El pasado 4 de diciembre llegaba a su fin la primera temporada de “Westworld”, una ficción que mezcla el drama y la crudeza habituales de las series de la HBO con los deseos, miedos y dilemas planteadas en las clásicas historias de androides que pueblan la ciencia ficción desde el origen del género (“El hombre de arena”, de E. T. A. Hoffmann, cumple este año el segundo centenario de su publicación).
El final ofrecía conclusiones a una serie de incógnitas que las distintas tramas simultáneas habían ido arrojando poco a poco desde el primer capítulo, al mismo tiempo que ponía sobre la mesa el plato más fuerte con el que dejarnos hambrientos esperando la segunda temporada, que se estrenará en 2018. Ahora que ya hemos reposado este banquete narrativo, es hora de entrar a analizarlo.
En un futuro cercano la humanidad ha alcanzado tal grado de avance tecnológico en la robótica y la inteligencia artificial que una empresa ha creado un parque temático en el que cualquiera lo suficientemente rico puede vivir allí sus aventuras más fantásticas y salvajes. Es Westworld, un mundo grande como un pequeño estado, ambientado en el salvaje oeste y poblado por auténticos personajes de carne y hueso sintéticos que se creen y comportan como seres humanos.
Reflexiones sobre la delgada línea que separa lo artificial de lo natural, la naturaleza del desarrollo de la consciencia y el libre albedrío, alimentan el trasfondo de una serie de tramas que entrelazan la lucha de poder dentro de la gran empresa dueña del parque, con una violenta búsqueda del tesoro o una historia de amor, todo para llegar al desenlace común que unifica las historias y las dota de una razón de ser.
Lo bueno es que la mayor parte del tiempo no pierde el rumbo y se centra en contar esas historias más mundanas (la del enamoramiento, la del control por la empresa), pese a lo potente que sea alguno de los monólogos filosofales y pese a que los creadores nunca renuncien al objetivo de presentar esos dilemas metafísicos. Lo malo es que mucho de ese peso metafísico se presenta en bloques demasiado densos al principio de la historia que pueden espantar a quienes breguen mal con esa clase de discursos y los encuentren pretenciosos, además de poner a prueba la paciencia del espectador menos atento a los detalles sutiles por la lentitud del progreso evidente. En cualquier caso, y por mucho que nos puedan tirar atrás, no son el grueso de la historia, y están lejos de ser omnipresentes en cada episodio.
La manera de contar la historia es continua y progresiva: tras unos primeros episodios algo lentos en los que se presentan a los personajes y las premisas de las subtramas, y en los que se empiezan a ejemplificar los trucos y recursos para afianzar las ideas con las que los creativos van a trabajar (las repeticiones de los bucles de los androides, las elipsis narrativas, los conflictos de la junta directiva, la creación de las narrativas de las aventuras del parque, la deshumanización de los humanos y la violencia hacia los androides, etc.), la historia comienza a incorporar nuevos elementos misteriosos, interrogantes que resolverá poco a poco al mismo tiempo que nos presenta otros cada vez más interesantes y atractivos. Es una mecánica no muy diferente a la de la búsqueda del tesoro que viven algunos personajes en sus tramas, y es también un rompecabezas en el que el conjunto de subtramas forman una imagen completa que, como he mencionado, cobra sentido en la recta final de la temporada. Es un tipo de narración que funciona muy bien en televisión y que, a diferencia de casos que algunos preferimos olvidar, aquí se desarrolla y se resuelve satisfactoriamente: aunque tampoco hay que negar que, en ocasiones, para que la fórmula funcione, han recurrido a omisiones de información fundamental y a trucos de dirección en el montaje. Y aunque es una opinión subjetiva, algunas tramas resultan mucho más interesantes que otras por un desarrollo desigual, el abuso de los bucles y el arranque lento y sin un objetivo claro que sufre alguna de esas tramas al principio.
