Si tenéis la inquietud o queréis introduciros en la escritura de guiones cinematográficos, el nombre de Efthimis Filippou (Grecia, 1977) tiene que estar en vuestras agendas sí o sí. Y si, además, os gusta el cine, la pareja creativa que forma junto con Yorgos Lanthimos hace su referencia todavía más imprescindible. A ellos dos les debemos películas sobrecogedoras como «Langosta» (2015) o «El sacrificio de un ciervo sagrado» (2017). Ambas son producciones reconocidas en festivales internacionales, nominadas a varios e importantes Oscar y que son la mejor tarjeta de presentación para estos dos enormes creadores.
Filippou aporta, fundamentalmente, una creatividad y escritura de guion endiabladamente imaginativa. Mostrando ser un escritor para el que sus personajes tienen que estar al servicio de la historia. Haciendo así, sus vidas y sus destinos pasar a ser esclavos de la idea del guionista y, por tanto, sus vidas pasan a valer menos que cero. El guionista los maltrata, los arrastra, hace de ellos un guiñapo, y todo ante nuestros estupefactos ojos, que vamos viendo esa espiral de destrucción progresiva e irreversible sin que seamos capaces de hacer nada por evitarla. Son esas historias que nos mantienen con los ojos abiertos como platos.
La obra cinematográfica (guiones) de Filippou se corresponde de forma bastante exacta, como era de esperar de cualquier creador de ideas, con su creación literaria. Al fin y al cabo, se trata de textos, de personajes, de ideas y de una plasmación a partir de la palabra y la letra. Pero, lo que hace tan misteriosa y magnética la escritura literaria de Filippou es su estilo propio: minimalista, puntillista, donde los pequeños detalles mueven los acontecimientos y arrastran a los personajes.
Por detrás de su estilo, por supuesto, late un conjunto de temas que son los que mueven al escritor.
Entre ellos, destaca la familia como figura sociológica problemática. Es en ella donde los individuos viven y adquieren un sentido del mundo, pero en ninguna parte esta escrito que ni esa vivencia ni ese sentido tengan que ser, necesariamente, positivos, buenos y oferentes de algún tipo de bienestar (psicológico o físico, material o espiritual, concreto u abstracto). Frente a aquellos que pretenden sacralizar -diría que casi divinizar- a la familia como producto comunitario buenista y beneficioso, Filippou realiza un análisis exhaustivo de sus aristas para proponernos una visión desacralizada, pagana, realista y dura, de la familia.
Los padres y las madres son, simplemente, individuos para los que la paternidad/maternidad es un rol más de los muchos que, simultáneamente, deben encarnar y representar en su día a día. Pero no tienen porqué darle a este rol prioridad o preeminencia sobre los demás. En sus vidas hay otros asuntos, inquietudes e intereses. Y alguno de ellos puede ser, incluso, más relevante que la simple atención de sus criaturas. Este hecho, tan razonable como común, nos deja hijos desatendidos, padres alienados o, ya en casos extremos, casos de efebofobia o de violencia hacia los menores de edad -por el simple hecho de serlo-. Un tema de alta productividad pero que pocos autores han tocado hasta ahora. Pero que Filippou afronta con un valor, una honestidad y una crudeza inusitadas.
En la otra cara de la moneda, una vez que las bases de la familia han sido analizadas y desmontadas, lo que queda es el individualismo. Y, con él, el surgimiento de otros problemas, propios de nuestra civilización occidental contemporánea: la soledad, la alienación, el egoísmo, el narcisismo, la sociopatía o la vida personal fuera de la realidad (aislados en nuestros mundos interiores, tendemos a tomar la parte por el todo y a pensar, erróneamente, que lo que nos rodea es lo que es, lo que pensamos es lo que tiene que ser, y nada puede ser distinto de lo que marcan nuestros deseos), entre otros síntomas. Todos ellos y alguno más son clave en la construcción de personajes en Filippou.
En «Veinte corazones, ganadores» (Libros Walden, 2019) se reúnen, por vez primera traducidas y publicadas fuera de Grecia, tres de sus obras: “Alguien está hablando solo mientras sostiene un vaso de leche” (2009), “Escenas” (2011) y “Sangres” (2014). La primera es un diálogo directo entre dos amigos que, sin embargo, se parece en los puntos más importantes a un diálogo de sordos. La segunda es una compilación de pequeñas escenas aisladas con el estilo de escritura de los guiones cinematográficos. Y la última es un diálogo epistolar entre dos amigos que se inicia cuando uno de ellos descubre una herida que no le para de sangrar (y está años sin cerrarse, manando sangre y embadurnándolo todo con su fluido vital).
El estilo cinematográfico está en la base de su escritura
Pero tras su forma también identificamos claramente las ideas creativas que mueven a sus textos: una exploración del ser contemporáneo y su crisis, manifestada en la forma desordenada y caótica como gestiona la tensión entre el individuo y su comunidad (amigos, familia, trabajo…). El ser humano deseante está viviendo una crisis de identidad tremebunda que Filippou nos retrata de forma descarnada, cruel y sin ambages. Además lo hace en tres obras que son tanto un ejercicio de estilo del guionista (diálogo, escenografía y texto) como una forma de contar totalmente distinta a la que cualquier persona lectora está acostumbrada.
Todo esto hace de «Veinte corazones, ganadores» (Libros Walden, 2019) una rara avis en nuestro sistema literario, por su extraña proximidad con el texto cinematográfico, por su exploración contemporánea tan cruel y directa, así como por la creatividad e imaginación desbordante tras sus argumentos y desarrollos. Un libro experimental que no te deja indiferente.
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