Lo primero que hace Paul Dini es despojarla de detalles: consigue entender y hablar todos los idiomas del mundo sin necesidad de recurrir a un amuleto, y su amistad con Superman es importante para la historia, pero tratándose como iguales, como amigos de a pie. Es una ocasión estupenda para que nos encontremos con la esencia de Wonder Woman como mujer y, al hacerlo así, encontramos que encuentra más recursos para luchar contra el mal en todas sus formas. El título empleado, “El espíritu de la verdad”, viene que ni pintado.
Vamos, que entiendo que Wonder Woman es un personaje que ha estado mal manejado y ha sido infrautilizado durante décadas hasta que se ha unido este impresionante equipo creativo y le ha dado un nuevo toque, un soplo de aire fresco. “Wonder Woman: El espíritu de la verdad” de ECC es todo lo que la Mujer Maravilla debe ser, es el arquetipo que las jovencitas deberían tomar como ejemplo.
Además es un personaje presentado de una manera preciosa: es la que tiene que ser: es propietaria de una belleza que sólo los dioses del Olimpo pueden crear a través de su magia, y así se ve, puesto que podremos ver cómo Hipólita la modela de lodo del río. Puedes ver también el rostro fuerte y encantador de Lynda Carter en sus rasgos, pero con una intensidad gestual que no hemos podido descubrir en la serie de televisión.
Pero vamos al cómic: todo comienza con dos páginas de viñetas independientes en tono sepia, a modo de flashback con rápidas secuencias que nos ponen en situación de manera muy eficaz sobre el pasado de Wonder Woman y, nada más volver la página… ¡Zas! Estamos en medio de la acción con nuestra querida heroína saltando a través de un ventanal de vidrio en medio de un salto mortal rodeada de terroristas enmascarados, pero manteniendo siempre los ojos abiertos, como un depredador.
La bienvenida al lector transcurre en medio de una secuencia de acción de seis páginas, una sensación fuerte en la que la amazona se hace cargo de la situación sin apenas despeinarse. Sí, está siempre presente esa sensación de, digamos, erótica feminidad, que siempre va ligada al personaje, incluso cuando hace algo heroico. Pero no se ajusta exclusivamente a ese arquetipo, que se presenta con elegancia y no resulta violento, sino que pocas páginas después se la ve de distintas maneras: como mujer que precisa consejo, como mujer fuerte que se levanta contra el arquetipo dominante e, incluso, como la esencia de todas las madres, consolando a un niño. Pero sigamos:
En un momento dado, ella regresa a Themyscira, allá donde ningún hombre puede poner los pies (¡por dios, señor Ross! ¿Cómo narices toma como modelo una ciudad ROMANA cuando el modelo debería ser GRIEGO?), para reponerse y descansar. Y, como cabe esperar, hay escenas idílicas de reposo y, tras una reunión con Hipólita (ojo al cameo de Lynda Carter en los rasgos de la cara de la reina de las amazonas, buen detalle), la reina de las amazonas no entiende que la humanidad no vea la divinidad de su hija, que ella misma ha enviado como embajadora. No puede explicarse la tendencia del ser humano a su autodestrucción, y Diana es incapaz de explicárselo tampoco. Así que es enviada de nuevo al mundo humano.
En sus siguientes acciones, tanto en un país del tercer mundo que no respeta los derechos humanos en el que se tiene que reprimir de usar el lazo de la verdad para no atentar contra los mismos derechos que dice defender, como en un país islámico en el que es apedreada por las mujeres que intentaba defender, le hacen replantearse seriamente su relación con los humanos. ¿Y cómo hacerlo? ¿Cómo conseguir que una diosa baje a tierra de manera convincente?
Y es esa pregunta la que nos lleva a la que considero mi parte favorita de esta obra: una Wonder Woman humillada y confusa busca el consejo de un amigo que la espera en la azotea del Daily Planet: ¿Superman? ¡No, amigos lectores! Cuando sus amigos superhéroes necesitan asesoramiento y una perspectiva humana no hablan con Superman, sino con el periodista humano Clark Kent, de Smallville. Y ahí tenemos una inolvidable escena de un humilde hijo de granjero hablando tranquila y dulcemente con Diana al amor de un café sobre cómo lograr trabajar mano a mano con las personas.
Obviamente, esta pequeña pero sustanciosa reunión informal obra el cambio que Wonder Woman necesita . Y vemos cómo lo aplica y el impacto que tiene sobre sus propios sentimientos y puntos de vista, para que todo concluya con la heroína de rodillas frente a la puesta de sol en Themyscira reflexionando para, después, aparecer de nuevo, de incógnito, hablando por teléfono con Clark Kent. ¿Sobre qué? ¡Ah! ¡Habrás de descubrirlo, querido lector!
Con respecto al trabajo de Alex Ross, salvo por ese detalle de la ciudad clásica romana que vemos claramente en la página 15. Es tan concienzudo como siempre: detallado y bello hasta el punto de convertir cada una de las escenas en una pequeña obra de arte. Aún así, habrá quien le eche en cara el uso de modelos llamándole tramposo por ello…
De la misma manera habría que señalar a buena parte de los pintores clásicos y acusarles de lo mismo. Señores: el uso de modelos no niega el arte de la creación y, en el caso que nos ocupa, el artista tiene que hacer el difícil ejercicio de encajar visualmente a la modelo elegida con el carácter de Wonder Woman: verla saltando, en posturas difíciles –por no decir imposibles- , corriendo como una gacela, entrando espectacularmente en escena… Y conservar sus rasgos y carácter propios.
Este es el tercer volumen de esta serie en formato “historia ilustrada” más que cómic, y el primero en el que se me ha mostrado un personaje totalmente al desnudo: una Wonder Woman fuerte y decidida, pero a la vez llena de dudas. Una estupenda aproximación a la figura de esta superheroína que, al menos en mi caso, despierta las ganas de saber más de ella. Una gran obra, muy bien lograda.
Muy recomendable.