Quizá el título de la serie te suene. A mediados de los años 70, Michael Crichton, el autor de la novela de “Parque Jurásico” entre otras, estrenó una película escrita y dirigida por él mismo que aquí se llamó “Almas de metal”. El título original de aquella película era “Westworld”, y la serie parte de su premisa, aunque el desarrollo que lleva a cabo sea completamente diferente (de hecho, la película podría calificarse como una versión beta de “Parque Jurásico”). Los responsables de rescatar el concepto original y darle una vuelta de tuerca han sido Jonathan Nolan y Lisa Joy. El primer nombre seguro que os suena: es hermano de Christopher Nolan, y ha firmado guiones como “El truco final”, “El Caballero Oscuro”, “Interestelar” (todas junto a su hermano) o, para televisión, ha creado “Person of Interest”, para la que también ha escrito varios guiones. En cuanto a Lisa Joy, también ha escrito guiones para “Último aviso” y la peculiar “Criando malvas”. Ambos creadores de la serie son guionistas solventes y, sobre todo en el caso de Nolan, han dejado su impronta en ella.
Nolan y Joy son además parte de la producción ejecutiva, al igual que lo es J. J. Abrams, otro nombre más que reconocible. “Westworld” ha sido la primera colaboración entre la HBO y Bad Robot, la productora de Abrams que también está detrás de series como “Fringe”, la antes mencionada “Person of Interest” o “Alias”, y de películas como “Super 8” o las nuevas de “Star Trek”. Se puede contar con que la serie estará bien producida a la vista de su pedigrí y de que se mueve en un género, el de la ciencia ficción, el drama y el suspense, con un apartado visual efectivo, atractivo y al servicio de la historia.
Y lo está. La dirección artística y la cinematografía de cada capítulo, sin llegar a ser espectaculares, son, como algunos otros productos de la HBO, mucho más cercanos a los del cine que a los de televisión. El vestuario está cuidado y estudiado para cada personaje y cada momento de sus historias, y las localizaciones y escenarios son una curiosa mezcla de los cinematográficos y cálidos paisajes de Utah, con corporativos, fríos y asépticos decorados de plató y efectos digitales integrados en elementos como las impresoras 3D de los androides. Tampoco es desdeñable el elenco: Anthony Hopkins, Ed Harris, Thandie Newton, Evan Rachel Wood, Jeffrey Wright, Jimmi Simpson y Sidse Babett Knudsen dan vida a los personajes más importantes de la trama, todos realizando un trabajo excelente. Pero la pléyade de secundarios que los acompaña tampoco hacen un mal papel, ni siquiera los personajes más anecdóticos. Y podríamos considerar también un actor con presencia propia a la música, la responsable de crear mayor impacto o dar más intensidad a algunas de las escenas más dramáticas. Está compuesta por Ramin Djawadi, responsable de la música de “Juego de Tronos” o, una vez más, “Person of Interest”. La peculiaridad de la música de “Westworld” son las versiones de canciones conocidas de pop rock, adaptadas a pianola: una elección muy apropiada tanto por la ambientación vaquera como por tratarse de un instrumento automatizado que, como los androides, imita el elemento humano siguiendo una programación. Si os pica la curiosidad, es posible oír toda la música de la serie en una lista de reproducción en Spotify.
En definitiva, se trata de un producto de calidad técnica y artística que, aunque tenga problemas y deficiencias, y aunque dependa mucho del propio gusto del consumidor, está por encima de la media de las ficciones televisivas actuales y, quizá, por encima de alguna otra producción de la propia HBO. Y es normal que tenga esa calidad: el presupuesto de la serie, para los 10 episodios, ronda en torno a los apabullantes 100 millones de dólares. Al margen de que entremos en el juego que nos plantea la historia, al margen de que nos enganche o no y en qué medida la disfrutemos o la aborrezcamos, a juzgar por el resultado, la inversión parece justificada.
Como mencionaba en la introducción de esta reseña, se espera una segunda temporada. La recepción de la primera temporada ha sido bastante buena tanto en cuanto a crítica como a audiencia, si bien no extraordinaria, como lo fue “Juego de Tronos”. Sin embargo, ha gozado de popularidad en la red, tanto en foros de discusión como en páginas web especializadas en el género. Los fans de la serie en seguida han entrado en el juego de misterios que se les ha propuesto, han discutido cada episodio, lo han analizado al milímetro y han difundido las más alocadas teorías: ha gozado de cierta viralidad, propia de los fenómenos televisivos con más tirada de la red, de esos que crean fidelización, alimentada por el marketing viral de la propia cadena. El final cerraba las tramas de la primera temporada, pero de una manera sorprendente que dejaba esa historia patas arriba y abría un abanico de cursos radicalmente diferentes a lo que podíamos esperar. Sólo sabremos con seguridad cómo continua esta historia en 2018: hasta entonces, tocará esperar pacientemente y especular sobre las pistas que ya nos han dado.