Si nos acercamos con ojos generosos al texto, entonces sí podremos ver la riqueza inmensa que "Tuberías" contiene, y disfrutar entonces con su lectura de principio a fin.
Una de esas voces es la del Etgar Keret más político, donde denuncia la politización de los afectos y cómo la ideología de estado parece estar estructurando las instituciones comunitarias más básicas y las emociones humanas más esenciales. En estos relatos tiene una fuerte presencia la policía y el ejército israelí, en un contexto de familias y amistades deterioradas, rotas o destruidas por su influencia. En su tono más surrealista usa a la salud mental de las personas: aproximándolas a un estado de carencia de empatía, de crueldad sistemática e irracional, hasta llegar a tocar incluso la locura. Dentro del contexto del conflicto árabe-israelí, denuncia con voz fuerte a las fronteras que dividen a ambas comunidades y, desde un punto de vista humanista y humano, se posiciona con la reconciliación y el diálogo a partir de una situación de hartazgo general. Pero es consciente de las dificultades: resulta casi imposible reconciliar cuando la ideología de estado siembra odio y rencor por doquier a través de todos sus mecanismos ideológicos.
Otra voz es la del Etgar Keret joven y amigo. Una mirada tierna se acerca a las personas que sufren y padecen para tenerles la mano o, por lo menos, llevar a exponer y a explicar su dolor. No pocos relatos se sitúan en la primera adolescencia, cuando las identidades están todavía en formación, y en la escuela uno debe enfrentarse a momentos y situaciones duras, impropias incluso de una tan tierna edad.
Keret nos habla de los amores incomprendidos: donde la chica que te gusta acaba con el imbécil de turno; de los conflictos morales entre hacer lo que te dicta tu conciencia o lo que impone la norma del grupo: aún a costa de que te llamen “chivato” y/o te den una paliza; de lo difícil que es ser a la vez bueno contigo y justo con tus amigos: comiéndote la cabeza sobre si debes decirle a quién quieres lo que piensas aun a costa de que deje de hablarte durante el resto de tu vida; etc. Keret clama sobre lo duro que es crecer, hacerse adulto, toparse de bruces con dilemas y responsabilidades para las que uno no está todavía preparado (o preparada).
Pero, si hay un tema capaz de unificar todas estas voces y sus temas en uno solo, una guía principal capaz de recorrer todos los relatos de arriba abajo, ese es el miedo a la muerte. La señora de la guadaña está presente, de una forma u otra, prácticamente en cada página. Hasta el punto de darle voz a los muertos, de matar a los objetos o a las cosas (los autobuses), utilizando a la muerte como una representación bipolar, útil tanto para denunciar lo perdido -y que jamás vamos a recuperar-, como para llamarnos a valorar aquello que corremos un riesgo claro de perder.
Posiblemente, una lectura desde el contexto hispano pierda mucha de la riqueza que el contexto árabe-israelí le aporta a "Tuberías" (Siruela, 2016). Aun así, al tener un mensaje transversal, la pérdida no será mucha, pues estamos ante un libro de relatos variado, pero unívocamente dirigido al ser humano y apelando a su corazón, a su humanidad, a superar las divisiones desde aquello que nos une. Y lo hace de una forma inteligente, interesante y divertida. Con un tono mutante que va desde la denuncia política más contundente a la ternura más desarmante.
No es el Etgar Keret al que estamos acostumbrados, ni siquiera es el autor que hoy conocemos, pero sí sigue siendo una obra merecedora de ser leída por un autor que ya entonces daba muestras de su grandeza.
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