Siempre he pensado que cuando hablamos bien de una persona podemos darnos el lujo de escribir con desenfado sobre ella, incluso con humor. Sin embargo, cuando criticamos a alguien debemos hacerlo con rigor, como si estuviésemos delante de un jurado, exponiendo nuestros argumentos de forma precisa y correcta. Ante todo, huir de los prejuicios propios y ajenos. Y, si hacemos esto con las personas, con más razón debemos hacerlo con sus obras, una extensión de su conciencia, de sus ideas.
Dicho esto, voy a procurar ser coherente con mis palabras y hacer la reseña de "Un lugar a donde ir" (Destino, 2017) de la viguesa María Oruña, lo más objetivamente que pueda.
Hace un par de años leí algunas reseñas sobre la primera novela no autopublicada de esta autora, "Puerto escondido" (Destino, 2015), que la ponían por las nubes, lo cual ya suscitó mi interés por su obra.
Como mucha gente del País Vasco, desde que era niña he estado entrando y saliendo de Cantabria, sobre todo la zona costera entre Castro Urdiales y Noja donde durante años mi familia pasó las vacaciones de verano. Como consecuencia, las novelas que se sitúan en ese marco me llaman la atención. Es allí, precisamente, donde Oruña ha situado sus libros sobre la inspectora de la Guardia Civil Valentina Redondo y el guapo e inteligente británico Oliver Gordon, su pareja tras acabar el primer libro de la saga. La elección de este ambiente se debe a que Oruña tiene raíces familiares en esta región y, como yo, ha estado desde su infancia entrando y saliendo de esta tierra.
Pese a tantos años de dar vueltas por la provincia, yo solo he estado una vez en Suances, la villa que centra estas historias, un día que fuimos de excursión a Santillana del Mar. En ese municipio reside Oliver Gordon desde que llegara a hacerse cargo del patrimonio familiar en el primer libro. Las circunstancias en que asumió ese legado son la base de la trama de esa novela, que presentaba a todos los personajes principales de esta segunda.
Ya que la primera novela no había llegado a mis manos decidí leer esta segunda pues se afirmaba en la sinopsis que, aunque con los mismos personajes, éste era un libro con trama autoconclusiva, que podía leerse sin perder el hilo a pesar de no conocer la primera novela… y no estoy de acuerdo. No he logrado aprehender la verdadera personalidad de los protagonistas y quizás eso se deba a que fueron dibujados con precisión en el primer libro. O eso espero.
La presentación de los personajes en este libro, de todos los heredados del anterior, es en algunos casos excesiva (como sucede con la forense principal u Oliver) y en otros escasa, de trazo grueso, resultando que los secundarios que acompañan a Valentina en sus investigaciones, por ejemplo, son meros esbozos de una verdadera personalidad. Tan solo he encontrado una buena descripción de una persona en unas pocas frases, el viejo de las calabazas, que pertenece únicamente a este libro, lo cual demuestra que Oruña puede describir bien a las personas de forma breve aunque prefiera lo recargado.
No he conseguido hacerme una buena idea de ninguno de los personajes por lo que Oruña dice de ellos. Incluso, en el caso de algún personaje central femenino, he sido incapaz de comprender el giro increíble de personalidad que se produce en él, básico por otra parte para la trama. Para mí la descripción de los personajes no es buena y en ello tiene mucha culpa el estilo de la autora. Por una parte asume que los personajes son ya viejos conocidos, que presenta bajo lo que ella piensa que son sus rasgos más destacables (excepto los dos grandes protagonistas sobre cuya vida y características vuelve una y otra vez), con lo cual parecen arquetipos de la chica eficiente, del machista incapaz de trabajar en grupo, del subordinado abnegado… todos dibujos reconocibles pero que no llegan a parecer personas de verdad. Por otra parte su estilo recargado y retórico hace naufragar las descripciones.
Un ejemplo: “Valentina recibió el beso como una inyección de fortaleza; era una mujer fuerte, dura e inquebrantable en su trabajo, pero débil e insegura bajo su coraza personal: pensaba que lo que tenía que ofrecer no era tan especial, ni ella era tan guapa, ni tan perfecta, ni tan femenina”.
