No sé si me será posible encontrar las palabras adecuadas para expresar lo terrible que es “Venom: Habrá matanza”. No es simplemente mala. “Mala” no le hace justicia. “Esperpento” se acerca bastante más. Debería inventarse una categoría nueva. O tal vez exista un adjetivo en alemán, extremadamente largo y lleno de consonantes, que aúne los sentimientos que me ha provocado el visionado de esta… cosa. Podría ser, parece que por allí tienen palabras para todo.
¿Quién ha escrito esto? Me niego a admitir la idea de que una persona o personas hayan sido capaces de producir semejante engendro cinematográfico. Solo concibo que hayan sido diez… qué digo diez, ¡veinte! monos borrachos y puestos hasta las cejas, aporreando teclados con un martillo durante meses. O una inteligencia artificial que trata de erradicar a la raza humana guion a guion, cerebro a cerebro, sacrificando pobres neuronas indefensas en el altar de la estupidez más profunda y exagerada que os podáis imaginar.
La historia, si se la puede llamar así, consiste en una serie de escenas absurdas, vagamente hiladas por el más tenue de los argumentos, que se regodean en lo absurdas e idiotas que son. Es hasta admirable, la verdad, porque los niveles de idiotez son tan astronómicos que suponen casi una proeza. La tesis de la I.A. cobra fuerza…
Ver “Venom: Habrá matanza” es como ver un tren descarrillando, que además está ardiendo, a la vez que un meteorito cae sobre la tierra y deja solamente un cráter humeante donde antes estaban las vías.
Todo pasa atropelladamente, sin orden ni concierto, porque sí. Los personajes sueltan diálogos inconexos y llegan a conclusiones ilógicas e instantáneas para tomar decisiones igual de ilógicas porque el guion lo exige, para así llevarnos a la siguiente escena. La única forma de predecir qué vendrá a continuación es preguntarse “¿qué es lo más disparatado y absolutamente fuera de lugar que podría pasar ahora?” Y pasa.
Entre el espanto, la vergüenza ajena y la risa, así he estado la hora y media que dura esta secuela, que se las arregla para tomar las partes más estrafalarias de la primera entrega y multiplicarlas por diez. Funcionaría como parodia, si no tratase de añadir épica o algo parecido a la seriedad en determinados momentos, adornados con acción confusa y aburrida.
Otro logro para la película: ¡es aburrida! Dura poco, pasan chorradas sin parar, no puedes evitar reírte de incredulidad pura y, aun así, se hace larga. Un aplauso, por favor. No creía que fuera posible. Ni siquiera la comicidad y el extraño encanto de la relación entre Venom y Eddie Brock (Tom Hardy), que salvó a la primera del desastre, sirve de algo esta vez.
Solo la escena post-créditos, por las consecuencias que implica, tiene algún interés. Pero hasta en eso la película se las arregla para ser incoherente y confusa.
Existe una línea que separa aceptar y reivindicar la extravagancia inherente al mundo del cómic y los superhéroes, del sinsentido más bochornoso. “Venom: Habrá matanza” cruza esa línea subida a un cohete supersónico, dejando una estela negra y pegajosa a su paso, y desaparece por el horizonte sin mirar atrás.