A medida que uno va leyendo “Veinte” (Planeta, 2017), la nueva novela de Manel Loureiro (Pontevedra, Galicia, 1975), va teniendo la sensación de haber leído esta novela ya antes. Es más, constantemente le asaltan a uno las referencias de dónde podría nuestro autor haber sacado éste o aquel recurso o mecanismo ficcional o línea argumental. Hasta el punto en que, sin mucho esfuerzo, podemos reconocer aquí los matices filosóficos de Aldous Huxley, mezclados con elementos de “Cántico por Leibowitz” (Walter M. Miller) y, en muchos de sus aspectos (muchísimos), observamos elementos ya presentes en la novela “Anna” de Niccolò Ammaniti (Anagrama, 2016). ¿Será una coincidencia que tanto Ammaniti como Loureiro hayan reconocido, para sus respectivas novelas, la influencia de “El señor de las moscas” de William Golding?

Sin embargo, aun coincidiendo en sus fuentes de inspiración, y haciendo un uso similar de ellas, ambas novelas son muy diferentes la una de la otra.

Ammaniti opta por la sensibilidad, la intimidad, y un desgarrador análisis interior de los personajes respecto al desalentador contexto en que se mueven. Mientras que Loureiro opta por el siempre más eficaz y llamativo recurso a la espectacularidad: a los paisajes y a los espacios desolados, a los personajes estrambóticos y excesivos, propio de las novelas de acción. No en vano, mientras Ammaniti explora en su obra la infancia como “paraíso perdido”, mirando a esta etapa de la vida con ojos melancólicos y analíticos. En el caso de Loureiro es un simple recurso de enganche para el público juvenil dentro de un proyecto originalmente pensado para un soporte audiovisual más que literario. Y esto se nota aquí claramente.

Quizás sea también por este motivo o tendencia a lo audiovisual, por lo que aquí las descripciones y los diálogos tienen un peso narrativo evidente. Hasta el punto de llegar a coordinarse y alternarse a la hora de definir el ritmo cadencioso de progreso rápido y lectura voraz que tan bien ha conseguido Loureiro, y que lo define como parte de su estilo autoral; explorado y refinado en su archiconocida trilogía “Apocalipsis Z”. De hecho, hay capítulos enteros donde podemos observar esta coordinación entre ambos tipos de texto: creando la angustia primero a través del escenario y la escena, para después romperla con un diálogo que resuelve esa angustia bien creando una nueva tensión dramática (de mayor densidad) o bien disolviéndola a través del humor (rebajando la tensión).

La angustia existencial principal procede de esa causa del apocalipsis que, si en su día aniquiló al 99,9% de la humanidad, ahora amenaza con hacer lo mismo a todos aquellos que superen los “veinte” años. Una cuenta atrás terminal en el reloj de la vida. Una sentencia de muerte prácticamente definitiva, a la que un grupo de jóvenes pretende ponerle solución, buscando a la desesperada aquel remedio que, si en su día consiguió parar la amenaza, ahora podría volver a hacer lo mismo (o parecido). Estos jóvenes aportan los elementos tonales variopintos, con un poco para todos los gustos, desde el drama hasta el humor pasando por el absurdo o lo trascendental, gracias al cual Loureiro consigue reforzar ese ritmo dinámico y ese tono cambiante. En el centro del grupo, dos mujeres. Andrea (que dejó de envejecer en su día, consecuencia de ese remedio que ahora tienen que buscar, y al igual que les pasó a todos los que se salvaron entonces) y Erika (una joven de 15 años a quien su madre, doctora, le dejó en herencia unos precarios conocimientos de medicina que, ahora, son la mejor tabla de salvación para no pocos de sus compañeros).

Alrededor de este núcleo de dos personajes femeninos referenciales, en un papel protagónico claro, aunque ya en otra dimensión, se encuentran todos los demás personajes. La variedad y la riqueza del elenco es lo que aporta esa heterogeneidad de matices que, al final, es lo más interesante de la novela. En esta variedad está su máximo punto de interés, y poco hay más a partir de aquí. De hecho, sin este elenco, esta novela seria solamente un conjunto de mecánicas ficcionales extraídas de otras obras referenciales bastante evidentes, cohesionadas aquí a través de una trama distópica y apocalíptica canónica y poco sorprendente, por no decir bastante manida.

Ni siquiera su lugar de reunión, conocido como “La lanza”, u otros personajes externos y casi-míticos que podrían servir como contrapunto al elenco principal, consiguen interesar tanto o generar tanta tensión dramática como las pequeñas historias de estos jóvenes personajes.

A medida que avanza la novela y se acerca su final, sí parece que la voz narradora quiere entrar en una exploración más profunda, analizando nuestra sociedad del riesgo e, incluso, transmitiendo un cierto mensaje de esperanza ante la maldad del ser humano (aquí resuenan los ecos de Aldous Huxley). Pero, al estar esta intención desconectada del desarrollo de la novela, se lee como un intento claramente forzado, fuera de la coherencia de la historia y sin sentido de la oportunidad; perdiendo así bastante de su eficacia. Ni siquiera un añadido final en forma de “coda”, e incluso una “nota del autor” incomprensible e innecesaria, aun pretendiendo insistir en este mensaje, consiguen que suene más creíble o natural.

“Veinte” (Planeta, 2017) resulta ser una novela de acción juvenil entretenida, con personajes carismáticos, de ritmo veloz y voraz, pero demasiado atada a sus evidentes deudas referenciales y demasiado artificiosa en sus recursos ficcionales, como para garantizar nada más que pasar un buen rato leyendo. Un nuevo éxito de Loureiro si buscaba entretener, pero un fracaso rotundo si, como parece, pretendía adentrarse en la selva más frondosa de la novela de ideas. Ahí, la “Anna” de Ammaniti sigue siendo la referencia inexcusable que recomendar… de la que este entretenimiento de Loureiro se haya a años luz de distancia, por cierto.

Ahora, usted elige.

Fco. Martínez Hidalgo
Filólogo, politólogo y proyecto de psicólogo. Crítico literario. Lector empedernido. Mourinhista de la vida.

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