Los adjetivos se suceden y, en una sola frase kilométrica, se contradicen (fuerte/débil, inquebrantable/insegura), se repiten (fortaleza, que es nombre pero viene a ser lo mismo, y fuerte) y nos acribillan en una sucesión tediosa (ni…guapa, ni… perfecta, ni… femenina). Cubre a la protagonista de palabras como si de un manto se tratara, buscando insuflar de alma su retórica a base de iteración y acumulación. Eso no es estilo, es convencer por K.O.
Al parecer, como herencia de su primer libro, Oruña divide su relato no en dos tramas paralelas (como sucedía en Puerto escondido, con un diario durante la Guerra Civil española y los crímenes investigados en la actualidad) sino en tres. Una corresponde a varios crímenes que se suceden en la actualidad, otra es el relato del “viajero del Sótano de las Golondrinas” y, por último, la relación entre varios personajes a lo largo del tiempo. Tres tramas que confluirán en un único hilo en donde se resolverán los misterios de la novela.
Estilísticamente no me parece que ninguna de las tramas esté bien resuelta. La voz del “viajero” se dedica a divagar y a lloriquear, acumular citas de aquí y de allá y poco más. El hilo del grupo de arqueólogos y espeleólogos está mejor aunque el verdadero peso de la novela lo lleva la trama actual. En esa trama actual la autora se dedica a sobrevolar a sus personajes como un narrador omniscente que tiene la irritante costumbre de hablar demasiado sobre sentimientos, adelantar acontecimientos que deberían ser trascendentales, y a los que luego apenas dedica una frase, y meter paja en abundancia.
Sobre la paja, lo retórico y el abuso del romanticismo algunos ejemplos:
“Reflexionaba sobre la separación, sobre la elección de diferentes caminos, sobre lo innecesario que resulta preguntarse qué te une o te separa de alguien, cuando ya es evidente que ambos camináis en círculos: ¿puede evitarse que el corazón del otro lata más rápido que el tuyo?” (p. 207).
“¿Dónde y cómo se encuentra el amor? Quizás el encanto de enamorarse resida en su carencia de conveniencia y lógica y, en definitiva, en la inexistencia de pautas fiables” (p.31).
“Entró en su cabaña con un gesto veloz. En su pecho, en su alma, bombeaba rápido un tambor por corazón” (p. 74).
Etc. Es increíble como la autora siempre tiene un consejo que dar y una reflexión que aportar.
Y hay cosas que directamente no se como un corrector de estilo o un lector, que supongo que la editorial tendrá, le ha pasado por alto. Por ejemplo: ¿cómo puede ser la niebla húmeda, etérea y, a la vez, casi sólida (p. 27)? Otro. Se debe ser discreto no para “no dar crédito a alarmas injustificadas” sino “para no provocar alarmas injustificadas”. Y, vamos, todos sabemos lo que es un zarapito real y eso si que no hace falta describirlo, ¿no? (p. 94).
No voy a plasmar aquí ninguno de los párrafos de fin de capítulo en los que la autora tiene la irritante manía de adelantar sucesos importantes que no explica en profundidad. Corta de forma abrupta esa línea temporal, pasa a otra cosa, y luego explica someramente el acontecimiento trascendental en unas breves frases, cuando nos habíamos olvidado del hecho en si. De esta forma crea unos clímax que se deshacen en la nada, que no nos aportan nada en verdad y que, personalmente, me molestaron mucho en el discurrir de la trama.
Es cierto, por otra parte, que con el discurrir de la historia la autora va abandonando estos recursos y se centra en la resolución de la trama.
Respecto a la historia en si también quiero señalar varias cosas. En primer lugar creo que Oruña abusa de la familiaridad entre personajes, que a veces parece algo caricaturesco, y mete demasiadas referencias a la literatura, el cine y la música contemporáneas. Lo mismo me sucede cuando habla de los parajes de Cantabria, que parecen ser descritos como si nos encontrásemos ante un folleto turístico (por no hablar de sitios también taaan originales como Nördlingen, en Alemania, las cuevas de Capri o el Sótano de las Golondrinas en México). La autora gusta de situar a sus personajes en escenarios poco conocidos y muy originales y hace de esas apariciones de lugares uno de los mayores atractivos del libro, lo cual está muy bien si te apetece leer una guía de viajes pero no una novela.
