Así, en el número 42 USA, nuestra Diana se toma un respiro bailando sin descanso en una discoteca londinense, aunque la velada no termina demasiado bien debido al acoso de un machista. Aunque claro, meterse con la reina amazona no te deja bien parado, llevándote a buen seguro un moratón y una lección de feminismo a casa.
Estropeada la velada, Diana y su compañera vuelven a casa, pero debido a la piedad de nuestra protagonista por un indigente, ambas caen en el ataque del extraño chico que quiere ser dios de la guerra. Aunque la emboscada es fallida, el propio joven promete que la próxima vez acertará.
Tras ello, se nos revela el origen del antagonista: Egeo, por cuyas venas corre sangre del linaje de Poseidón y que ha hecho un mefistofélico trato con un ente informe para convertirse en una deidad.
Y por último, en este completo número, vemos como Diana visita las mazmorras del Olimpo, donde la traidora Donna Troy permanece presa hasta que se arrepienta de sus errores ante la compasiva y magnánima Wonder Woman. Sin embargo, la Discordia (sí, con mayúsculas) hará que Donna huya y busque acabar con su vida.
Ya en el número 43 USA las diosas del Olimpo Hera, Zola y Diana se dan cuenta de la fuga ante la mirada divertida de Discordia, pero no pueden usar el estanque mágico para observar dónde ha ido. Es entonces cuando Wonder Woman usa al pobre vidente Milan para buscarla, una escena con sabor gaimanesco.
Donna, por mediación de Discordia, está en Londres, buscando a las Moiras (otro detalle a lo Gaiman) para que corten el hilo de su vida artificial. Sin embargo Donna, homúnculo de amazona, esta creada con barro y sangre, y por tanto su vida no pertenece al hilo que tejen las hijas del destino.
En el último número de este tomo, el 44 USA, con nuestra protagonista fuera de combate (aunque no muerta. ¿Será porque las Moiras ya no existen?), Hera hace sus investigaciones para saber de dónde procede tal flecha que es capaz de herir a un dios. La respuesta es sencilla, pero plantea más dudas: La forja de Hefesto. El propio dios herrero (que ya apareció en el anterior tomo con un papel insulso) jurará que cometerá deicidio si se entera de quién ha forjado ese proyectil en sus dominios. Por último, veremos a Donna Troy vagar por el urbano Londres en busca de su redención.
El matrimonio Finch continúa usando el recurso de los conflictos paralelos para seguir contándonos la historia de Wonder Woman. Es un ardid muy efectivo, ya que la amenaza y la dinámica nunca terminan y los cliffhanger se suceden simultáneamente: aún cuando un problema se resuelva, otro seguirá ahí algo a lo que recurrían mucho los creadores de tiras de prensa como Caniff, o maestros del cómic-book superheróico como Claremont con sus X-Men.
Los toques a lo Gaiman (o de cualquier otro guionista de la invasión británica), intencionados o no, son bastante interesantes: el uso de personajes de la calle como indigentes con poderes o adolescentes carteristas londinenses estilo punk como recurso para dotar a la historia de complejidad, realismo y sobre todo, humanidad, casa muy bien en un cómic donde los protagonistas son dioses de poderes ilimitados (como se podría ver en Sandman o en las escenas del quiosco de Watchmen); la explotación de la mitología griega (aún siendo siempre clara en Wonder Woman) con las shakespearianas Moiras (en un sentido postmoderno) o la traidora encerrada en las celdas de los dioses (como la amada de Morfeo)… dan ese sabor inglés que se adereza aún más con un puntito a lo Hellblazer en la acción situada en la propia capital inglesa.
El dibujo de David Finch sigue luciéndose con su estilo realista, sobre todo en las escenas de acción entre dioses, el diseño de los trajes y las splash pages. Tiene a favor, en esta ocasión, la posibilidad de dibujar a seres comunes e imperfectos como los indigentes o la carterista punki, alejándose del canon de belleza perfecta con la que representa a la mayoría de los dioses (excepto Hefesto), aunque falla al inicio con una Diana demasiado hierática en la discoteca (aunque reconozcámoslo: dibujar a una superheroina musculosa bailando en su tiempo libre con un vestido ajustado es difícil y está lejos de ser un lugar común en un comic-book)
El artista invitado Ian Churchill (Supergirl, Deadpool, Teen Titans), que dibuja el número 43, contrasta con Finch. Su estilo, no tan realista, comienza pareciéndose al Kevin O’Neill de La Liga de los hombres extraordinarios (no en vano es un británico con apellido más que honorable), con un entintado muy rayado y unas poses no muy dinámicas pero que se solventan con una buena composición de página. El rostro de las diosas está exageradamente femenino, con unos labios más propios de una Barbie, pero por suerte estos defectos desaparecen conforme vamos pasando las páginas, mostrando un Churchill que disfruta dibujando rayitas para representar a Discordia, al vidente Milan o a las arrugadas Moiras, y terminando con una dinámica mucho mayor y más cercana a Finch (sin menospreciar al maestro O’Neill) que se refuerza con un tratamiento del color más actual y oscuro.
¿Quién ha forjado la flecha en la forja de Hefesto? ¿La gente dejará de morir tras el asesinato de las Moiras? ¿Conseguirá Egeo arrebatarle el título de Dios de la guerra a Wonder Woman? Lo veremos en el próximo número.