La trama en si es un cruce entre novela negra y novela de misterio, de esa que hay que ir resolviendo el crimen como si fuera un puzzle a lo cual debería de ayudar los tres hilos paralelos. Aquí, si me lo permiten, voy a poner la sinopsis de la editorial:
Han transcurrido varios meses desde que Suances, un pequeño pueblo de la costa cántabra, fuese testigo de varios asesinatos que sacudieron a sus habitantes. Sin embargo, cuando ya todo parecía haber vuelto a la normalidad, aparece el cadáver de una joven en La Mota de Trespalacios, un recóndito lugar donde se encuentran las ruinas de una inusual construcción medieval. Lo más sorprendente del asunto no es que la joven vaya ataviada como una exquisita princesa del medievo, sino el objeto que porta entre sus manos y el extraordinario resultado forense de la autopsia.
Cuando hasta los más escépticos comienzan a plantearse un imposible viaje en el tiempo, comienzan a ocurrir más asesinatos en la zona que parecen estar indisolublemente unidos a la muerte de la misteriosa dama medieval.
Mientras Valentina Redondo y su equipo investigan los hechos a contrarreloj, Oliver Gordon, ayudado por su viejo amigo de la infancia, el músico Michael Blake, buscará sin descanso el paradero de su hermano Guillermo, desaparecido desde hace ya dos años, y descubrirá que la verdad se dibuja con contornos punzantes e inesperados.
Puesto así el argumento parece de lo más atractivo y, es cierto, que la autora consigue mantener la intriga hasta el final, pero su interés en recalcar ciertos aspectos de lo escrito hace que la historia de la impresión de ser algo ya visto, aunque con brillantes ropajes. Es cierto que sabe reconducir todos los hilos hasta un final lógico pero por el camino cae la coherencia de varios de los personajes e incluso de los elementos empleados para la resolución. Por ejemplo, me parece absurda la explicación que se da a la inclusión de las monedas en los crímenes pero las monedas eran necesarias para que saliese la biblioteca del Museo de Altamira, un sitio que, como confiesa la autora en el apéndice, la fascinó desde que lo conoció. Del mismo modo, su interés por las cuevas de Cantabria, un territorio maravilloso en ese sentido, lastra buena parte de las situaciones hasta el final. Oruña parece que quiera dar salida a toda una lista de “esto tiene que aparecer si o si”, como si tuviese que contentar no solo a si misma sino a sus seguidores que esperasen un “más difícil todavía”.
Se puede hablar también de cómo el libro de Oruña se inscribe en toda una corriente que ha surgido en España en los últimos cinco años a raíz de la publicación de Dolores redondo de "El guardián invisible" (Destino, 2013), donde los crímenes se sitúan en parajes españoles magníficos y casi desconocidos y se apela tanto a la historia local como a la vida privada de los protagonistas. No era una fórmula nueva pues la novela escandinava (sueca principalmente) ya había abierto este camino hace años pero verla implantada en nuestro territorio, en zonas cercanas pero poco frecuentadas por la novela contemporánea, ha hecho que este tipo de libros prosperen. Ahí tenemos a la vitoriana de nacimiento Eva García Sáenz de Urtuti con su trilogía sobre la Ciudad Blanca (la misma Vitoria-Gasteiz) sobre la cual se hacen recorridos urbanos. Oruña se adscribe a esta corriente (la misma Valentina Redondo, su protagonista, toma su apellido de Dolores Redondo, la escritora) y la sigue fielmente.
No voy a entrar ahora en una crítica de esta nueva tendencia literaria que busca un tipo de novela de misterio atractivo sobre todo para las mujeres y que está vendiendo mucho y muy bien por todo nuestro país. Para ello haría falta más tiempo y espacio de lo que da esta simple reseña.
Como resumen decir que la novela, a pesar de su estilo y lastres, o precisamente por ellos, se lee bastante rápido aunque casi desde el principio ya se sepa quien es uno de los asesinos. Aún así ciertos giros hacen que se pueda leer con cierto interés desde el principio hasta el fin. No es un libro difícil, ni de los que dejan huella, pero, como he leído en alguna parte, son de los que te llevas al trabajo o a la playa para pasar un rato sin complicaciones.
Para eso sí que puede servir.
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